2.3.6.4 El relato “Francisco”, de Anselmo Suárez Romero (1818 – 1878)


Este texto fue solicitado por Domingo del Monte para un álbum que se llevaría Richard Robert Madden, superintendente de emancipados en la Isla, a Inglaterra, como testimonio de los horrores de la esclavitud. El texto poseía el título alternativo de “Las delicias del campo” y el proceso de redacción fue seguido exhaustivamente por Domingo del Monte y otros colaboradores, a través de borradores que se intercambiaban por correspondencia. El texto no se publica hasta 1880, en Nueva York.

El autor pertenecía al sector de la clase dominante, aunque no a sus estratos más altos, pero su familia poseía al menos un ingenio, investidura de la cual era difícil despojarse y lograr captar la esencia de la vida que transcurría, o más bien se deshacía, bajo el yugo de la esclavitud. No obstante el autor, desde sus propias premisas románticas, logra identificarse de modo fehaciente con su personaje y ofrecer un retrato bastante descarnado, aunque el mismo falla al presentar a la criatura literaria como resignada ante el destino que le imponen los blancos.

El propio autor apunta algunas de las inconsistencias en el trazado del personaje: “yo trataba de pintar un negro esclavo, ¿quién que se halla gimiendo bajo el terrible y enojoso yugo de la servidumbre puede ser tan manso, tan apacible, tan de angélicas y santas costumbres como él…? Francisco es un fenómeno, es una excepción muy singular… Así fue que desde que comencé a escribir comencé de consuno a entristecerme: me enojé más y más contra los blancos según fui pintando sus extravíos, y como mi carácter, digámoslo de una vez, es amigo de tolerar con paciencia las desgracias de este pobre valle de lágrimas, vino a dotar a Francisco de aquella resignación y mansedumbre cristiana… He aquí la causa de mi error”

El resto de los personajes esclavos carece de relieve en la obra, solo la novia del personaje, la mulata Dorotea, es configurada con algo más de detalle. Sí se aprecian algunas gradaciones en cuanto al propio mundo de los esclavos, en tanto existían diferencias entre los que se dedicaban al trabajo agrícola en los ingenios y los más citadinos y civilizados desde la óptica blanca, ello está dado asimismo por el grado y el carácter de sus interacciones con el mundo de los blancos.

Algunos críticos han insistido sobre el maniqueísmo en el trazado de los personajes, pero ello resulta un atolladero difícil de eludir, máxime que esclavos y esclavistas constituían los dos polos más evidentes del fenómeno y uno de ellos era el que ejercía la coacción. Además estas caracterizaciones extremas abundaban en la literatura de la época tanto en Cuba como en Hispanoamérica y Europa.

Más allá de estos supuestos maniqueístas y de la idealización de los personajes positivos, prácticamente consustancial a la cosmovisión romántica, el texto abre resquicios para acceder directamente al mundo de la esclavitud, y aún cuando no apunte hacia una solución violenta, sí contiene una denuncia implícita, un llamado a la conciencia colectiva. A la vez, constituye uno de los relatos mejores logrados en una coyuntura narrativa más bien mediocre, y donde el fin literario y el social resultan indisolublemente unidos.

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