3.1.7 Al fragor del combate, recurrencia del tema bélico en la poesía cubana entre 1868 y 1898


En un primer acercamiento pudiera suponerse que la poesía de tema bélico resulta un tanto limitada por su misma intención política; pero ella abarca un amplio espectro que aunque lanza un llamado al combate, se revuelve asimismo contra España, contra la traición, incluye el canto melancólico del emigrado y la evocación del amor desde los parajes de la manigua y la asolación de la muerte. Muchos poemas de esta índole fueron recogidas en “Los poetas de la Guerra”, publicado por José Martí en 1893.

La inspiración metapoética de Roberto Manzano ofrece la siguiente descripción: “El verso ayudó en la manigua a la sobrevivencia, a enhebrar voluntades, a esclarecer estrategias, a compensar pérdidas, a estimular triunfos, a vendar heridas, a resucitar muertos. Tres cubanos debajo de un gajo, y ya el verso crecía desde los labios, empujado por las manos curtidas del machete. (…) Todo lo representó el verso cuando Cuba se derramó en la intemperie a plantar en el viento la bandera recién bordada”

El texto más importante en cuanto a su simbólica fusión de la trayectoria poética y patriótica de la nación, más allá de sus valores puramente literarios, es sin dudas el Himno de Bayamo, según reza la tradición compuesto por Perucho Figueredo sobre la montura de su caballo, hecho quizás real, quizás metafórico, que alude al indisoluble vínculo que se tejió entre poesía y acción de combate, ya fuera el verso reflejo o convocatoria ineludible para la lucha.

Menos conocido, pero poblado de los mismos ecos retumbantes de clarín, es el “Himno Invasor”, de Enrique Loynaz del Castillo, a su vez asociado al patriótico empeño de la Invasión a Occidente, la cual permitió cuajar simbólicamente la nacionalidad, al quebrar el regionalismo que tanto había lastrado el empeño independentista, y tuvo numerosas expresiones en la lírica. Se reproducen algunas estrofas de este canto:

“A las Villas, patriotas cubanos,
Que a Occidente nos llama el deber…
De la patria arrojad al tirano
Es preciso morir o vencer…
(…)
De Martí la memoria adorada
Nuestras vidas ofrenda al honor…
Y nos guía la fúlgida espada
De Maceo al avance invasor.
(…)
De Occidente la activa campaña
Doquier lanza impetuoso fulgor…
Que no puede el soldado de España
Igualar al cubano en valor.

Al galope, escuadrones, marchemos
Que el clarín a degüello ordenó,
Los machetes furiosos alcemos,
Muera el vil que la patria ultrajó”

El machete, símbolo por antonomasia de la lucha “armada” emprendida por los cubanos, fue loado en disímiles versos, en este sentido puede mencionarse a Enrique Hernández Miyares y Francisco Sellén; pero muchos de los que tomaban la pluma habían empuñado con mayores bríos el propio machete y se les reconoce a su poética un valor tangencial aunque no hayan alcanzado una alta realización estética.

Desde esta óptica pueden reflejarse los versos del propio Padre de la Patria cubana, Carlos Manuel de Céspedes, quien es autor del soneto titulado “Los Traidores”, en el que se duele de la apatía, más bien apostasía, de algunos que se llamaban también cubanos: “No es posible, ¡por Dios!, que sean cubanos / Los que arrastrando servidumbre impía / Van al baile, a la valla y a la orgía / Insultando el dolor de sus hermanos.”

Una nota importante para la cubanía dentro de este entramado, lo constituye el poema de Diego Vicente Tejera titulado “!Cubanos, Unión!” sin dudas con alguna reminiscencia de la consigna ¡Proletarios de todo el mundo, uníos!, expresada por Carlos Marx y Federico Engels en el Manifiesto Comunista y que plasma una necesidad prioritaria para cualquier proyecto de nación: “La unión es la fuerza. Tendremos, unidos, / Honor, patria, gloria, libertad, poder./ Mas, ¡ay!, si entre el choque de infames partidos / La queja de Cuba se llega a perder!”

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