4.1.1.17.4 El poemario “Cielo en Rehenes”, de Emilio Ballagas (1908 – 1954)


“Cielo en rehenes”, le valió a Ballagas el Premio Nacional de Literatura de 1951, consta de 29 sonetos que tienen una alta virtud poética, en tanto el autor configura un cosmos poético ordenado en sus temas y ritmos, a partir del caos que es toda alma humana. Sus tres secciones “Cielo gozoso”, “Cielo sombrío” y “Cielo invocado” ejemplifican los tres estadíos emocionales y poéticos que atravesó el autor.

En todo el poemario el bardo alcanza una densidad conceptual y emocional, asociada a una expresión de alto vuelo poético, ajena a los retoricismos y a la delectación del lenguaje solo para sí, a veces como rejuego lírico sin mayores consecuencias en su primera etapa.

El texto es signo evidente de la madurez de Emilio Ballagas como poeta, lo cual se aprecia en la obtención de una serenidad contemplativa y participativa que se hace en formas cerradas, relativas al orden interior, remanso espiritual después del fracaso amoroso y de las vicisitudes de su encuentro con una sociedad que aunque lo admira como poeta, no está a su altura en cuanto a la percepción de la moralidad y lo que debían de constituir verdaderos valores.

La sección correspondiente a “Cielo gozoso” el poeta vuelve a la génesis de su creación, al disfrute de quien se esparce en la realidad de la naturaleza y degusta sus esencias, el paraíso que había perdido y reencuentra en espíritu, comunica en una lírica que combina también a un grado superior –tal y un poco más que “Sabor eterno”, pero desde la serenidad- la emoción poética y el dominio de su instrumento lírico, con notas de las más altas.

Por su parte “Cielo sombrío”, repite la angustia del abismo de su poemario anterior, atenazado por una pasión que la realidad le impedía realizar, en el centro de su conflicto ontológico; sin embargo todo ello aparece mediado por cierto filtro intelectual, la lucidez en la evocación de su tormenta, desde el descampado en que todavía perviven melancólicos nimbos.

“Cielo invocado” constituye la síntesis de su vida, el poeta ha estado en el paraíso y en el infierno y emerge ahora de los abismos con el espíritu ensanchado, afinado para la percepción de una belleza sensoria pero también trascendente, cuyo último rostro en definitiva es el del creador. La espiritualidad suma, en sentido ubiquitario si se quiere, de ser parte de la divinidad, estar la divinidad en él aposentada, se ha basado en la renuncia de sus pulsiones, parte de la renuncia a sí mismo.

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