4.1.1.20.1 El poemario “Canciones para tu historia”, 1941, por Angel Augier (1910 – 2010)


El poemario “Canciones para tu historia”, publicado en 1941 por Ángel Augier, constituye un cántico al amor que aúna sentimiento y realización, el acercamiento del yo del poeta a la amada, a un tiempo ahondando en la propia subjetividad del hablante lírico, cuyas puertas se abren ante el ímpetu amoroso, y estableciendo un nexo de fuerte signo coloquial con el receptáculo del amor del sujeto que canta.

Integran el texto veinticuatro poemas, distribuidos en cinco secciones, los cuales configuran una historia lineal desde el hallazgo del amor hasta la plenitud de su realización, con matices asociados tanto a lo espiritual como al erotismo de la pasión carnal. El autor recrea los estados anímicos que suscita la experiencia amorosa y propiamente amatoria en cuanto al contacto entablado entre la díada de seres.

Aunque no parece encubrirse una simbología cabalística, el propio número de veinticuatro resulta sugerente en cuanto a lecturas potenciales, así como la cantidad de siete poemas que integran la segunda sección, cada uno relativo a un día de la semana de ausencia de la amada. Estos poemas son asidero de un entramado sentimental en que hesitación y nostalgia se entretejen adquiriendo a veces pespuntes de desesperación.

El resto de las secciones aluden al amor correspondido y su plena realización carnal, en la cual lo espiritual estaba asimismo presente. El lirismo de estos versos tiene un claro signo neorromántico; aunque también se plasma una experimentación lingüística y tropológica típica de la vanguardia poética, la cual no había perdido aún su cetro.

Sin embargo, no todo el poemario se presta a rejuegos lexicales pues también conviven en él las formas más clásicas que tradicionalmente había adoptado el sentimiento amoroso, como se refleja en el soneto que funge como colofón de la cuarta sección, en el que lo espiritual y lo carnal participan del deslumbramiento acaecido tras el éxtasis, titulado simplemente “Soneto”:

“Sigo, Amor, con mi júbilo sin bridas
por senderos de mieles tu carrera,
viajando con tus llamas y tus heridas
desde el justo contorno de tu esfera.

El pulso tengo de innombrables vidas
en tu perfil sesgado a tu manera
como tu fortaleza tiene asidas
las campanas al sol de mi bandera.

Por una eternidad acariciada
llega desnuda y limpia tu figura
al filo de mi luz enamorada,

y en la ventana azul de mi ventura
tu beso, Amor, tu voz y tu mirada
velando mi desvelo de ternura”

Más allá de lo manido del tópico y de un tratamiento si bien acertado no singular, constituye uno de sus más interesantes aciertos la trascendencia social que le atribuye en gran medida al sentimiento amoroso, una plenitud que eclosiona más allá de la pareja para inyectar cierta dosis de energía que quizás la plasmación lírica puede transmitir; pero sobre todo en el sentido vivencial que los rebasa e impacta de alguna manera el entorno social:

“Transformemos en ansia en músculo y en canto
en defensa de tanta bandera clamorosa:
salvemos esa sangre desbordada, (…)
(…)
Sólo en su poderosa corriente salvadora
encontrará su cauce nuestra estrella,
mujer de mieles y cristales.”

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