4.1.2.2.2 “Enemigo rumor”, texto publicado en 1941 por José Lezama Lima (1910 – 1976)


Sobre “Enemigo rumor”, refiere Lezama Lima en una entrevista “El libro fue acogido con relativa indiferencia, que es casi el único sentido crítico que tenemos y mostramos, pero, sin embargo, en lo que era el estado naciente de sensibilidad en aquellos momentos, el libro tuvo una grata resonancia. Los más jóvenes, ya yo en aquella época me asombraba de que pudiese haber alguien más joven que yo, me revelaban una gran curiosidad simpática por las cosas que yo hacía.”

Esta relativa resonancia que tuvo el libro en el parnaso origenista y en círculos más amplios de las letras y la cultura cubana, estaba dado en parte por la consolidación de un modo de decir que rompía los cánones al uso pero no solo en un sentido puramente estético sino por un trasfondo de ideas en el que la propia poesía se tornaba objeto de indagaciones metafísicas, lo cual se acompañaba asimismo de una arborescencia verbal sin precedentes.

Lo metapoético comienza entonces a acompañar sus signos líricos, por lo cual aparece una mirada un poco más vigilante sobre el libre discurso poético, en el sentido de aprehensión cognitiva de la realidad –poesía implícita en ella- que prima por sobre lo afectivo, en general poco manifiesto en la obra lezamiana. El disfrute sensorial se extiende incluso al ámbito del lenguaje, en lo cuasi palatal de las palabras, no obstante cierta rispidez.

Un poema que, además de otros múltiples significados entretejidos en los versos de una obra de infinita polisemia, evidencia el intento del poeta de llegar a la sustancia última de la poesía, su definición en el aspecto intelectual pero podría decirse también su sabor, en definitiva la cuerda más íntima que han querido pulsar sus cultivadores de todas las épocas, es precisamente “Ah, que tu escapes”, de “Filosofía del clavel”, duelo y a la vez compulsión del poeta a la escritura:

“Ah, que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.
Ah, mi amiga, que tú no quieras creer
las preguntas de esa estrella recién cortada,
que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga.
Ah, si pudiera ser cierto que a la hora del baño,
cuando en una misma agua discursiva
se bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:
antílopes, serpientes de pasos breves, de pasos evaporados,
parecen entre sueños, sin ansias levantar
los más extensos cabellos y el agua más recordada.
Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses
hubieras dejado la estatua que no podía acompañar,
pues el viento, el viento gracioso,
se extiende como un gato para dejarse definir.”

La esencia huidiza de la poesía desencadena entonces el asedio eterno que es también el deseo de penetrar en lo desconocido, extender los límites de lo posible en materia de conocimiento poético del mundo, lo cual expresa en otros textos que integran el conjunto poemático, entre los cuales cabe citar “Una oscura pradera me convida”, “Pez nocturno” y “Queda de ceniza”, este último transido por lo imaginal que ha sustituido a la realidad.

En sentido general el poemario significó el asentamiento poético de una forma de expresión sin precedentes en su pluralidad y asintonía, que encontraría numerosos epígonos a lo largo de los años e incluso poetas de su generación que compartieron su credo estético sin mímesis sino como brújula para auténticas y personales indagaciones, como Eliseo Diego, Cintio Vitier y Gastón Baquero.

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