4.1.2.5 La poética de Justo Rodríguez Santos (1915 – 1999), sus versos en la revista Orígenes


Justo Rodríguez Santos nació en Santiago de Cuba en 1915 y murió en Nueva York en 1999. Además de poeta, fue guionista radial y colaboró en diversas publicaciones periódicas, fundamentalmente en Orígenes, en la que vieron la luz poemas suyos en los números 15, de 1947; 17, de 1948 y 33, de 1953. Fue también colaborador de las revistas “Verbum”, “Espuela de plata” y “Clavileño”.

Su obra poética publicada en forma de libro incluye los títulos siguientes: “Elegía por la muerte de Federico García Lorca”, 1936; “Luz cautiva”, de 1937, “La belleza que el cielo no amortaja”, 1950; “Los naipes conjurados”, 1979; “El diapasón del ventisquero”, 1976 y “Las óperas del sueño”, de 1981.

Aunque compartió el sentido de las búsquedas estéticas de Orígenes, su poética estuvo signada por reminiscencias neorrománticas y la propia impronta del purismo, el cual transpuso a versos de cerrada musicalidad, neoclásicos en su concepción y con una sensibilidad más bien al uso, sin hallazgos transformadores que sí sacudieron la poética de otros bardos de su generación origenista.

En la antología titulada “Diez poetas cubanos”, publicada en 1948, Cintio Vitier incluye parte de su obra y se refiere a la influencia de Rafael Alberti y Federico García Lorca en sus versos. Asevera también: “Si nos atenemos a lo más genuino y peculiar de su poesía, nos será fácil observar como fluctúa, siempre gobernada por la más absorbente y visible complacencia verbal, entre un espontáneo romanticismo que cuaja en reminiscente penumbra de imágenes o un develo vagamente onírico, y esa claridad marina, color a veces paradisíaco de la ausencia, en que el ensueño se abre a los diáfanos rumores de una isla inocente, mitológica.”

El tema de la muerte resulta recurrente en su poética, sobre todo en los versos que publicó en la revista Orígenes, con los títulos de “En los brazos azules de la muerte…” e “Invocación a la muerte”, en que esta se perfila como panacea y se asocia asimismo a la belleza; aunque sin gran despliegue conceptual. Específicamente el segundo de los poemas citados culmina con estos versos, sí de alguna raíz afectiva, subordinada al propósito puramente estético:

“Para que mi alma pueda
llegar hasta la tuya inmaculada,
que una sonrisa veda,
como flor resguardada
del viento que la sueña deshojada;

necesario sería
sepultar en la sombra su luz fuerte,
suspender su agonía…
para que salga a verte
en los brazos azules de la Muerte!”

Una nota inusual dentro de su poética es la que marca todo el texto de “Galope inacabado”, en el que predomina lo épico y una evocación de realidades sociales que lo acerca al tono de la vanguardia, sin concurrir a sus rejuegos verbales. El léxico es de una cotidianeidad y un fragor ajeno a las contemplaciones puristas:

“Escribe, escribe, escribe…
Los ríos, los poetas, le saludan
en cuanto los desata por su lengua;
un constructor,
un hombre con martillo, un carpintero,
un gigante con barbas, un monarca
con un cetro de yerbas, un poeta que se alza
en medio de un gentío,
u hormigas que le suben por las piernas,
de tejados con miles de cabezas
y pañuelos, gritando,
oyéndole ese trueno o catarata
que por sus labios rompe o se despeña
tatuando todo el mapa de selvas y de ríos,
de ciudades y negras chimeneas,
de obreros que a su oficio van cantando,
de seres que fornican libremente
multiplicando manos y labores,
graneros, instrumentos, herramientas,
aperos de labranza y de progreso,
iglesias, carreteras, altos puentes,
ciudadanos, soldados y poetas,
moviendo la montaña hacia la aurora.”

La obra de Justo Rodríguez Santos, si bien no participa del todo de las inquietudes de Orígenes, contribuye a la plataforma estética del grupo desde sus concepciones puristas, aportando toda la sonoridad intrínseca de su poesía y una visión de la belleza que estaba por encima de cualquier otro elemento configurador de lo poético.

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