4.1.2.9.6 La labor poética de Cintio Vitier (1921 – 2009) desde 1950 hasta 1955


En esta etapa de la obra poética de Cintio Vitier, este abandona un tanto el encapsulamiento precedente para desenvolverse hacia la luz, claridad expositiva que tiene algo asimismo de aquietamiento de una carga intelectiva que en ocasiones rebasaba su propio credo estético.

La etapa se inicia con la publicación de “Conjeturas”, en 1951; en el que todavía no aparecen claramente los signos de esta nueva etapa, dada por un lenguaje despejado de nubes retóricas; desde el punto de vista de los temas alude con énfasis a la pobreza material y también se anticipan algunos nuncios de su conversión al catolicismo.

Entre 1952 y 1953 concibe los poemas que formarán parte de “Palabras del hijo pródigo”, en que ya resulta explícita su fe católica, la cual mueve su poética hacia una entrañable religiosidad que se traduce en asimilación de lo real con un nivel más alto de espiritualidad, la creación deviene entonces extensión de lo divino y por ello el poeta aumenta su sensibilidad ante la belleza sin fisuras del universo.

En 1953 publica en la revista Orígenes el texto “Ofrecimientos”, largo poema de 5 secciones probablemente contenido también en “Conjeturas”, en el que se aprecia un trasunto de la turbulencia de la vida, expresión además de una agitación interior en que pululaban en cierto modo las criaturas de la poesía. En este texto lo onírico impregna también las visiones, pero desde lo desasido de la memoria:

“…Y acodado un jinete mira adentro
como a un sueño que ya no recordamos:
palacio prenatal, infierno cándido del pozo
levantando del hueco resonante,
con hálito hogareño y salvaje de raíces y nubes,
la desnudez profética del agua.”

En 1954 aparecen en Orígenes algunos de sus versos bajo el título de “Palimpsesto” y en 1955 el poema “El apócrifo”; en ambos se aprecia el rejuego entre escritura y verdad, etapa en que sin dudas primó la intelectualización de las indagaciones poéticas; sin embargo este último expresa una experiencia de honda desolación incapaz de sentirse y que por ello se impulsa cada vez más hacia el abismo, síntesis de un estado emocional previo a la serenidad de la fe:

“Los árboles callaban en sus sitios,
las nubes sigilosas combinaban
sus imágenes raudas y vacías,
el mar bañaba espejos y ciudades.
Yo le dije a mi alma: sueña!
Entonces un rumor
de grotescas, lejanas maquinarias,
me anunció que el deseo se acercaba.
Como siempre, empecé a sufrir y ansiar,
pero sólo una extraña indiferencia
se encendía en el centro
de mis actos más amados.
Quise apoyarme en una frente
y me espantó su condición abstracta.
No había caridad, nada era cierto.
Entonces miré de nuevo al mundo:
fingido eternamente me esperaba
sin otra apelación. Estaba condenado
a sostener el simulacro de la vida:
pues también yo imitaba mi esperanza
como un actor que no se hace
demasiadas ilusiones, pero tiene que seguir
todas las noches en la escena.
Entonces comprendí que era el infierno.”

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