4.2.7.3 La producción novelística de Alfonso Hernández Catá (1885 – 1940)


Alfonso Hernández Catá, a pesar de que su labor diplomática lo mantuvo mucho tiempo fuera de la Isla; y que en sentido general privilegió el estudio de los conflictos internos del sujeto, por sobre los de naturaleza social, muestra sin embargo en su novelística, al igual que en algunos de sus cuentos, preocupaciones en torno a la situación político – social del país.

Muchas de sus piezas constituyen novelas cortas, en ocasiones valoradas desde la cuentística. En 1909 publica “Pelayo González” y “Novela erótica”, en 1915, “Los frutos ácidos”, obra integrada por una serie de noveletas, entre las cuales se cuenta “Los muertos”, uno de los textos más logrados estéticamente del autor, expresión de connotaciones propias del modernismo.

En “Los muertos”, los hechos transcurren en un hospital de leprosos, quienes se encontraban aislados física y espiritualmente de la sociedad; aunque no ajenos al decurso del tiempo en el afuera. El texto propone una reflexión sobre el carácter liberador que puede tener la enfermedad, en tanto la sociedad misma está enferma de un mal peor; además, toma partido por los preteridos a través de los mecanismos de exclusión social, desposeídos y obliterados por sus seres queridos.

Ya en 1913 había publicado “La Piel”, en la que la acción aparece concentrada, desprovista de retoricismo, ubicada en el imaginario país de Taití pero con pretensiones atópicas en tanto afán de universalizar la cuestión de la discriminación racial como lastre que la humanidad aun seguía acarreando, atenazada por un sistema político propiciador de la desigualdad en todos los órdenes.

De 1922 data la que la crítica literaria ha considerado la mejor de sus obras novelísticas, “La muerte nueva”, en la que intenta desenredar la intrincada maraña de las pasiones humanas, en la que se ve envuelto su protagonista, nombrado Ramiro. Los retratos femeninos poseen algunos aciertos aunque la mujer se ve relegada a objeto amatorio, de acuerdo a cánones de arraigamiento secular que Hernández Catá no pudo transgredir completamente al plasmar su cosmovisión.

En 1928 concibe “El ángel de Sodoma”, que gira en torno al tema de la homosexualidad masculina, inusual en estos años a no ser por la obra de Carlos Montenegro que vería la luz 10 años después, “Hombres sin mujer”. En esta obra de Hernández Catá se evidencia el empleo de un cuidadoso método narrativo que dejaba poco margen a la improvisación, desde una proyección auténtica que no transita por los manidos convencionalismos sociales.

En sentido general toda su obra novelística centra la atención en conflictos individuales a veces truculentos, en los que el medio social pocas veces pasa de ser trasfondo, por lo que no se encuentran los rasgos de autoctonía natural o social sino un afán de penetración psicológica que inclusive dotaría a sus piezas de cierto atractivo para el ámbito de esta disciplina, de lo cual es muestra el hecho de que el psiquiatra español Antonio Vallejo Nájera dedicara un capítulo al estudio de su producción, en “Literatura y Psiquiatría”, de 1950.

El pintor Jorge Arche Silva (1905 – 1956), sus aportes a las Artes Plásticas cubanas
La obra plástica de Enrique Caravia y Montenegro (1905 – 1992)
Wilfredo Oscar de la Concepción Lam y Castillo (1902 – 1982), la trascendencia de su obra plástica
El escultor Teodoro Ramos Blanco (1902 – 1972), su obra
La obra plástica de Gumersindo Barea y García (1901 – ?)
El pintor Carlos Enríquez Gómez (1900 – 1957), un exponente imprescindible de las artes plásticas cubanas
La obra del escultor Juan José Sicre y Vélez (1898 – ?)
La obra del pintor y arquitecto Augusto García Menocal y Córdova (1899 – ?)