Manuel de Zequeira y Arango estudió historia y literatura en el Seminario San Carlos, donde fue condiscípulo y entabló amistad con Félix Varela. Procedía de una familia de alta sociedad y prestó servicio de armas en España y algunas de sus colonias. Representante en gran medida de la ideología de la clase criolla, asumía sin embargo la alianza económica y política de esta con la corona española y aspiraba implícitamente a un reconocimiento de la Isla como verdadero territorio español y no en condición de subalternidad. Sus últimos años de vida estuvieron marcados por el escepticismo, el desencanto y la demencia.

Su obra trasciende la versificación y la denominada poesía de circunstancia, características de etapas anteriores, para llegar a la lírica asumida como finalidad en sí misma, el arte por el arte y no como instrumento para otro fin, por válido que este pudiera ser. Su estilo de creación se inscribe en los marcos del neoclasicismo, del que constituye la expresión más depurada en la Isla y voz que alcanza renombre en el ámbito hispanoamericano.

Entona un canto exaltado de la naturaleza vernácula, por sobre aspectos del paisaje natural que pueden considerarse comunes a países y continentes de otras regiones geográficas, ello no implica disensión en lo político pero si muestra de una identidad que estaba emergiendo. Desarrolló una vasta producción poética y su obra más conocida “A la Piña” es citada como pionera de la tradición lírica nacional. El siguiente fragmento ilustra algunas de las características distintivas de su poética:

“Del seno fértil de la madre Vesta,
En actitud erguida se levanta
La airosa piña de esplendor vestida,
Llena de ricas galas.

Desde que nace, liberal Pomona
Con la mayor verde túnica la ampara,
Hasta que Ceres borda su vestido
Con estrellas doradas.”

El poema, que está compuesto en total por veinte estrofas, se basa en la construcción metafórica del arribo de la piña al Olimpo, donde los dioses beben su néctar y es considerado superior a la ambrosía. Si bien persisten los motivos grecolatinos que aluden al propio mundo clásico y al mismo tiempo europeo, en tanto este era el heredero de toda la tradición cultural helénica y latina, la alabanza a una fruta tropical indica asimismo una vindicación de todo el universo de ultramar y especialmente de la Isla.

El autor pone en boca de la diosa Venus una estrofa reveladora: “¡Salve, suelo feliz, donde prodiga / Madre naturaleza en abundancia / La odorífera planta fumigable!/ ¡Salve feliz Habana!.” En estos versos trasluce el sutil anhelo de reconocimiento y revalorización de lo insular por parte de España y en sentido general de las potencias europeas, pero no se anticipa ninguna tendencia separatista.

Zequeira fue uno de los poetas más publicados de su tiempo y legó una obra bastante prolífica y con valores notables desde el punto de vista estrictamente literario; desempeñó además funciones públicas como director del Papel Periódico de la Havana, en el lapso de 1800 a 1805, y fundó asimismo “El Criticón de la Havana”, en ambos otorgó un espacio a la literatura y a la crítica de costumbres, refiriéndose a la moda, los vicios, la salud, reuniones sociales y otros temas, con un enfoque moralizante pero con cierta dosis de ironía que forma parte del acervo del humor criollo.

A diferencia de otros géneros literarios, la poesía en Cuba alcanzó calidades que la situaron en un sitio destacado dentro de las letras hispanas. Con lógicas interacciones e imbricaciones, se pueden diferenciar dos períodos fundamentales: de 1790 a 1820 en que se desarrolla el neoclasicismo y desde 1820 y hasta 1868, etapa en la que impera el ideal romántico, aunque este continúa influyendo durante parte de las luchas independentistas.

Sobre el primer período acotado, Virgilio López Lemus refiere: “Entre 1790 y 1820, como fechas aproximadas, se extiende el lapso del neoclasicismo, caracterizado por formas clásicas semejantes a las que se emplean de preferencia en la metrópoli, con evocaciones de dioses grecolatinos y un singular canto a la naturaleza como aproximación asombrada, ingenua incluso, frente a la otredad que desea subrayarse, con clara voluntad de mostrar sus diferencias en relación con Europa”

El neoclasicismo llegó en un momento tardío con respecto a la producción poética europea, especialmente española, de donde bebía sus moldes y a la par sus rigideces conceptuales y formales. El contenido de la poesía cubana de signo neoclásico respondía ya a la naturaleza insular y esta distinción paisajística tendía asimismo a configurar la distinción política que se expresaba en el concepto en ciernes de la nacionalidad. Sin embargo en lo formal, las estructuras estróficas y los modelos versales, así como la propia concepción estética de lo poético, lo que se escribía en la colonia constituía mímesis de la propia poesía española. El poeta que sobresale dentro del clasicismo es Manuel de Zequeira, autor de la famosa oda “A la Piña”, y también son dignos de mención Manuel Justo de Rubalcava y Manuel Pérez y Ramírez.

Sin embargo, la trascendencia de la poesía cubana en la etapa está dada por la primera generación de poetas románticos, aun inspirados en moldes neoclásicos pero que eran ya portadores de una nueva sensibilidad: José María Heredia, José Jacinto Milanés y el singular Plácido, sin olvidar a Gertrudis Gómez de Avellaneda, que contribuyó a conformar después la tradición de esta corriente. El romanticismo de la etapa alcanzaría también altas cimas con las obras de Juan Clemente Zenea y Luisa Pérez de Zambrana.

Nuestro romanticismo no fue tan deudor de las letras hispanas, pues casi coincidieron en el tiempo, a diferencia del desfasaje acontecido con el neoclasicismo; sin embargo si estuvo bañado por las “aguas poéticas” del caudal francés. En cierto sentido, no representó una ruptura radical con el neoclasicismo precedente, sino que ocurrió más bien una transición gradual hacia sus cánones; sin embargo en el medio literario y las principales publicaciones de la época fue rechazado al principio -aceptado después con reticencias- por revertir significativamente la visión dogmática de orden, equilibrio y racionalidad propia de la poética neoclásica.

Aunque existen características comunes a todo el movimiento romántico que tenía lugar en Europa e Hispanoamérica, sus manifestaciones en Cuba, por las condiciones del país en cierto modo contradictorias de isla y colonia, revistieron un carácter peculiar. Vale destacar que la exaltación romántica del yo y su libertad individual –concebida de manera anárquica- en oposición a la moral social impuesta, se expresó en Cuba a través de un yo colectivo, una sociedad que en conjunto aspiraba a autoafirmarse en la libertad. Más allá de lo puramente literario, ello dotaría al romanticismo cubano de un contenido político y lo vincularía indisolublemente al anhelo independentista, sobre todo en materia de poesía.

En 1790 se inicia un período de institucionalización literaria que tiene entre otros asideros el surgimiento del papel periódico de la Habana, el cual a pesar de no ser el primero en la Isla, si capitalizó los debates políticos y literarios del momento, que adquirieron visibilidad a través de sus páginas. Los oficios vinculados a las letras comienzan a detentar el reconocimiento social que no habían tenido en la etapa precedente.

El despertar de la conciencia nacional se enmarcó en esencia en este período, manifestándose subsecuentemente en la literatura, ello en un contexto social y económico de auge de la burguesía azucarera y el inicio del reformismo político afín a estos intereses, representado en pensadores como Francisco de Arango y Parreño y José Antonio Saco, ya en la antesala del independentismo propugnado por Félix Varela y que arraigaría en la conciencia colectiva hasta desembocar en el inicio de la lucha de liberación nacional.

Bajo la égida de Don Luis de las Casas, Capitán General desde 1790 hasta 1796, continuó la aplicación de los principios del despotismo ilustrado auspiciado por Carlos III, quien ya había muerto en 1790. En 1793 se fundó la Sociedad Patriótica de la Havana, que devendría Sociedad Económica de Amigos del País, la cual además de fomentar el desarrollo económico, contribuyó a mejorar un tanto la situación de la educación y la cultura en el estrecho marco colonial. Un cierto auge cultural, que no se extendía a las capas más humildes de la población, se manifestó también en el cultivo de las letras, aunque con un atraso considerable pues la literatura se anquilosó en moldes neoclásicos cuando ya esta corriente agonizaba en España.

Este período representa la transición desde el despertar de la conciencia nacional hacia su manifestación más radical y definitiva en el independentismo, ello estuvo signado en las letras por la ruptura con el neoclasicismo y el inicio del movimiento romántico, que estuvo mucho tiempo impregnando el anhelo independentista en el ámbito literario. En el terreno político el independentismo se debatía aún con los vestigios reformitas y con determinados brotes anexionistas, lo cual tendría su expresión en la literatura.

La literatura producida en la etapa, más que constituir un reflejo de la formación de la conciencia nacional, fungió como catalizador de este proceso, la influencia española no fue asumida tal cual sino que se adaptaría a los elementos criollos, donde residía lo popular; el romanticismo francés ejerció asimismo un notable influjo sobre las letras cubanas, pero a través del tamiz criollo, lo que le otorgaría un carácter distintivo al movimiento romántico insular, a tono con las aspiraciones que se perfilaban cada vez con mayor fuerza con respecto a la independencia, la cual puede afirmarse que además de estar plenamente justificada como ideología en el plano intelectual, tenía su basamento sentimental en la corriente romántica.

El género del teatro al parecer se había limitado al ámbito de la representación, hasta la aparición de la obra “El príncipe jardinero y fingido Cloridano,” cuyo autor se ha demostrado que fue Santiago Pita (1693 – 1755), quien se desempeñó como capitán de milicias y llegó a ser alcalde del ayuntamiento de la Habana, donde nació. La obra fue escrita y publicada por primera vez en Sevilla, en el cuatrienio de 1730 a 1733, y se representó profusamente en esta y otras ciudades de España y también en las colonias americanas, aunque no se ha precisado la fecha exacta en que llegó a Cuba.

La pieza se inspira y reelabora el tema de Il príncipe giardinero, concebida en el siglo XVII por el italiano Giacinto Andrea Cicognini, aunque esto no mengua su originalidad. El argumento se asienta en pocos personajes, Fadrique, príncipe de Atenas y Aurora, infanta hija del rey de Francia, son los principales. El príncipe se enamora de la infanta después de haber dado muerte a su hermano, y para acercarse a ella se disfraza de jardinero y adopta el nombre de Cloridano.

Su creación se inscribe en los momentos finales del barroco y es el único ejemplo de manifestación de esta corriente en el teatro cubano. La historia propiamente transcurre de manera plácida y constituye un exponente más del galanteo amoroso y el triunfo final del amor. El personaje del príncipe es acompañado en muchas escenas por su criado Lamparón, y de ahí surge un contrapunteo lingüístico que sirve para caracterizar ambas personalidades de acuerdo a su origen social, y brindar también una dosis de humor, similar a lo que sucede con Sancho Panza y Don Quijote en la obra de Miguel de Cervantes.

El valor artístico de esta obra no reside solo en los aportes al teatro como género, pues contiene asimismo pasajes poéticos de elevada factura, émulos de los mejores versos de la lírica española del periodo:

“Si he de morir de miraros,
Y de no veros también,
Digo que elijo más bien
Morir antes que dejaros.
Imposible es olvidaros,
Y así, en tan severo mal,
De mi destino fatal
Quiero a muerte condenarme
Por no llegar a ausentarme
De vuestra luz celestial.”

Por un lapso secular la obra “El príncipe jardinero…” se ha considerado como ajena a la cubanidad, solo ligada a esta por el incidente fortuito de que su autor haya nacido en la Isla. Es cierto que el ámbito recreado no se corresponde con las locaciones tropicales ni en lo natural ni en lo social, además de que presumiblemente fue concebida para un espectador hispano; sin embargo, el empleo de americanismos y las particularidades de la rima, afín a ultramar, indican algo más que la mera procedencia de su autor, aunado a un sentido del humor que trasluce su origen criollo.

A pesar de los elementos señalados, la obra tuvo poca influencia en la creación teatral posterior, y ello se debe quizás a que su difusión fue un tanto tardía dentro de la Colonia. Su importancia para la literatura cubana no radica solo en que es el exponente más temprano de que se tiene noticias dentro del género teatral, sino que el texto posee valores encomiables desde el punto de vista del tratamiento estético del lenguaje y de trasfondo en cuanto a la concepción de los personajes, aunque no apunte hacia una renovación en el plano de las ideas.

El investigador Rini Leal llegó a afirmar: “es la obra menos española, la más burlona y corrosiva de todo el repertorio de su momento, porque precisamente es ya cubana en su choteo” y ello entronca con los propios orígenes de este “estilo” de humor, divergente en muchos aspectos de lo español, que tanto arraigaría en la literatura y en la vida cultural del país, por lo que constituye un elemento más para su inclusión dentro de la literatura cubana como una de las obras más significativas de la etapa.

El Choteo, modo muy latinoamericano y caribeño de nombrar o concebir el humor, está asociado indisolublemente a la clase de los criollos y su progresiva diferenciación cultural con respecto a sus ascendientes españoles y las propias raíces negras, sin negar ninguna de estas fuentes; incluso el fenómeno mereció un estudio particular llevado a cabo años después por Jorge Mañach en su ensayo “Indagación del choteo”.

Este estaba ya presente en la vida del pueblo, como vía simbólica de escape al ambiente opresivo que imperaba en la sociedad colonial; pero su irrupción en la literatura indica un paso más de toma de conciencia de lo autóctono y la elevación de temas populares al nivel de arte.

El presbítero Rafael Velásquez nació y residió en la Habana, pero no ha sido posible precisar los años exactos entre los que transcurrió su vida; la única obra de su autoría de la cual se tiene noticia, “Testamento de D. Jacinto Josef Pita” fue escrita en algún momento entre la Toma de la Habana por los Ingleses en 1762 y el período finisecular.

Los personajes son todos individuos que vivieron en la época, incluyendo el protagonista a que alude el título del texto y cuyo testamento en el ámbito de la ficción es encontrado por uno de los personajes, la lectura del mismo, en compañía de otros, entreteje el argumento y da pábulo a la recreación de un cuadro costumbrista en el que sobresale un lenguaje verdaderamente de pueblo y de calle, con marcado tono burlesco; a la vez que la influencia de la picaresca española enriquece la concepción humorística de la obra.

El hallazgo del testamento reitera el recurso del texto dentro del texto, muy usado en las letras hispanas. La obra no ha sido clasificada definitivamente dentro de ningún género literario, solo en el espacio abierto de la prosa y enmarcado en la llamada escritura costumbrista, sin embargo la preeminencia del diálogo la sitúa entre los antecedentes del teatro y a su vez contiene pasajes poéticos, en boca de uno de sus personajes, Juan Francisco Pita, zapatero y versificador, lo cual aporta un matiz lírico que enriquece el lenguaje de raigambre popular.

El texto no asume grandes pretensiones desde el punto de vista exclusivamente literario; pero si constituye testimonio de un lenguaje coloquial que existía paralelamente al de las élites cultas; y por lo tanto de la existencia y modo de vida de ese propio pueblo, a través de las peculiaridades de su registro lingüístico.

A pesar de que no se ha abordado con profundidad el estudio de esta obra, su valor para los anales de la literatura cubana es reconocido, y recientemente, en el año 2008, con motivo de la conmemoración de los 400 años de literatura en la Isla, la Editorial Letras Cubanas ha publicado un volumen que contiene este y los textos de “Espejo de Paciencia” y “El príncipe jardinero y fingido cloridano”, con lo cual se reivindica su condición de obra inaugural de nuestras letras, especialmente en lo que respecta al choteo.

La oratoria se refiere a aquellas piezas discursivas que tienen como propósito persuadir al público; como género literario focaliza el texto, obviando el tono vocal y la gestualidad que acompaña a la enunciación. La disposición de las partes del discurso y la elección de los vocablos se asocia asimismo a la elocuencia, cuyos principios recoge la retórica.

La oratoria sacra, contenida en los sermones eclesiásticos, alcanzó en Cuba un desarrollo notable con respecto a otras manifestaciones del período, lo cual se asocia a la sólida formación académica que la Iglesia proporcionaba a sus oradores. A su vez, dicha institución era fiel representante de los intereses de la Corona y de la construcción ideológica afín a los mismos, por lo que la intención persuasiva que animaba las prédicas no era solo de índole religiosa, sino que pretendía consolidar la dominación española y legitimarla desde el punto de vista espiritual.

El género contó con numerosos cultivadores, entre ellos José Julián Parreño (1728 – 1785) y Francisco Xavier Conde y Oquendo (1733 – 1799), quienes introdujeron innovaciones formales en sus sermones y en el caso del último discurrió también por cauces teóricos, como puede apreciarse en su “Discurso sobre la elocuencia” en la que apunta hacia una renovación de los cánones del género, a tono con el desarrollo que el mismo había experimentado en España y otros países europeos. Incluso su obra “Elogio de Felipe V, Rey de España”, obtuvo el segundo lugar en la primera edición del premio de la Real Academia Española.

Otro orador de renombre fue Rafael del Castillo y Sucre (1741 – 1783) quien poseía una rigurosa formación académica y se destacaba en el medio intelectual de su tiempo. Las obras suyas que han perdurado, no alcanzan el nivel estético de las que se conocen de Francisco Xavier Conde y Oquendo; pero en ellas se aprecia un trabajo estilístico que trasciende el marco de lo meramente argumental, como lo ilustra este fragmento del discurso pronunciado en un acto conmemorativo del primer aniversario de la caída del Morro (Carretera monumental Morro – Cabaña, Ciudad de la Habana) en poder del ejército británico, en la que ensalza la imagen del Capitán General Velazco:

“El se mueve, el manda, el grita, el aturde al cobarde, el inflama al animoso y se pasea eternamente acá en mi fantasía. Ella me presenta las menores particularidades de su traje y su figura. En su momento me alegra el alma la imagen de Velazco vivo, y me la turban las sombras de Velazco muerto. En la rápida sucesión de mis ideas yo desmayo y me aliento, y la misma palidez de su semblante, la misma falta de su sangre, me habla por la boca de sus heridas, agita mi espíritu y me introduce el consuelo hasta la médula de mis huesos”

Otra de las figuras que se destacó en la oratoria fue el padre Montes de Oca, de quién no se conocen los datos exactos de su natalicio y fallecimiento, el público lo bautizó con el seudónimo de “Pico de oro” por su elocuencia. Cabe mencionar a Juan Bautista Barea, quien concibió más de mil sermones, la mayor parte de los cuales se han perdido por no haber quedado constancia escrita, su obra más destacada es “Oración fúnebre en las exequias, que se hicieron en la Habana en sufragio del alma del Excmo. Sr. D. Matías de Gálvez, virrey de México, y en obsequio de su hijo el señor conde de Gálvez” de 1785.

En sentido general, la oratoria es el género literario que más se desarrolló durante el periodo investigado, tanto por la proliferación de autores como por la calidad artística de las obras que ofrecieron al público, ello también se explica a partir del respaldo institucional e ideológico que tuvieron sus cultivadores, quienes si bien en el plano de la lengua literaria iniciaron un movimiento de ruptura que abría un espacio hacia el neoclasicismo, en el contenido político se aclimataron a los intereses de la clase dominante.

 

José Martín Félix de Arrate constituye sin dudas uno de los autores más relevantes del período. Incursionó con relativo acierto en distintos géneros literarios, entre sus obras se encuentran la tragedia “El segundo robo de Elena”, la “Novela al ínclito mártir San Ciriaco” y “Llave del nuevo mundo, antemural de las indias occidentales. La Habana descripta: noticias de su fundación, aumentos y estado”

1.2.1 (a)En sus textos historiográficos es patente el empleo de un cúmulo notable de información, a pesar de que este es filtrado de acuerdo a sus intereses. Su narración de la conquista española aborda muy de soslayo el tema de la crueldad y el exterminio de los nativos, fenómeno que es visto solo desde una perspectiva económica en tanto hubiese resultado más barato que se reprodujeran las poblaciones aborígenes, en vez de transportar negros desde África. Igualmente al criticar la esclavitud sus argumentos tienen esta misma naturaleza y un matiz ético más diluido.

En sus textos no se evidencian todavía las contradicciones entre insulares y peninsulares que más tarde devendrían antagónicas, y están permeados de un tono laudatorio hacia las autoridades representativas de la Corona Española a las que generalmente van dirigidas; sin embargo Arrate enaltece las virtudes y exuberancia de la tierra, se detiene en la descripción de frutos y rasgos autóctonos de la naturaleza y se refiere ya a “nuestra patria” desde un ángulo emotivo. Lo más destacado en este sentido son sus indagaciones etológicas sobre los criollos, a los cuales caracteriza y alaba de un modo que recuerda – en puridad anticipa- el contenido de “Vindicación de Cuba”, de José Martí.

En el aspecto formal su escritura rompe con el barroco y se adelanta en algunos años al neoclasicismo, no obstante al estilo desaliñado, como el mismo autor lo calificara en la dedicatoria de “Llave del nuevo mundo…”. Su obra poética –ignota en la mayor parte, excepto los textos que aparecen en el cuerpo de otras obras- no alcanzó giros singulares pero merece ser reseñada dentro de la época y exigua vida literaria del país. El siguiente soneto aparece como colofón de la obra historiográfica citada:

“Aquí suelto la pluma !oh patria amada,
Noble Habana, ciudad esclarecida!
Pues si harto bien volaba presumida,
Ya es justo se retire avergonzada.

Si a delinearte, patria venerada,
Se alentó de mi pulso mal regida,
Poco hace en retirarse ya corrida,
Cuando es tanto dejarte mal copiada.

Mas ni aun así ha logrado desairarte;
Pues si tanto hijo tuyo sabio y fuerte
En las palestras de Minerva y Marte

Te acreditan y exaltan, bien se advierte
Que donde han sido tantos a ilustrarte,
No he de bastar yo solo a obscurecerte.”

En síntesis, sus textos constituyen fuentes documentales primigenias (avaladas además por el empleo de otras muchas, algunas de las cuales se desconocen en el presente) para reconstruir la historia de la más temprana etapa colonial. Muchos pensadores y literatos posteriores desarrollarían con mayor profundidad ideas que ya estaban patentes o latentes en el corpus historiográfico de Arrate, por lo que puede considerarse un precursor en este sentido.

Los primeros antecedentes textuales que reflejan la intención de recoger la línea del acontecer pretérito de la Isla, datan del siglo XVIII, constituyendo los anteriores un vacío en ese sentido, pues no ha perdurado ninguna obra gestada en el transcurso de los mismos, aún así no es dable presumir que no existieran tentativas en la materia.

Quien primero en las letras se interesó por dar cuenta del pasado fue el presbítero Onofre de Fonseca (1648 – 1710), autor de “Historia de la aparición milagrosa de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre”, de 1703. La condición de antecedente de la redacción histórico – literaria que se le concede a esta obra no está dada por el tema, de raigambre religiosa y popular, ni por el tratamiento que se le da al mismo como hecho incontrovertible; sino por el empleo de fuentes como elementos probatorios y la implícita vocación de rescatar el pasado y darle cuerpo a la tradición.

En bibliografías posteriores se refleja la existencia de textos que nunca fueron hallados, quedando noticias solo de sus títulos, y autores en algunos casos. Entre estos se encuentra “Carta y relación de la Isla de Cuba y sus particularidades, con tres historias de los Gobernadores de la Habana desde el año 1549 hasta 1725, de los Obispos hasta 1705 y de los Virreyes de México”, de Ambrosio de Zayas Bazán (1666 – 1748). Así ocurrió con otras obras, vale citar los textos perdidos de “Historia de la Universidad literaria de San Gerónimo de la isla de Cuba”, del presbítero José Manuel Mayorga y “Noticias de los escritores de la isla de Cuba”, sugerentes por sus títulos para la reconstrucción del panorama literario de la época.

La figura del obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz (1694 – 1768) se destaca en el despuntar de la historiografía, a la que legó algunos aportes significativos, su obra de mayor calibre, con el consenso de muchos especialistas, es “Visita apostólica, topográfica, histórica y estadística de todos los pueblos de Nicaragua y Costa Rica”, de 1751, en 1746 había escrito “Relación de las tentativas de ingleses en América” y en 1749, “Relación histórica de los primitivos obispos y gobernadores de Cuba”, lo que implica un espectro de tópicos relativamente amplio.

1.2 (a)Como parte de sus funciones episcopales, también escribió textos que constituyen testimonio de hechos y situaciones en las que se refleja la vida desnuda de la colonia. La “Carta pastoral del Illmo. Sr. Obispo de Cuba a su diócesis con motivo del terremoto acaecido en la ciudad de Santiago y lugares adyacentes”, de 1766, contiene párrafos reveladores:

“El poderoso chupa la sangre del pobre, se engrossa con el sudor de su frente, se haze fuerte con sus jornales, falta a la fee de los contratos, trasspasa el termino de los plazos, extuerze unas usuras desmedidas, y nada perdona por apagar una infame sed del oro, y todo lo logra impunemente con mantener unos pleitos de por vida, de que no se desenvuelven los nietos. Los pobres, acosados de semejantes tiranías, se entregan al ocio, y no trabajan, sino es en vencer sus necesidades con los hurtos, las rapiñas, contemplaciones criminales y juramentos falsos”

Las obras en general adolecen de la función analítica indispensable al rigor histórico, así como están cargadas de detalles que traslucen dificultades del autor para discernir entre lo principal y lo accesorio en la descripción de los hechos; el estilo tampoco es depurado pero si se evidencia el propósito de exponer con claridad los acontecimientos. Sin embargo, la simple voluntad de historiar el devenir de la Isla, en ocasiones con una perspectiva más próxima a la crónica, lo sitúa entre los padres del género en el contexto insular.

Esta obra, única que se atribuye a Silvestre de Balboa (Gran Canaria, 1563 – Puerto Príncipe, 1644), fue dada a conocer en 1608 (aunque padecería después un silencio secular), relata el episodio del secuestro del Obispo Fray Juan de Cabezas Altamirano en 1604 por el pirata francés Gilberto Girón y coterráneos que lo retienen prisionero en la nave, su rescate y la posterior venganza del pueblo de Bayamo, por la mano de Gregorio Ramos y sus hombres.

Consta de dos cantos, el primero de ellos abarca la perpetración del secuestro y las peripecias del rescate, y el segundo refiere la ejecución de la venganza. Está compuesta en octavas reales, estructura estrófica por antonomasia de la épica culta, de origen italiano.

El texto está sesgado por el maniqueísmo del autor al calificar de manera absoluta a los personajes dentro del bien o del mal, entiéndase que aunque se ha constatado la existencia real de todos los personajes que se mencionan, el tratamiento moralizante que se les da en el texto los aleja de sus referentes en la realidad. El obispo y su religiosa paciencia para sobrellevar el cautiverio son exaltados hasta límites que rompen con cualquier principio de verosimilitud, a la vez que al pirata le son atribuidas todas las características del antihéroe; y el rescatista es idealizado como titán épico.

La obra, más que expresar la personalidad de los participantes o la verdadera naturaleza de los hechos, al ser ejemplo de la llamada poesía de circunstancia que se cultivó en estos siglos; constituye un reflejo de la insularidad, tanto por la referencia a flores, frutos, aguas del paisaje natural; como al “paisaje social” que incluye el auge del contrabando para eludir las férreas leyes comerciales impuestas por la Corona Española y el espectro de clases sociales que toman parte en cada uno de los episodios tratados. La llaneza del estilo la aleja del barroquismo en boga a nivel mundial para acercarla a la percepción popular.

El texto no fue descubierto hasta 1838, por el investigador José Antonio Echevarría, quien presentó un fragmento en la revista “El Plantel”. La publicación de la obra en su totalidad tardaría varios años, una de las ediciones más valiosas en cuanto a estudios críticos complementarios fue la llevada a cabo por Cintio Vitier en 1962. Otra edición más reciente, significativa por su rigor crítico y por ubicar la obra en su contexto documental e histórico, es la concebida en el 2009 por la investigadora española Graciela Cruz – Taura , con el título de “Espejo de Paciencia y Silvestre de Balboa en la Historia de Cuba”.

Los valores intrínsecos de “Espejo de Paciencia” son discretos si se confrontan con el renacer de la literatura y las artes que se había experimentado en Europa y en Hispanoamérica, aún así algunos versos descuellan por su tratamiento lírico: “Saltan en tierra con gallardo brío; / pisan soberbios la menuda arena, / disparan balas por el aire frío, / cual si en su patria fuesen, no en la ajena.”

El texto es antecedido por seis sonetos que aunque no constituyen elevados exponentes de esta modalidad métrica, si reflejan la existencia de un quehacer poético que daba cuenta ya del ámbito material y espiritual propio de la Isla. En resumen, a pesar de las limitaciones señaladas, el conjunto de la obra “Espejo de Paciencia” constituye una muestra digna de estudio y fuente de aportes al proceso de conformación de nuestra identidad literaria.

Desde el descubrimiento de la Isla y el inicio de la conquista española hasta redacción de la obra “Espejo de Paciencia” en 1608, se sitúan los primeros antecedentes de la literatura ulterior. El Diario de Cristobal Colón y las crónicas de la conquista de Indias contienen las primeras referencias al entorno paisajístico cubano, y durante el siglo XVI se realizaron modestos intentos para difundir el idioma español y la enseñanza; a pesar de que la vida cultural de la colonia era aún incipiente, es de suponer que existieran cultores de las bellas letras entre intelectuales y catedráticos, pero no ha llegado hasta nuestros días ningún texto que date de estos años.

Durante el período que se extiende entre 1608 y el fin de la colonización española en 1898, se desarrolló el proceso de cristalización de la nacionalidad y aparejado a este la concreción de una literatura de verdadera impronta nacional. Las corrientes literarias que se suceden o superponen a nivel mundial, fundamentalmente el barroco, neoclasicismo, romanticismo y modernismo inicial, son dotadas por nuestros autores de un cariz criollo, que se expresa en el canto a la naturaleza vernácula y adquiere matices independentistas, aspecto que alcanza su clímax en el período de luchas que se inicia en 1868, con una aparente interrupción desde 1878 hasta 1895, y pone fin a la dominación española.

El período de las manifestaciones iniciales es enmarcado por muchos investigadores desde la conquista hasta 1790 . La obra “Espejo de Paciencia” constituye la primicia de la literatura en Cuba, exponente de poesía épica que refleja el auge del filibusterismo. La lírica dejó algunas obras menores que no alcanzaron trascendencia, sobre todo versos de circunstancia, dotados de cierto culteranismo que no se correspondía con la simplicidad conceptual de fondo, y los alejaba a la vez de lo popular; la Toma de la Habana por los Ingleses en 1762 suscitó algunos de estos versos. En esta etapa también se manifiestan los primeros antecedentes de la décima, sin que alcanzaran notoriedad. El teatro contaba con escasos exponentes, entre los que se destaca como obra fundacional “El Príncipe jardinero y fingido Cloridano”, de Santiago Pita.

A los siglos XVII y XVIII se remontan los antecedentes de la historia desde el punto de vista de la elaboración literaria, con nombres como Pedro Agustín Morell de Santa Cruz y José Martín Félix de Arrate, quien también se dedicó a la composición poética. La oratoria sagrada se desarrolla en el siglo XVIII, y alcanzó altos vuelos dentro del género, pero constituía expresión de la clase dominante en cuanto a la escisión entre criollos y peninsulares que se iba perfilando cada vez con mayor fuerza.

La fundación de la Universidad de la Habana (Colina Universitaria, Vedado, Ciudad de la Habana) en 1721 y el establecimiento de la imprenta en 1723, contribuyeron a desarrollar la instrucción y la cultura en general, y específicamente la imprenta representó un impulso significativo para la creación y difusión de la literatura. En sentido general en el período se gesta una sensibilidad insular distinta a la de la Metrópolis, y se conforma un acervo literario del que se nutrirían autores posteriores y que alcanzaron mayor calidad estética en sus obras.

El Teatro Cubano es un arte milenario ya que sus orígenes lo encontramos en los areitos, ceremonias realizadas por los primeros habitantes cubanos, de ahí que sean consideradas como nuestra incipiente expresión cultural. Desde su aparición, el teatro en Cuba está representado por un sinnúmero de destacados actores, compañías teatrales y dramaturgos, los cuales han llevado a escena obras cubanas y foráneas que evidencian el alto nivel que posee esta manifestación en la Isla.

El teatro es una manifestación artística universal muy antigua, tanto que puede ser comparada con la sociedad misma. Con el acaecer histórico este ha ido transformando sus funciones, pero a su vez ha preservado la capacidad que posee de hacer al hombre meditar mientras se estremece y llora, o mientras ríe.

Es el conjunto de artes escénicas (obras teatrales, ópera, opereta, ballet); por su alto valor y su exquisita exuberancia, el teatro es considerado el receptor de las artes. Está constituido por el conjunto de creaciones de los pueblos, propios de una nación o de la literatura. Él facilita la interrelación que se produce entre el arte, la expresión, la herencia, la dramaturgia, la literatura y la actuación.

Los cubanos tenemos la dicha de disfrutar del espectáculo teatral muy a menudo, ya sea en festivales o en las cuantiosas puestas en escenas que se llevan a cabo durante todo el año, pues existen numerosos grupos teatrales, conformados tanto por aficionados como por profesionales, provenientes de lo largo y ancho del archipiélago cubano.

El teatro nos ofrece la fortuna de engrosar nuestro horizonte cultural a la par que te recreas; pero además, podemos desarrollarnos como individuos, como seres humanos, al entristecernos o reír ante las situaciones de la vida que se representan en los escenarios.

En las representaciones de las obras teatrales, no sólo son los libretos los que intervienen, sino es un trabajo en el que se unifican las fuerzas y funciones de la música, la escenografía y la labor en conjunto de un personal preparado para la misma.

El acontecer del teatro cubano, al igual que el resto de las naciones que fueron colonizadas por los hispanos, ha imitado los modelos teatrales de la colonia española.

Desde su surgimiento, el hombre ha producido música para todas las ocasiones de su vida. La música cubana ha amenizado faenas con cantos e instrumentos musicales que llevan el ritmo del trabajo y la vida diaria, constituyendo la expresión más tradicional de nuestro pueblo. Ha sido creada por elementos de distintos grupos étnicos que han sido parte de la historia de nuestra nación.

La música cubana exhibe componentes folklóricos o formas de expresión populares y también expone la llamada música culta, estos componentes han influenciado progresivamente en el modo de hacer musical de otras culturas. El caudal de la música cubana principalmente en lo que se refiere al color instrumental y a la opulencia poderosa de sus patrones rítmicos, la hace contagiosa. Es aquella que nos identifica y nos hace que seamos nosotros. Nuestra música es patrimonio cultural, un valioso tesoro nacional que nos distingue social y culturalmente como cubanos en cualquier lugar del mundo que nos encontremos.

De continuas mezclas, fusiones y transformaciones se compone la tradición musical cubana, el modo de festejar, cantar y bailar, de hacer música. Es una tradición inquieta, multiforme, en la que la combinación y recombinación de géneros y tendencias, con el ascenso constante de elementos melódicos, armónicos, rítmicos e instrumentales de procedencias y naturalezas disímiles siempre está en constante movimiento.

La riqueza de la creación musical cubana ha estado presente en todas las épocas, ha materializado nuestras raíces, ha llegado a todos los rincones del archipiélago y ha traspasado fronteras en todas sus formas, giros y matices.

Según afirmó Alejo Carpentier: “…Todo esto habla mucho de la riqueza de la música cubana, de su diversidad actual, de su multiplicidad de expresiones. La música cubana es una fuerza de nuestro tiempo… Pero si otros géneros envejecieron en menos de treinta años, la música cubana sigue corriendo por el mundo… y lejos de agotar sus expresiones, se enriquece cada día con nuevos géneros, nuevas modalidades, nuevos tipos de instrumentaciones y de interpretación. Esto nos lleva a preguntarnos, ante el hecho de su existencia, ¿y cómo ha nacido esa música?, ¿de dónde proviene?, ¿cómo fue adquiriendo su carácter inconfundible?…”1

1 24 de junio de 1966 De Alejo Carpentier. LA CULTURA EN CUBA Y EN EL MUNDO. Conferencias en Radio Habana Cuba (1964-1966). Introducción, versión, notas e índices por Alejandro Cánovas Pérez y José Antonio Baujín. Letras Cubanas, La Habana, Cuba, 2001.