Luisa Pérez de Zambrana es exponente de la sencillez lírica que acompañó a la segunda generación romántica, la cual reaccionaba contra el excesivo retoricismo de la primera etapa. A diferencia de Gertrudis Gómez de Avellaneda, quien si recibió el beneplácito encomiástico de sus contemporáneas, Luisa Pérez fue más admirada por su trato cordial, la fidelidad a su esposo, la amabilidad hacia el prójimo, y otros atributos de su personalidad que resaltaban en los círculos sociales en que se movía la autora.

Su obra, aunque no era desdeñada, no se adecuaba al gusto popular por la propia sencillez e incluso el tono coloquial que después anclaría con tanta fuerza en la poesía cubana, ello no desdice de un tratamiento estilístico superior, patente en las propias modificaciones que se observan en los mismos poemas en sucesivas ediciones.

Despierta gran curiosidad el contraste existente entre la altura de su lenguaje artístico y la mediana educación que recibió en el seno de su familia, aunque ciertamente no se ocupó de grandes temas filosóficos y sí de la naturaleza, primero como matriz protectora y ya después desde el desamparo ante la tragedia que siempre rondó su vida; sobre todo a partir de la muerte de su esposo y de otros familiares, incluso sus hijos, a muchas de las cuales dedicó conmovidas elegías, insoslayables en la historia lírica del país.

Uno de sus poemas más conocidos: “A mi amigo A.L” revela la esencia de sus concepciones éticas y estéticas:

“pinta un árbol más bien, hojoso y fresco
en vez de pedestal, y a mí a su sombra
sentada con un libro entre las manos
y la frente inclinada suavemente
sobre sus ricas páginas, leyendo
con profunda atención; no me circundes
de palomas, de laureles ni de rosas,
sino de fresca y silenciosa grama;
y en lugar de la espléndida corona
pon simplemente en mis cabellos lisos
una flor nada más, que más convienen
a mi cabeza candorosa y pobre
las flores que los lauros”

Además de la frescura del paisaje y el justo acomodo que encuentra la autora a su regazo, bajo su sombra protectora; llama la atención la antítesis que establece también entre su cabeza, “pobre” y las “ricas” páginas del libro en que concentra toda su atención. Está aquí ya latente la idea de ser una “servidora” de la poesía, más que utilizarla para encumbrarse o alcanzar algún fin social.

Luisa Pérez condenó también la inferioridad social de la mujer; pero ello solo en el campo de las letras porque a diferencia de la Avellaneda sus hábitos de vida no quebrantaron la rígida moral social regente.

Su larga vida le permitió ser testigo de gran parte del proceso de formación de la nacionalidad, las luchas por obtener la independencia del yugo colonial español y la frustración republicana; pero aun cuando alguna de sus piezas tratara de soslayo estos tópicos, no conmovieron sus fibras más íntimas y se mantuvo al margen del ímpetu libertario, segregada un tanto de las aspiraciones de la sociedad de su tiempo. Su poética estuvo inmersa en temas personales y familiares, que acarrearon un incisivo dolor que se intuye a pesar de cierto pudor expresivo, y tienen todo el mérito de la autenticidad e incluso ingenuidad con que se expuso a sí misma.

Si bien Zenea asimiló la tradición lírica del país, los presupuestos de la escuela romántica cubana y el nativismo que estaba en las bases del pujante sentimiento de nacionalidad, sus incursiones poéticas indican que el autor bebió de fuentes universales, al desligarse un tanto incluso del romanticismo español – exceptuando la poética de Bécquer, de cuya sensibilidad fue muy afín- y desarrollar líneas creativas vinculadas a los movimientos románticos que tenían lugar en Francia e Inglaterra.

El paisaje juega un nuevo papel en su obra, no como distintivo de la identidad insular sino como cuadro al que transfiere su estado afectivo, lo cual fue común a casi todo el romanticismo europeo. Sus versos producen el efecto de ser fruto de una inspiración repentina y sostenida, que lo lleva a un mundo interior signado por la ausencia, lo incorpóreo y la nostalgia evocadora; sin embargo, una lectura más cuidadosa revela el exquisito tratamiento de los tópicos y el cincelado formal, con una voluntad de estilo que no anula la fluidez expresiva.

Su poema más conocido y uno de los mejores logrados en la historia de la lírica nacional, ha sido sin dudas “Fidelia”, que culmina con las siguientes estrofas:

“¡Bien me acuerdo! ¡Hace diez años!
¡Y era una tarde serena!
¡Yo era joven y entusiasta,
Pura, hermosa y virgen ella!
Estábamos en un bosque
Sentados sobre una piedra,
Mirando a orillas de un río
Como temblaban las yerbas.

Yo no soy el que era entonces,
Corazón en primavera,
Llama que sube a los cielos,
Alma sin culpas ni penas
Tú tampoco eres la misma,
No eres ya la que tú eras,
Los destinos han cambiado:
Yo estoy triste y tú estás muerta”

El “temblor de las yerbas” parece aludir al propio estado físico y espiritual de los amantes, la deliciosa incertidumbre que un ser puede despertar en el otro, pero todo ello desde la placidez y la confabulación del entorno con el encuentro amoroso. Este pasado es contrapuesto con el desolado presente en casi todas las estrofas, provocando una creciente melancolía, propia del tono elegíaco que caracteriza a este y otros poemas de fuerte estro romántico.

Sobre su lugar dentro del romanticismo, Raúl Roa expresara: “Zenea supo, como pocos, infundirle sustancia poética a la espesa melaza del sentimentalismo literario y del llanto retórico. Uno de sus méritos más relevantes es haber sorteado airosamente el estrago (…) de la delicuescencia y el gemido”. El romanticismo de Zenea fue auténtico en cuanto a la visión trágica de la existencia, no se trató solo de una mera pose literaria, y su destino, como el de tantos otros que escribieron y vivieron de acuerdo a los cánones de esta corriente, vino a confirmarlo brutalmente.

Sobre la posición política asumida por Zenea, este condenó en sus versos el ajusticiamiento de Narciso López en 1851, quien encabezó una expedición armada hacia Cuba con el objetivo de provocar un levantamiento contra España. El anexionismo que propalaba, aunque no fuera una alternativa válida para el país, constituía una manifestación de antiespañolismo y en definitiva Zenea simpatizaba con esta y con la bizarría inobjetable de Narciso López.

Sin embargo en 1870 el poeta viajó clandestinamente a Cuba desde los Estados Unidos, para cumplir una misión de la Junta de Información de Nueva York; pero simultáneamente portaba un salvoconducto del Embajador de España en los Estados Unidos y al parecer una propuesta de autonomía para los insurgentes. Estas circunstancias no han sido del todo explicadas, pero Zenea fue capturado y fusilado en la fortaleza de la Cabaña en agosto de 1871.

Las piezas poéticas que gestó en prisión, recogidas en “Diario de un mártir” expresan sobre todo el amor a su esposa y su hija y la evocación del cálido ambiente familiar, no contienen referencias a la Patria y no se aprecian sentimientos de culpabilidad sino una integridad moral sorprendente ante la inminencia de la muerte.

La obra poética de Joaquín Lorenzo Luaces se ha considerado como desligada de su contexto epocal, no por sus intereses temáticos, que incluyeron la necesidad de la independencia de Cuba tanto en expresiones verbales directas o desde la construcción de universos alusivos, transferencia y análisis de problemáticas similares en otras latitudes, situaciones en que terminaba siempre abogando por la libertad. Muchos de sus poemas fueron censurados por la metrópolis a causa de esta aspiración, más explícita o interpretada desde la implicitez, pero presente en la raíz de sus versos.

Sin embargo en cuanto a estilo, no se adecuó a las normas literarias vigentes y construyó un discurso lírico que en la opinión de algunos no tendría precedentes ni epígonos. Su eclecticismo incluía rasgos neoclásicos, aspectos de la primera y la segunda generación romántica y elementos de la estética modernista que estaba ya tomando cuerpo en la poesía cubana. “la lectura de su poesía muestra una voz definida, armónica, por sobre la cual corren los vientos de la moda sin agrietarla ni ganarla definitivamente: son añadido juguetón o libresco de un sistema poético siempre identificable, ecos de la época a la que el poeta no pudo –no quiso- permanecer indiferente, persuadido de la misión social que le correspondía como escritor”

José Lezama Lima lo incluye entre sus preferidos en unos apuntes recopilados en el año 2010; sin embargo difiere en cuanto a que el autor haya tenido realmente voz propia dentro del concierto poético y cultural de su tiempo: “Luaces queda como prototipo de una poesía indecisa, que prueba fuerzas en las más variadas maneras de expresión, pero sin alcanzar una cabal y plena modalidad”

Entre los poemas seleccionados por Lezama, se encuentra “A la muerte de la Bacante” y “Cuba. Poema mitológico”. El primero de ellos posee una carga erótica notable para la época:

“Erígone en desorden la melena,
de Venus presa, con ardor salvaje,
oculta apenas en el griego traje
los globos de marfil y de azucena.

El seco labio que el pudor no frena
del lienzo muerde el tempestuoso oleaje,
y rasgando el incómodo ropaje
besa y comprime la tostada arena.

Ebria de amor, frenética de vino,
en torno extiende la febril mirada,
mal tendida en las piedras del camino.

Y al contemplarse sola, despechada
se oprime el pecho, con rumor suspira,
cierra los ojos, y gozando expira”

Luaces concibió la poesía como un acto volitivo por el cual se creaban filigranas líricas, un afán estético consciente del autor, y esta actitud estuvo sin dudas emparentada con el movimiento parnasiano que se desarrollaría años después, y marcaría toda su producción literaria, sobre todo aquella en que se atuvo a las formas más clásicas y pulimentadas.

Desde el punto de vista ideológico, el credo separatista es inteligible en numerosas piezas, no solo con metáforas de contenido antiespañol, sino también por las figuras históricas a que rindió tributo y el propio nativismo que reivindica una identidad contrapuesta a la cultura hispana importada. Sin embargo, mantuvo de modo contumaz una postura racista que superaba incluso a la de sus coterráneos en la época. Fue un apólogo del trabajo como motor del progreso, lo cual ha motivado que algunos exégetas lo relacionen con el Socialismo, aunque esto constituye una conjetura muy poco fundada.

Sin embargo, es innegable que fue uno de los primeros poetas en asumir el arte desde un vínculo de compromiso con la sociedad y coadyuvó a la formación de la nacionalidad desde su reflejo literario.

Rafael María de Mendive, más conocido por haber sido el maestro de José Martí que por sus aportes a la poesía cubana, formó parte del salto que experimentó el género, desde el primer romanticismo, signado por la retórica enérgica y un lenguaje ampuloso y exteriorista -a pesar de pretender plasmar profundidades sentimentales- a una expresión más sencilla e intimista.

Mendive dominaba un variado registro de estructuras estróficas y versales, la musicalidad de sus creaciones ha sido estudiada a fondo por los críticos y constituye uno de sus principales aciertos.

Aunque su poética no asume todos los presupuestos de la corriente nativista, si se vuelve hacia la naturaleza con una mirada ingenua y asombrada, como objeto de goce estético y también refugio de la vida y la muerte del hombre. A la vez, su sensibilidad ahonda también en la vida campesina desde un punto de vista social, al describir sus miserias, y rozar con osadía las causas políticas subyacentes. En este sentido, su visión recuerda el tópico de “las bellezas del físico mundo / los horrores del mundo moral” con que Heredia se refería a Cuba.

En el aspecto moral, el poeta tenía concepciones rígidas sobre las buenas costumbres y una perenne obsesión por la pureza. Ello no se plasma como tal en una zona específica de su obra sino que recorre el espectro de sus versos como un trasfondo desde el cual resemantiza los fenómenos de la realidad en su lírica. Muy ligada a esta ética estaba la religiosidad manifiesta en sus versos, pero aunque profesaba el cristianismo, no fue sin embargo un creyente ciego, sino que se cuestionaba la culpa original y el propio estado de la creación.

Aunado a esta religiosidad estaba la concepción mística del dolor como único camino para la purificación del alma, así como el énfasis en la transitoriedad del mundo y la insignificancia de la existencia humana:

“!Dolor! ¡Siempre dolor! ¿Qué Dios encierra
Desde el Edén y su dolor primero,
Ese Ideal que pasa por la tierra
Como fatal reguero
De dudas tormentosas
De fiebres, de delirios, de ilusiones,
Engendros de satánicas pasiones,
Soberbias, de la carne voluptuosa…?
(…)
Al eco de mi voz, desaparece
El punto luminoso,
Y en armónicas ondas, himno hermoso
De celestiales cánticos, parece
Que esparcen por los ámbitos del mundo
Las arpas de los ángeles en coro…
¡Oh! Dios! A quien adoro!
-Exclamo al despertar, con alegría,-
Arrebata en tu llama creadora
Cuanto ya queda de existencia mía,
Y cuanto he sido, y soy, un sueño sea
Donde libre de humanos ideales,
Al abrirme tus puertas inmortales
Amor, eterno amor tan solo vea…!”

Incursionó también dentro de la épica, en este sentido su poema “Los dormidos” del que algunas estrofas fueron suprimidas por la censura, constituye una muestra representativa de esta faceta no solo del autor sino de toda la poesía cubana. Su título es alegórico a los españoles que domeñaban la Isla, “dormidos”, ciegos ante la situación de degradación social imperante y el empuje independentista que había resultado en el estallido de la Guerra de los Diez Años. Además de los méritos literarios inherentes a muchas de sus obras – otras no gozaron de igual suerte- el poeta jugó un papel importante en la formación de Martí y la gestación de las ideas medulares que llevarían al Apóstol a organizar la Guerra Necesaria.

Gertrudis Gómez de Avellaneda fue una de las voces más trascendentes de la lírica femenina de su tiempo. De marcado espíritu romántico, sus contemporáneos la homenajearían con el apelativo de “décima musa” por la calidad estética de su obra y el gran número de piezas, no solo poéticas sino también de los ámbitos del teatro y la narrativa, que se debieron a su talento.

En 1836 emigra a España y este año marca, según el consenso de muchos críticos, el verdadero despuntar de su proyección literaria. Uno de sus poemas de más alto vuelo, quizás genuinamente cubano en tanto la autora no había pisado aun tierra española, titulado “Al partir”, fue precisamente compuesto antes de su viaje a España. Destaca la primera estrofa por su alusión directa a Cuba:

“¡Perla de mar! ¡Estrella de Occidente!
¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo
La noche cubre con su opaco velo,
Como cubre el dolor mi triste frente.”

En la península ibérica transcurrirían 23 años de su vida, es allí donde pule definitivamente su instrumento poético, con una fuerte influencia de la literatura hispana, padece las contradicciones sociales de la época, experimenta en propia carne los goces y tragedias del amor, y plasma todo ello en sus obras de una manera magistral; aunque en la actualidad estas no son percibidas del mismo modo y los que constituían sus valores más caros desde el prisma estético decimonónico, se diluyen ahora en similitudes con los registros lingüísticos de otros poetas entonces considerados menores.

Su pertenencia a la literatura cubana ha sido tema frecuente de controversias en el campo de la crítica y la historiografía literaria; resulta innegable la influencia que las letras y la propia sociedad hispana ejercieron sobre ella, además de haberse quedado en la epidermis de lo cubano – descripciones no interiorizadas de la naturaleza, exigua profundidad en la penetración social y prácticamente ninguna connotación política – no obstante a su regreso a Cuba se imbricó un tanto en la problemática independentista, con un retraso ideológico de décadas, pero no por ello debe disociarse del proceso de formación de la nacionalidad, justamente cuando este se había debatido en idénticas contradicciones con respecto a lo cubano y lo español.

La poetisa tuvo una actitud vital y legó una obra literaria que permiten calificarla como precursora del feminismo en América, ello parte de su propia elección de vivir un tanto al margen de la familia, no usual en una joven, y el entramado de sus relaciones amorosas, todo ello determinaba una posición precaria en la sociedad, ligada por un lado a la aristocracia y objeto de su maliciosa simpatía, pero a la vez en perenne tela de juicio, lo cual no le impidió desarrollar su estilo personal de vida, pero si le ocasionó sufrimientos, derivados también de la fe católica que le había sido inculcada desde la cuna.

Cintio Vitier desentraña parte del entusiasmo que provocó entre sus contemporáneos: “sentimos en ella una pasión, un fuego, un arranque que ninguna poetisa española ha tenido, y que anuncia las voces femeninas americanas de nuestros tiempos. Ella es ya, completo, el tipo de mujer hispanoamericana (…) que se abalanza ávida hacia la vida y el conocimiento, que se arriesga igual que un hombre en la búsqueda de la felicidad y en la ambición creadora, y que generalmente sucumbe consumida por sus propias llamas”

Es cierto que su obra se ha anquilosado un tanto desde la óptica del colimador estético del siglo XX, aunque no en su totalidad sino que más bien se ha efectuado una inversión y muchos poemas que no gozaron de alta estima han sido justamente revalorizados desde una nueva óptica, lo cual se ha cumplido en sentido contrario y piezas que le acarrearon grandes lauros no despiertan hoy tal admiración. No se disputa, sin embargo, su lugar en la literatura hispanoamericana y la brillantez métrico – rítmica, aspecto en que cumplió un rol auténticamente renovador.

José Jacinto Milanés constituye uno de los poetas más interesantes de nuestra historia lírica, no solo por la singularidad de los tonos de su obra dentro del registro romántico, sino también por su propia vida, especialmente los últimos años en que pierde completamente la razón, las huellas de la creciente falta de lucidez van quedando en sus obras, aunque en la etapa final cesa completamente su labor creadora e incluso sus otras labores, de hecho se convierte en un ser inútil que divaga y deambula en su propio universo, sin contacto alguno con la realidad.

Aunque no se ha reconstruido completamente su historia personal, se conoce que provenía de una familia matancera acomodada, con un gran número de hijos; sin embargo el status social de la misma no se correspondía con los recursos económicos de los cuales en realidad disponía, pues estos habían menguado a la par que conservaban una falsa aureola de riqueza. Los trastornos mentales y desvaríos literarios de la última etapa del poeta, se atribuyen en ocasiones a contradicciones derivadas de su situación a medio camino y en el centro de los antagonismos de dos clases sociales contrapuestas.

La formación del poeta tuvo como mentor directo a Domingo del Monte, quien ejercía una especie de amistoso mecenazgo en el ámbito cultural de la Cuba de su tiempo, dígase de paso que esta personalidad, aunque con un intelecto notable y vasta cultura, estaba limitado por sus condicionamientos de clase, como perteneciente a la élite burguesa y velador por tanto de sus intereses; y su influencia sobre el poeta quizás tendió a agudizar aun más las propias complejidades de la personalidad del mismo y la difícil interacción con su medio, lo que se refleja a veces en una escritura agónica y que rompe los cánones más caros a la propia estética del autor.

Sobre la línea estética que es inteligible a lo largo de su obra, sin tomar muy en cuenta desde el punto de vista literario la fase final –valga que psicológicamente tiene un valor inestimable y aun no explotado para aproximarse a la personalidad del poeta- puede apreciarse un romanticismo deudor de la poética herediana, pero que sigue una línea mucho más dulce e intimista, sin la exaltación que recorre los versos del citado autor.

Se destaca el empleo de vocablos que entonces eran neologismos cubanos, en ocasiones rayanos en lo vulgar, quizás en un intento por rescatar y dar luz al cariz de belleza del habla popular, mayormente ignorado. Sobre este aspecto, Luaces y Fornaris destacaron en Cuba Poética: “fue el primero que entre nosotros quiso iniciar una literatura propia, y para ello pintó con colores vivos, los objetos que le rodeaban, atreviéndose a usar nombres y aun locuciones provinciales (cubanismos) de que antes huían nuestros poetas como de un insulto a las tradiciones y una profanación a los poetas clásicos españoles”

Sin embargo la cubanía, además de estar presente en las palabras y el propio discurso poético, tomó desde Heredia una senda hacia el independentismo que sería indeclinable y a la vez exacerbada por la corriente romántica, la cual tuvo en Milanés uno de sus asideros clave. Uno de sus poemas más famosos, “La fuga de la tórtola” constituye una clara alegoría a la necesidad que tenía la Isla de libertarse del yugo español, una de las lecturas posibles apunta también hacia el cese de la esclavitud, sugerida con el uso de la palabra “cimarronzuela” para calificar a la tórtola en fuga, sobre todo si se apela a la sensibilidad del autor hacia las causas justas. Otro de los enigmas que plantea este poema es que el sujeto lírico que dialoga con la tórtola es femenino, aunque puede tratarse solo de una necesidad de rima. La estrofa más significativa para entender la postura del autor ante la libertad es la siguiente:

“Pero ¡ay! Tu fuga ya me acredita
Que ansias ser libre, pasión bendita
Que aunque la lloro la apruebo yo-
¡Ay de mi tórtola, mi tortolita,
Que al monte ha ido y allá quedó!”

Además de esto, trasluce en su obra un matiz de naturaleza socialista que su familia se guardó muy bien de ocultar, incluso se ha llegado a conjeturar que su locura, atribuida a un desengaño amoroso, en realidad fue una especie de ardid para protegerlo de la presunta persecución española. Su poema titulado “Un pensamiento” referido explícitamente a Cuba, contiene la siguiente estrofa:

“Pero ¡ay de mí! Que aunque halaga
Tu hermosura tan de lleno,
En ese cándido seno
Hay una espantosa llaga.
En vano, hermosa doncella,
La escondes, todos la ven,
Y todos saben muy bien
Que una llaga en una bella
Su beldad desengalana.
¡Pobre Cuba, pobre niña,
A quien la asquerosa tiña
Robó su hermosura indiana!
¿Qué vale ornarte de flores,
Si en tus campos de guayabos
Vagan señores y esclavos,
Oprimidos y opresores?”

El tema de Cuba fue muy recurrente en su poesía, y José Jacinto Milanés ha pasado a nuestra historia no solo por recoger el sentir independentista que se afianzaba en la conciencia colectiva de entonces, sino también por la singularidad de su voz poética, en la que el romanticismo no constituía para nada mímesis de los modelos europeos ni aun de los que ya integraban la tradición lírica en la Isla, sino que había sido interiorizado y vuelto a la luz de una manera distinta y plural.

Gabriel de la Concepción Valdés, más conocido por su seudónimo de Plácido, nació a principios del siglo XIX, sin haberse precisado la fecha exacta, solo que fue depositado en la Casa de Beneficencia y Maternidad de la Habana, el 6 de abril de 1809, en el acta bautismal es calificado como “al parecer blanco”; pero su origen racial suscitó polémicas a lo largo de su breve vida, en los círculos culturales en que se movía. Fue fusilado el 28 de junio de 1844, por presuntos vínculos con la denominada “Conspiración de la escalera”.

Su doble condición de hijo ilegítimo y mulato, le acarrearon todos los prejuicios inherentes a la sociedad decimonónica, aún así ejerció cierta fascinación sobre sus contemporáneos, aun más a partir de los datos reales y las fabulaciones que se tejieron en torno a su muerte. Sus obras se publicaron y difundieron ampliamente en el país, con resonancias que llegarían hasta la metrópolis. Constituye uno de los casos en que el influjo de la personalidad del autor es tan o más potente que su obra para explicar su éxito y el interés que despierta en la posteridad.

En este sentido, la Doctora en Ciencias Filológicas, Daysi Cué Fernández, ha expresado: “Artesano y expósito, y al parecer mulato, gracias a su talento logró ocupar un sitio destacado en las letras cubanas, pero esto no lo salva del aniquilamiento físico y moral (…) Al margen de los tintes melodramáticos en los que aparece envuelto su ciclo vital, lo cierto es que desde su enigmático nacimiento hasta su ejecución en plena juventud, acusado de ser cabecilla de una conspiración de negros, su existencia se desarrolló por cauces poco comunes y ello ha contribuido en gran medida a su notoriedad”

Plácido es considerado un bardo del primer romanticismo, aunque esta corriente se manifestaba prioritariamente en los aspectos formales, y al parecer el poeta no llegó a sentir los estremecimientos ni compartió íntimamente la visión trágica de la vida asociada a la cosmovisión romántica. La poesía constituyó para él un medio de vida, en parte de supervivencia psicológica pero sobre todo desde el punto de vista económico, incluso llegó a firmar contratos a partir de los que percibía una ínfima cantidad por “proveer” un poema diariamente a determinada publicación, amén de que su condición de poeta le permitió acceder de soslayo a espacios de la alta sociedad, sin por ello llegar a figurar en la misma.

Sus “ejercicios poéticos” partieron de un neoclasicismo más bien ingenuo, hasta incursionar en moldes verdaderamente románticos, contaba con dotes naturales para la versificación, pero adoleció de una esmerada educación y su formación literaria estuvo determinada por el azar de sus lecturas y contactos personales. Compuso algunos poemas laudatorios dedicados a figuras monárquicas; sin dejar de insertar entre versos referencias recurrentes a “la patria” y “la libertad” que develaban sus íntimas aspiraciones. Estas parecen ser reales aunque la etiqueta de conspirador que le costó la vida haya sido injusta e incluso manifestara debilidades o hecho alguna falsa confesión durante el proceso que antecedió a su condena.

Su poema más conocido “Plegaria a dios”, se afirmaba que fue declamado por el poeta en su camino final al cadalso:

“Ser de inmensa bondad, ¡Dios poderoso!
A vos acudo en mi dolor vehemente;
¡Extended vuestro brazo omnipotente,
Rasgad de la calumnia el velo odioso,
Y arrancad este sello ignominioso
Con que el mundo manchar quiere mi frente!
(…)
Mas si cuadra a tu suma omnipotencia
Que yo perezca cual malvado impío,
Y que los hombres mi cadáver frío
Ultrajen con maligna complacencia,
Suene tu voz, y acabe mi existencia…
Cúmplase en mí tu voluntad, Dios mío!”

El poema resulta vibrante en su concepción rítmica y causa por ello un efecto sensible en los oyentes; sin embargo, tanto se había acomodado Plácido a formas versales meramente externas, que difícilmente consigue transmitir el verdadero dolor que lo atenaza en este último trayecto de su vida. Se le pueden aplicar en este caso los conocidos versos de Fernando Pessoa: “el poeta es un fingidor / finge tan completamente/ que hasta parece fingido/ el dolor que en verdad siente.” No obstante a la falta de sustentación de la acusación de conspirador, el afán independentista está latente en las diferentes facetas de su obra, la cual se inscribe en los albores de la nacionalidad y el mito asociado a esta y a su vida ha trascendido hasta nuestros días.

Esta compilación fue publicada en Nueva York en 1958, muchas de las piezas poéticas que la integran pertenecen a autores que son abordados individualmente, pero como cuerpo artístico posee propiedades holísticas no reductibles a una mera suma de poemas, sino un valor más trascendente dentro del desarrollo de la lírica cubana, en tanto significaba la asunción de una posición política dentro de un cuidado marco estético.

Seis de los siete poetas cuyas obras fueron recogidas en esta especie de antología -se exceptuaba José María Heredia- se identificaban con una posición anexionista, corriente ideológica que tendría su auge para esta fecha, lo cual debe interpretarse más bien dentro del marasmo ideológico que dio paso al separatismo y no como una finalidad que perduraría en la conciencia de la intelectualidad del siglo XIX.

De acuerdo con Matías Montes Huidobro: “Al Laúd del Desterrado puede considerarse un precursor de las razones y el carácter de todo un movimiento de las letras cubanas que se desarrolla en los Estados Unidos hasta nuestros días. Se crea una tradición político literaria que forma parte de nuestro devenir como nación y es elemento formativo de nuestra nacionalidad y nuestra literatura. Partir, irse, escapar de la esclavitud o la asfixia, es entre los escritores cubanos una tradición con una genética histórica”

Integraban la colección poemas de Miguel Teurbe Tolón (1820 – 1857), Leopoldo Turla (1818 – 1877), Pedro Ángel Castellón (1820 – 1856), Pedro Santacilia (1826 – 1910), José Agustín Quintero (1829 – 1885) y Juan Clemente Zenea (1832 – 1871), se incluyeron además piezas reconocidas de José María Heredia (1803 – 1839), quien había muerto varios años atrás pero el simbolismo independentista de sus versos se mantenía vívido y augurador, la primera obra que aparece es justamente “Himno del Desterrado”

Se incluyen de dos a cinco composiciones de cada autor, y veinte de Miguel Teurbe Tolón como homenaje póstumo. Las obras presentan una desigual calidad estética, destacándose siempre las de Heredia y Juan Clemente Zenea, pero a todas las aúna un fin expresivo superior, desde la lejanía transmiten un patriotismo atizado constantemente por las condiciones del destierro, lejanía que trataban de conjurar en sus versos y creando oasis de cultura cubana en medio de una tierra que con el tiempo se volvería tan exportadora de modelos culturales.

En la introducción original del editor queda explícito el propósito último: “el título de esta obra explica perfectamente su objeto. Hemos querido ofrecer en cortas páginas una demostración del trabajo, del talento por la causa de nuestra revolución, y pensamos al mismo tiempo tributar un señalado servicio al pueblo cubano haciendo resonar de nuevo por medio de la prensa la melancólica voz de sus poetas desterrados (…) No faltarán lectores juiciosos para estas páginas y abrigamos esperanzas de que haya más de una lágrima santa para bañar unas flores que nacieron bajo el sol extranjero en los días siempre tristes de una de las más penosas emigraciones que cuenta la historia política de nuestra patria”

Algunos poetas, más que expresar un credo independentista que podría ser incluso compartido por pacifistas, entonaban desde el laúd un verdadero canto de guerra, como se evidencia en el siguiente fragmento de un poema de Miguel Teurbe Tolón:

“!Oh! ¿Que jamás se atreverá el cubano,
Por recobrar la libertad perdida,
A alzar la frente, y en la lid temida
“!Libertad! !Libertad! clamar ufano,
Con lanza en ristre o con espada en mano?

Despertad, !vive Dios!, que largos días
El !ay! tan solo del esclavo infame
Repitieron los ecos de esta tierra.
Nuestra cólera brame
!Retumbe el bronce ya! !Truene la guerra!”

Esta selección poética fue sin dudas una obra de las más avanzadas de su tiempo, pues muchas de las piezas que recoge se inscriben ya en los albores de la segunda generación romántica, y desde el punto de vista político por la concepción separatista que albergaba, con un enfoque -aunque no puede considerarse unitario por la multiplicidad de autores- que alienta a emprender la lucha por la libertad. La nostalgia del exilio, acrecentada por la imposibilidad del retorno, dota a estas páginas de un aliento patriótico más auténtico que el que respiran otros textos.

José María Heredia nació en Cuba, pero vivió muy pocos años en la Isla. Parte de su niñez residió junto a sus padres en Venezuela y sus primeros años de adolescencia transcurrieron en México. Retornó a Cuba en 1821, durante esta estancia publicó algunos poemas en diarios del país, entre ellos “A la insurrección de la Grecia en 1920”, donde ya expresa abiertamente sus ansias de libertad para Cuba, su actividad intelectual y ciertos vínculos con el movimiento conspirativo de “Soles y Rayos de Bolívar” despertaron la suspicacia del Gobierno Español y se ordenó su apresamiento. Enterado de ello, tuvo tiempo de huir y asilarse en los Estados Unidos.

En 1825 se traslada nuevamente a México, por invitación del presidente Guadalupe Victoria. En 1836, ya en un deteriorado estado de salud, viaja por unos meses a Cuba, en la coyuntura de la amnistía decretada por el Capitán General Miguel Tacón, quien autoriza el viaje. Fallece en tierra mexicana el 7 de mayo de 1939.

Heredia descuella como el primer poeta de la Isla cuya obra alcanzó realmente categoría de universalidad, a la vez que marca un hito en cuanto a la formación de la nacionalidad cubana, que en su lírica toma definidamente la senda independentista. Aunque de instrucción neoclásica, constituye a todas luces el primer poeta romántico de la lengua española y la valía de su obra ha sido ampliamente reconocida por estudiosos y críticos de aquellos y estos tiempos. José Martí llegaría a afirmar: “El primer poeta de América es Heredia. Sólo él ha puesto en sus versos la sublimidad, pompa y fuego de su naturaleza. El es volcánico como sus entrañas y sereno como sus alturas”.

Sus nexos con las Américas están dados en primera instancia por los países en que residió y que contribuyeron a su inspiración romántica, en este sentido cabe destacar que su posición ideológica fue evolucionando desde el españolismo paterno hasta la independencia como bandera, aun fuera de las fronteras de Cuba, por lo que su credo para América se tornó un canto de libertad.

Sin embargo, lo cubano permeará su obra como una añoranza que se manifiesta en perenne evocación, y nostalgia que otros paisajes no logran conjurar. Entre sus obras más conocidas destacan “En el Teocalli de Cholula” poema compuesto en México, en alabanza de las ruinas aztecas y “Oda al Niágara”, obra que alcanzó tal popularidad que sirvió para bautizar al poeta como el “Cantor del Niágara”

En sus versos ante el Niágara, aunque un tópico extranjero funge como leitmotiv de la ilación poética, trasluce también la añoranza de la patria: “…!Ay! ¡Desterrado / Sin patria, sin amores, / Solo miro ante mí llanto y dolores! / ¡Niágara poderoso! /Adiós! ¡adiós! Dentro de pocos años /Ya devorado habrá la tumba fría / A tu débil cantor…” . En su viaje marítimo desde los Estados Unidos a México, cuando la embarcación se encontraba cerca de la costa norte de Cuba, divisa la elevación del Pan de Matanzas, y la emoción que lo embarga entonces queda plasmada en su poema “Himno del desterrado”, del que se reproduce su estrofa final:

“¡Cuba! Al fin te verás libre y pura
Como el aire de luz que respiras,
Cual las ondas hirvientes que miras
De tus playas la arena besar.
Aunque viles traidores le sirvan,
Del tirano es inútil la saña,
Que no en vano entre Cuba y España
Tiende inmenso sus olas el mar.”

Resulta curioso que nuestro primer poeta romántico sea también el primer poeta independentista, con lo cual este afán cuajaría en las letras románticas durante todo el lapso en que se extiende este movimiento, incluyendo los primeros años de insurrección. Los aportes de Heredia a la nacionalidad cubana son tejidos desde el recuerdo y la ausencia evocadora, pero en su obra está implícita la libertad como condición sine qua non de nación, y muchos de nuestros símbolos patrios, entre ellos la estrella solitaria y la palma real, antes de ser reconocidos como tales, pervivieron como figuras recurrentes en sus versos.

Ignacio Valdés Machuca, quien utilizaba muchas veces el seudónimo de Desval, fue el autor de la primera colección de poemas publicado en Cuba, “Ocios poéticos”, en 1819. Fue un poeta del lenguaje, amante de la musicalidad de las palabras y los retoricismos, de estirpe neoclásica pero vinculado también a la primera generación romántica. Se le califica como nuestro primer esteticista en literatura.

Fundó en 1820 la revista literaria “La lira de apolo”, de acuerdo con Joaquín Llaverías , la primera publicación cuyo texto era todo verso, de lo que puede colegirse el lugar que había ido escalando la poesía en la sociedad. Compuso también la obra – más próxima al drama, aunque insuflada de aliento poético y escrita también en verso- “La muerte de Adonis”

Es cierto que en el poeta primó más la mímesis que la originalidad, lo cual es patente en su propio poemario “Ocios poéticos”, que alude al título de un libro del poeta español José Cadalso (1741 – 1782), titulado “Ocios de juventud” y remeda un tanto el romanticismo de este autor, a quien algunos consideran el precursor del romanticismo español, imbuido aún de giros barrocos.

Otro de sus poemarios, “Cantata” de 1829, posee elementos muy afines a la poética del francés Jean-Baptiste Rousseau. Incorpora constantes alusiones a la mitología grecolatina, pero algunos de los poemas que contiene, como “Los baños de Marianao” expresan a través del velo mitológico la naturaleza insular, leitmotiv que continuaría su proceso de germinación en poéticas posteriores.

Una de las líneas menos explorada de la poética de Ignacio Valdés Machuca es aquella que se relaciona con el erotismo, el cual rezuma en algunos intersticios de su obra y es por ello que Víctor Fowler lo incluye en su interesante antología “La eterna danza”, que rastrea el modo en que el deseo fue plasmándose en la literatura nacional, con gradaciones y características distintivas de cada autor pero no por ello exento de rasgos comunes y perdurables, aunque mutantes. Incluye un fragmento de “La muerte de Adonis”:

ADONIS

“No es tan linda la aurora cuando sale
recostada en su trono enriquecido
de odoríferas rosas, ni me encanta
como me encantas tú cuando te miro:
entonces, sí, entonces los ardores
que el corazón me abrasan de continuo
se encienden con tu vista, y nuevo fuego
me originan tus bellos atractivos;
tus ojos voluptuosos, si me miran,
dan pábulo a mis ansias, y el delirio
por momentos se aumenta, sin que pueda
mi corazón amante resistirlo.
Si tú no me concedes los halagos,
que fenezca de amor será preciso;
si estas llamas no aplacas, yo perezco
de mi pasión grandiosa al duro filo:
imitemos la yedra que se enlaza,
con el olmo altanero, dueño mío.”

Aun cuando la imitatio predomine en sus versos, no por ello debe obviarse del panorama de la lírica cubana en una etapa ciertamente no muy fecunda, sobre todo porque contribuyó a implantar la necesidad del cuidado formal y el pulimento del verso -desde una óptica de la poesía como artificio- pero tan importante para el desarrollo artístico del género. Asimismo, aparecen de un modo incipiente elementos prefiguradores de la nacionalidad desde su vertiente anclada en la naturaleza.

Manuel María Pérez y Ramírez intimó bastante con Manuel de Zequeira y Manuel Justo de Rubalcava, todos militares, al primero de ellos le profesó una admiración sin dobleces que expresó en sus textos, consideró incluso a su lira “pobre y deficiente”, para cantar los valores de la de su coterráneo. Asimismo, se ocupó de publicar el poema de Rubalcava, “Muerte de Judas”, después de la muerte del propio autor.

La humildad fue una de las características más sobresalientes de Pérez y Ramírez, a la par y estrechamente vinculado a la misma está el sentido ético – religioso que se expresa en sus obras, su elogio de la pobreza cristiana y la devoción que puso en el sentimiento de la amistad.

Precisamente su poema más conocido se titula “Un amigo reconciliado”:

“Por algún accidente no pensado
Suele quebrarse un vaso cristalino
Trátase de soldar con barniz fino
Y lógrase por fin verle pegado:

Pero por más que apure su cuidado
El ingenio más raro y peregrino,
Dejarlo sin señal es desatino,
Siempre quedan señales de quebrado.

Así es una amistad de mucha dura;
Quiébrase la amistad que hermosa fuera,
Suéldala el tiempo con su gran cordura;

Cierto es que la amistad se mira entera
Pero con la señal de quebradura
Nunca puede quedar como antes era.”

Fue uno de los hombres más cultos de su tiempo y se dice que fundó alrededor de once publicaciones periódicas entre los años de 1810 y 1824; pero su obra poética no fue recogida en ningún tomo sino en sueltos que aparecían esporádicamente, muchos de los cuales no quedaron para la posteridad.

Se conoce que escribió un drama titulado “Marco Curcio”, del cual no se tienen noticias hoy día. Escribió asimismo autos sacramentales, que fueron musicalizados por el destacado compositor Esteban Salas.

La poesía constituyó una entre varias líneas culturales y científicas que desarrolló, incluso fue profesor de Félix Varela, quizás esta amplitud de miras influyó en cierto tono prosístico que tuvo su obra lírica, la cual no obstante parece haber tenido cierta calidad digna de reseñarse.

Su obra no fue muy prolífica, incluso está ausente del diccionario de la literatura cubana; pero la tríada que conforma con los dos poetas citados –Manuel de Zequeira y Manuel Justo de Rubalcava- constituye un aspecto de sumo interés para entender esta etapa de la poesía cubana y las manifestaciones del neoclasicismo.

La obra de este poeta, al igual que otros de la etapa, se ha considerado a veces como a la zaga de la de Manuel de Zequeira, por la afinidad temática y el regusto neoclásico pero sin obtener los mismos resultados que el autor de “Oda a la piña”. Sin embargo se acusa más un tono sentimental que la mesura racional propia de esta corriente; la sensibilidad y sensorialidad inmediata de Rubalcava ofrecen una cubanía más espontánea, ajena a la intelectualización de los fenómenos, sentida a través de la piel y transpirada en versos de un lirismo más auténtico.

Uno de sus poemas más conocidos “A Nise bordando un ramillete”, recrea el motivo primaveral que recorre casi toda su poética, inspirada en amaneceres, nacimientos, germinaciones, como canto festivo a la vida siempre vista en su luminosidad, desde una óptica más bien leve, que no busca interpretar sino palpar a través de todos los sentidos:

“No es la necesidad tan solamente
Inventora suprema de las cosas
Cuando de entre tus manos primorosas
Nace una primavera floreciente

La seda en sus colores diferente
Toma diversas formas caprichosas
Que aprendiendo en tus dedos a ser rosas
Viven sin marchitarse eternamente

Me parece que al verte colocada
Cerca del bastidor, dándole vida,
Sale Flora a mirarte avergonzada;

Llega, ve tu labor mejor tejida
Que la suya de Abril, queda enojada,
Y sin más esperar, vase corrida.”

Sobre esta pieza, Lezama expresó: “es esta una poesía que todo cubano desde sus años de más elemental aprendizaje conoce de memoria, y en verdad, lo merece, pues al paso del tiempo, no puede faltar en una colección de nuestros mejores sonetos (…) Cuando Nise borda, inventa una floreciente primavera. La seda coloreada se diversifica en formas de capricho, pero en los dedos de Nise aprenden a ser rosas que no se marchitan, que gozan de vida eterna. Flora, avergonzada, sale a ver a Nise cerca del bastidor, dando puntadas de vida. Iguala Rubalcava en una forma sorpresiva al artesano con la naturaleza.”

Uno de los asideros de su poética fue la fugacidad del tiempo, expresada en al símbolo del arroyo que pasa, emparentado con las concepciones dialécticas sintetizadas en la frase de “un hombre no se baña dos veces en el mismo río”, la espuma, el humo, la transitoriedad sobre la trascendencia. Ello lo aproxima un tanto al romanticismo, aunque sus versos están poblados de figuras grecolatinas tan revisitadas por la poética neoclásica.

Otro de sus poemas más antologados ha sido “Silva cubana” emparentada temáticamente con “Oda a la piña”, su título alude al tipo de combinación métrica, donde alternan versos heptasílabos y endecasílabos, sin sujetarse a determinada estructura estrófica, aunque en esta silva cada estrofa está conformada por seis versos. Constituye lo que puede llamarse un inventario lírico de las frutas cubanas, antecesor de las corrientes de autoctonía en cuanto a la tipicidad de la naturaleza insular, aspecto que se integra en el fluir hacia la conciencia de nacionalidad.

Herramientas de google:

Título del punto: La obra de Manuel Justo de Rubalcava, uno de los primeros poetas

Descripción del punto: La obra de Manuel Justo de Rubalcava posee característica similares a las de Manuel de Zequeira, destaca lo insular desde un neoclasicismo más anclado en la inmediatez de las sensaciones que en la hechura formal propia de esta corriente.

Palabras y frases clave: Manuel Justo de Rubalcava, Manuel de Zequeira, neoclasicismo, silva cubana. a Nise bordando un ramillete, motivo primaveral de su poética, poetas del siglo XIX cubano, manifestaciones del neoclasicismo en Cuba, cubanía espontánea, no es la necesidad tan solamente inventora suprema de las cosas cuando entre tus manos primorosas, nace una primavera floreciente, José Lezama Lima, literatura cubana, el surgimiento de la nacionalidad en la poesía cubana, la fugacidad en la poética de Rubalcava, el empleo de figuras grecolatinas en la poesía cubana, inicios del romanticismo en Cuba, inventario lírico de las frutas cubanas, antecedentes del siboneyismo, la poética neoclásica y sus cultivadores en Cuba, poesía cubana en la etapa de 1790 a 1868, configuración de la identidad nacional a través de la poesía, La seda en sus colores diferente, toma diversas formas caprichosas, que aprendiendo en tus dedos a ser rosas, viven sin marchitarse eternamente, la corriente del neoclasicismo en Cuba

2.1.3 La poesía de Manuel María Pérez y Ramírez (1772 – 1851)

Manuel María Pérez y Ramírez intimó bastante con Manuel de Zequeira y Manuel Justo de Rubalcava, todos militares, al primero de ellos le profesó una admiración sin dobleces que expresó en sus textos, consideró incluso a su lira “pobre y deficiente”, para cantar los valores de la de su coterráneo. Asimismo, se ocupó de publicar el poema de Rubalcava, “Muerte de Judas”, después de la muerte del propio autor.

La humildad fue una de las características más sobresalientes de Pérez y Ramírez, a la par y estrechamente vinculado a la misma está el sentido ético – religioso que se expresa en sus obras, su elogio de la pobreza cristiana y la devoción que puso en el sentimiento de la amistad.

Precisamente su poema más conocido se titula “Un amigo reconciliado”:

“Por algún accidente no pensado
Suele quebrarse un vaso cristalino
Trátase de soldar con barniz fino
Y lógrase por fin verle pegado:

Pero por más que apure su cuidado
El ingenio más raro y peregrino,
Dejarlo sin señal es desatino,
Siempre quedan señales de quebrado.

Así es una amistad de mucha dura;
Quiébrase la amistad que hermosa fuera,
Suéldala el tiempo con su gran cordura;

Cierto es que la amistad se mira entera
Pero con la señal de quebradura
Nunca puede quedar como antes era.”

Fue uno de los hombres más cultos de su tiempo y se dice que fundó alrededor de once publicaciones periódicas entre los años de 1810 y 1824; pero su obra poética no fue recogida en ningún tomo sino en sueltos que aparecían esporádicamente, muchos de los cuales no quedaron para la posteridad.

Se conoce que escribió un drama titulado “Marco Curcio”, del cual no se tienen noticias hoy día. Escribió asimismo autos sacramentales, que fueron musicalizados por el destacado compositor Esteban Salas.

La poesía constituyó una entre varias líneas culturales y científicas que desarrolló, incluso fue profesor de Félix Varela, quizás esta amplitud de miras influyó en cierto tono prosístico que tuvo su obra lírica, la cual no obstante parece haber tenido cierta calidad digna de reseñarse.

Su obra no fue muy prolífica, incluso está ausente del diccionario de la literatura cubana; pero la tríada que conforma con los dos poetas citados –Manuel de Zequeira y Manuel Justo de Rubalcava- constituye un aspecto de sumo interés para entender esta etapa de la poesía cubana y las manifestaciones del neoclasicismo.