2.1.13 Otras poetisas de la etapa de 1790 – 1868


Gertrudis Gómez de Avellaneda y Luisa Pérez de Zambrana fueron sin dudas las voces más altas de la lírica cubana femenina de esta etapa. Gertrudis Gómez de Avellaneda, quizás por su larga estancia fuera del territorio nacional y el inevitable alejamiento de sus esencias, o también por su actitud vital de mujer enérgica, que tuvo resonancias de rebeldía en muchas de sus piezas, no se erigió en modelo literario en el marco de la Isla. Luisa Pérez de Zambrana si contó con algunas seguidoras y en este sentido su propia estética influyó en el cultivo de la poesía por otras mujeres de su tiempo.

Las reminiscencias de su estilo están de algún modo presentes en Úrsula Céspedes de Escanaverino (1831 – 1874), Adelaida de Mármol (1838 – 1857) y su propia hermana, Julia Pérez Montes de Oca. También escribieron en este período poetisas no tan relevantes, pero que contribuyeron de algún modo a darle rostro a la poesía femenina, valga citar a Brígida Agüero, Merced Valdés Mendoza, Luisa Molina y Belén Cepero.

Úrsula Céspedes de Escanaverino, fundó en Bayamo una escuela para la enseñanza femenina, publicó poemas en diversos periódicos, como “Semanario Cubano”, “El Redactor de Santiago de Cuba”, “La Regeneración”, “La Antorcha”, “La Alborada” y otros en distintas regiones del país. Sus versos traslucen la interpretación emotiva de la naturaleza y algunos alcanzan tonos elegíacos afines a los de Luisa Pérez, pero cultivó también un criollismo no exento de humor, y su visión de la mujer fue quizás más fresca y menos ligada al “deber ser” que la de Luisa, aunque no alcanzó la altura lírica de esta. Resultan ilustrativas las siguientes estrofas de su poema: “El amor de la serrana”:

“En la cúspide más alta
Que hay en la Sierra Maestra
Está mi choza, y demuestra
Que en ella nada me falta.
Aquí el arroyuelo salta
De peña en peña hasta el valle
Y por una y otra calle
De naranjos y limones,
Van prendiendo corazones
Serranas de airoso talle.
(…)
Me dijo cuando lo vi
Que yo era para él un cielo
Y que era negro mi pelo
Como el cuello del totí.
Que no andaba por aquí
Otra tan linda serrana,
Y añadió: Desde mañana
Si compadeces mis penas
Serán tuyas mis colmenas
Y serás mi soberana.
(…)
Y mientras yo noche y día
Lloro a torrentes aquí,
Muchísimo mal de mí
Dicen en la serranía.
Pues solo al ver la falsía
Que mal mi rostro demuestra,
Con lengua torpe y siniestra
Dicen que soy la serrana
Más voluble y casquivana
Que hay en la Sierra Maestra.”

Adelaida de Mármol falleció realmente muy joven y no tuvo tiempo suficiente para cultivar su don poético; sin embargo las pocas obras suyas que se conservan poseen un acento ingenuo y apacible en las descripciones de rasgos de la naturaleza y una religiosidad espontánea que en cierto modo remiten a la lírica de Luisa Pérez, a quien dedicó un soneto titulado “Al conocer a Luisa”, cuando conoció a la poetisa en Santiago de Cuba. Al parecer publicó un poemario, titulado “Ecos de mi arpa,” que no ha sido encontrado hasta el momento, y otros sueltos que se publicaron en revistas habaneras.

La figura más importante de las citadas en este acápite es la propia hermana de Luisa Pérez de Zambrana, Julia Pérez Montes de Oca, de quien destaca su devoción religiosa, patente en el poema “A Dios”, así como su empatía con la naturaleza y las pequeñas criaturas que en ella viven, como puede apreciarse en sus poemas “A un colibrí” y “Al Campo”, del cual se reproduce la última estrofa:

“¿Quién de la inspiración sintió el halago
Que no encontrara en ti dulce recreo?
¿Qué dolor o deseo
No templan tus flotantes arboledas,
En cuyas altas ramas olvidado
Llora el amante ruiseñor? ¿Quién pudo
Contemplar su belleza,
Que en sublime tristeza
El pecho no sintiera enajenado,
Y a qué sensible corazón no encanta
De tus rústicos templos
El mágico rumor que se levanta?”

José Lezama Lima prefirió entre sus poemas el titulado “La tarde”, expresa sobre su autora: “Julia Pérez tiene una especial significación dentro del romanticismo, donde no es muy frecuente la preocupación tradicional, de perseguir lo mejor de una tradición, que no se extingue porque sus raíces están muy soterradas” y refirió además: “Sorprende que dada la vida que tuvo que llevar Julia Pérez, de tristeza y retraimiento, vida de intensa frustración, tuviera un regusto por la lectura de clásicos, versos compuestos con moroso cuidado y mantener un equilibrio exquisito entre el sentimiento y la forma. Tanto Luisa como Julia son poetisas dolorosas, pero Luisa llora lo que adquirió y perdió, Julia, por el contrario, lo que nunca pudo ser suyo, aquello que tuvo con ella un roce engañador, un amor imposible con uno de los poetas de la época, todo lo que dejó en su vida una cicatriz de la que nunca pudo recuperarse”

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