2.1.14 El cultivo de la poesía nativista en el siglo XIX: criollismo y siboneísmo


La poesía nativista, aquella que daba cuenta de lo propiamente cubano en el ámbito de la naturaleza y la representación espiritual de la Isla y sus habitantes, había acompañado siempre a las expresiones de lirismo popular; pero más tarde sería incorporada también a la creación poética más culta. El nativismo inicial, aunque constituía una loable aproximación a “lo insular”, acarreaba cierto exotismo importado, inscrito en la corriente romántica, que no se adentraba todavía en el meollo de nuestra identidad, amalgama de las individualidades y colectividades que poblaban nuestro territorio, y primaba una visión idealizada de la vida campesina y las tradiciones indígenas, aunque esta convivía con el realismo costumbrista en la aproximación a sus interioridades.

Roberto Manzano, en una obra recién publicada que recobra y festeja la tradición lírica nacional, se refiere a la gestación de esta vertiente poética: “El divertimento propio de la lírica, tan saturada siempre de carácter lúdico; los viejos tópicos de la huída del mundanal ruido, de la paz sosegada y benéfica de lo natural, de la superioridad de lo salvaje, de la vinculación sagrada a una estirpe; la aspiración de cuajar una expresión popular, que ya había comenzado con resultados felices; la alegría que implica el acto de fundar, de la que toda la poesía de aquel momento se hallaba imbuida; la presencia en cada ámbito de las huellas indígenas y las peculiaridades del campesino que las había heredado, que ponían sobre el tapete lírico dos figuras emblemáticas: el cacique y el guajiro; la necesidad de perfilar lo que venía implícito en la reciente tradición, que sustentaba la existencia de tres ejes simbólicos para el panteón del nuevo imaginario: la mujer, la patria, Dios, y de que una atmósfera de viva propagación cubriera esos ámbitos: la libertad; todos estos elementos soldados, en la unidad deseosa de la plasmación, y en los contactos eléctricos de las conciencias más lúcidas y enérgicas trabajando para construir una nación, produjeron la poesía del criollismo y el siboneísmo, vale decir, de nuestro nativismo como escuela constituida, que cristalizó lo que venía y sobreviviría de múltiples maneras.”

Estas corrientes estaban indisolublemente asociadas a la naturaleza y a una libertad de movimiento dentro de esta que contenía ya añoranzas de libertad política. El criollismo, que precedió al siboneyismo, aborda la vida campestre y al guajiro como protagonista del espacio rural, con sus costumbres y valores, pero transformado por la óptica citadina y culta. El siboneísmo, o siboneyismo, como denominan otros estudiosos a esta corriente, intenta rescatar las tradiciones aborígenes e incorpora muchas de sus expresiones lingüísticas, diluidas en las comunidades por efecto de los siglos, sumado al atroz proceso de colonización.

Aunque estas dos corrientes pueden abstraerse en las investigaciones, en la práctica poética ambas líneas estaban estrechamente imbricadas, el criollismo heredaba ya toda la tradición de la décima popular, de amplia difusión en las capas populares de la colonia y la oralidad del repentismo campesino, que amenizaba fiestas rurales y actividades lúdicas. Asimismo, los depositarios de los remanentes de la cultura aborigen eran precisamente las colectividades campesinas, por lo que ambas tendencias tienen un origen común y terminarían fluyendo hacia el mismo fin poético.

Con estas corrientes la poesía se adentra más en la inversa espiral de búsqueda de la cubanía, no solo a través del paisaje sino en su aproximación a la faz e idiosincrasia de los seres que poblaban la Isla, o habían morado en ella en el caso de los aborígenes, cuyos rostros anónimos estaban ya en el basamento espiritual de la nación. Se le reprocha a la poesía nativista haber obviado al negro, la esclavitud, la desgracia y la grandeza colectiva de este vasto grupo humano; sin embargo estas consideraciones extraliterarias no toman en cuenta que ninguna manifestación humana puede escapar totalmente del cerco de su época y la conciencia social dominante.

Estas vertientes contaron con cultores asiduos y más ocasionales, como los propio José Jacinto Milanés y Plácido; José Fornaris por su parte se dedicó de lleno a esta expresión; pero no es hasta la madurez de la obra de Juan Cristobal Nápoles Fajardo, el Cucalambé, que ambas expresiones se aúnan y entran al cauce de la lírica culta con total autenticidad.

El pintor Jorge Arche Silva (1905 – 1956), sus aportes a las Artes Plásticas cubanas
La obra plástica de Enrique Caravia y Montenegro (1905 – 1992)
Wilfredo Oscar de la Concepción Lam y Castillo (1902 – 1982), la trascendencia de su obra plástica
El escultor Teodoro Ramos Blanco (1902 – 1972), su obra
La obra plástica de Gumersindo Barea y García (1901 – ?)
El pintor Carlos Enríquez Gómez (1900 – 1957), un exponente imprescindible de las artes plásticas cubanas
La obra del escultor Juan José Sicre y Vélez (1898 – ?)
La obra del pintor y arquitecto Augusto García Menocal y Córdova (1899 – ?)