2.1.8 La obra poética de Gertrudis Gómez de Avellaneda, la décima musa (Puerto Príncipe, 1814 – Madrid, 1873)


Gertrudis Gómez de Avellaneda fue una de las voces más trascendentes de la lírica femenina de su tiempo. De marcado espíritu romántico, sus contemporáneos la homenajearían con el apelativo de “décima musa” por la calidad estética de su obra y el gran número de piezas, no solo poéticas sino también de los ámbitos del teatro y la narrativa, que se debieron a su talento.

En 1836 emigra a España y este año marca, según el consenso de muchos críticos, el verdadero despuntar de su proyección literaria. Uno de sus poemas de más alto vuelo, quizás genuinamente cubano en tanto la autora no había pisado aun tierra española, titulado “Al partir”, fue precisamente compuesto antes de su viaje a España. Destaca la primera estrofa por su alusión directa a Cuba:

“¡Perla de mar! ¡Estrella de Occidente!
¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo
La noche cubre con su opaco velo,
Como cubre el dolor mi triste frente.”

En la península ibérica transcurrirían 23 años de su vida, es allí donde pule definitivamente su instrumento poético, con una fuerte influencia de la literatura hispana, padece las contradicciones sociales de la época, experimenta en propia carne los goces y tragedias del amor, y plasma todo ello en sus obras de una manera magistral; aunque en la actualidad estas no son percibidas del mismo modo y los que constituían sus valores más caros desde el prisma estético decimonónico, se diluyen ahora en similitudes con los registros lingüísticos de otros poetas entonces considerados menores.

Su pertenencia a la literatura cubana ha sido tema frecuente de controversias en el campo de la crítica y la historiografía literaria; resulta innegable la influencia que las letras y la propia sociedad hispana ejercieron sobre ella, además de haberse quedado en la epidermis de lo cubano – descripciones no interiorizadas de la naturaleza, exigua profundidad en la penetración social y prácticamente ninguna connotación política – no obstante a su regreso a Cuba se imbricó un tanto en la problemática independentista, con un retraso ideológico de décadas, pero no por ello debe disociarse del proceso de formación de la nacionalidad, justamente cuando este se había debatido en idénticas contradicciones con respecto a lo cubano y lo español.

La poetisa tuvo una actitud vital y legó una obra literaria que permiten calificarla como precursora del feminismo en América, ello parte de su propia elección de vivir un tanto al margen de la familia, no usual en una joven, y el entramado de sus relaciones amorosas, todo ello determinaba una posición precaria en la sociedad, ligada por un lado a la aristocracia y objeto de su maliciosa simpatía, pero a la vez en perenne tela de juicio, lo cual no le impidió desarrollar su estilo personal de vida, pero si le ocasionó sufrimientos, derivados también de la fe católica que le había sido inculcada desde la cuna.

Cintio Vitier desentraña parte del entusiasmo que provocó entre sus contemporáneos: “sentimos en ella una pasión, un fuego, un arranque que ninguna poetisa española ha tenido, y que anuncia las voces femeninas americanas de nuestros tiempos. Ella es ya, completo, el tipo de mujer hispanoamericana (…) que se abalanza ávida hacia la vida y el conocimiento, que se arriesga igual que un hombre en la búsqueda de la felicidad y en la ambición creadora, y que generalmente sucumbe consumida por sus propias llamas”

Es cierto que su obra se ha anquilosado un tanto desde la óptica del colimador estético del siglo XX, aunque no en su totalidad sino que más bien se ha efectuado una inversión y muchos poemas que no gozaron de alta estima han sido justamente revalorizados desde una nueva óptica, lo cual se ha cumplido en sentido contrario y piezas que le acarrearon grandes lauros no despiertan hoy tal admiración. No se disputa, sin embargo, su lugar en la literatura hispanoamericana y la brillantez métrico – rítmica, aspecto en que cumplió un rol auténticamente renovador.

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