2.1.9 La obra poética de Rafael María de Mendive (1821 – 1886)


Rafael María de Mendive, más conocido por haber sido el maestro de José Martí que por sus aportes a la poesía cubana, formó parte del salto que experimentó el género, desde el primer romanticismo, signado por la retórica enérgica y un lenguaje ampuloso y exteriorista -a pesar de pretender plasmar profundidades sentimentales- a una expresión más sencilla e intimista.

Mendive dominaba un variado registro de estructuras estróficas y versales, la musicalidad de sus creaciones ha sido estudiada a fondo por los críticos y constituye uno de sus principales aciertos.

Aunque su poética no asume todos los presupuestos de la corriente nativista, si se vuelve hacia la naturaleza con una mirada ingenua y asombrada, como objeto de goce estético y también refugio de la vida y la muerte del hombre. A la vez, su sensibilidad ahonda también en la vida campesina desde un punto de vista social, al describir sus miserias, y rozar con osadía las causas políticas subyacentes. En este sentido, su visión recuerda el tópico de “las bellezas del físico mundo / los horrores del mundo moral” con que Heredia se refería a Cuba.

En el aspecto moral, el poeta tenía concepciones rígidas sobre las buenas costumbres y una perenne obsesión por la pureza. Ello no se plasma como tal en una zona específica de su obra sino que recorre el espectro de sus versos como un trasfondo desde el cual resemantiza los fenómenos de la realidad en su lírica. Muy ligada a esta ética estaba la religiosidad manifiesta en sus versos, pero aunque profesaba el cristianismo, no fue sin embargo un creyente ciego, sino que se cuestionaba la culpa original y el propio estado de la creación.

Aunado a esta religiosidad estaba la concepción mística del dolor como único camino para la purificación del alma, así como el énfasis en la transitoriedad del mundo y la insignificancia de la existencia humana:

“!Dolor! ¡Siempre dolor! ¿Qué Dios encierra
Desde el Edén y su dolor primero,
Ese Ideal que pasa por la tierra
Como fatal reguero
De dudas tormentosas
De fiebres, de delirios, de ilusiones,
Engendros de satánicas pasiones,
Soberbias, de la carne voluptuosa…?
(…)
Al eco de mi voz, desaparece
El punto luminoso,
Y en armónicas ondas, himno hermoso
De celestiales cánticos, parece
Que esparcen por los ámbitos del mundo
Las arpas de los ángeles en coro…
¡Oh! Dios! A quien adoro!
-Exclamo al despertar, con alegría,-
Arrebata en tu llama creadora
Cuanto ya queda de existencia mía,
Y cuanto he sido, y soy, un sueño sea
Donde libre de humanos ideales,
Al abrirme tus puertas inmortales
Amor, eterno amor tan solo vea…!”

Incursionó también dentro de la épica, en este sentido su poema “Los dormidos” del que algunas estrofas fueron suprimidas por la censura, constituye una muestra representativa de esta faceta no solo del autor sino de toda la poesía cubana. Su título es alegórico a los españoles que domeñaban la Isla, “dormidos”, ciegos ante la situación de degradación social imperante y el empuje independentista que había resultado en el estallido de la Guerra de los Diez Años. Además de los méritos literarios inherentes a muchas de sus obras – otras no gozaron de igual suerte- el poeta jugó un papel importante en la formación de Martí y la gestación de las ideas medulares que llevarían al Apóstol a organizar la Guerra Necesaria.

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