2.3.5.1 El fatalista, de Esteban Pichardo Tapia (1799 – 1879)


Esteban Pichardo fue un geógrafo destacado de su tiempo, realizó periplos por distintas ciudades de Cuba y se dedicó a la elaboración de mapas y otros documentos asociados a la cartografía, por su labor científica recibió numerosos reconocimientos; pero también se le debe un tomo de poesía y la extensa novela “El fatalista” publicada en 1866.

La novela devela una intención costumbrista desde su mismo proemio: “Se indican varias costumbres y otras circunstancias locales contrayéndome singularmente á las Capitales de los Departamentos Habana, Puerto – Príncipe, Santiago de Cuba y algún otro lugar, de manera que serán más interesantes para los que conozcan bien esas regiones; entendido para ello, que se ha puesto tanto cuidado en evitar anacronismos, cuanto en huir de las inverosimilitudes y Fábulas Milesias”

Mas adelante agrega como propósito: “Pintar nuestro Mundo como es; anatomizar el cuerpo social Cubano en todos sus miembros de uno ú otro Departamento buscando fácilmente el correctivo posible en los defectos; aislar en un individuo ideas dudosas de predestinación; no es zaherir, ni sentar axiomas de creencia.”

Sin dudas logró plasmar con acierto la naturaleza geográfica de Cuba en sus trabajos científicos; pero en cuanto a la realidad social, el texto luce abigarrado y se suceden historias sin una total ilación lógica. El autor anuncia que muchas de las narraciones tienen un marco real, recopiladas en sus excursiones al interior del país; pero aún así el rejuego con la realidad culmina en un dibujo social que no se parece del todo a su referente, las prácticas que refiere, quizás existentes, no son representativas y es por ello que esta plasmación de costumbres no alcanza a la sociedad en su conjunto.

La intención de impresionar al lector puede ser captada en el texto a través del exotismo de algunos paisajes y la pincelada pintorequista con que se refiere a los campos cubanos, el lenguaje llega a ser tan particularista que dificulta la comunicación y le cierra espacios de público. Sorprenden un tanto los pasajes de contenido sexual, incluso referencias explícitas a violaciones, no muy comunes en la literatura de la época.

La cubanía queda aquí restringida a estos meros colorismos de la vida en las ciudades y localidades campesinas, sin connotaciones políticas en una etapa en que la mayoría de los intelectuales adoptaba alguna trinchera en esta materia y el país se tornaba ya un hervidero conspirativo.

La idea de la predestinación, que pudiera considerarse determinista si no fuera por la falta de correlación de las preconcepciones y las realidades que misteriosamente se van correspondiendo, es reiterada constantemente a lo largo del texto y le resta fuerza al elemento, además de que el lector puede prever los desenlaces.

Quizás este texto resulta sintomático en cuanto a desviar la mirada de los sucesos relevantes que en verdad se estaban gestando en la nación, hacia manifestaciones exterioristas de la cubanía, no obstante en la descripción de ambientes y paisajes sí consigue reflejar algunos retazos del complejo entramado de la nacionalidad.

El pintor Jorge Arche Silva (1905 – 1956), sus aportes a las Artes Plásticas cubanas
La obra plástica de Enrique Caravia y Montenegro (1905 – 1992)
Wilfredo Oscar de la Concepción Lam y Castillo (1902 – 1982), la trascendencia de su obra plástica
El escultor Teodoro Ramos Blanco (1902 – 1972), su obra
La obra plástica de Gumersindo Barea y García (1901 – ?)
El pintor Carlos Enríquez Gómez (1900 – 1957), un exponente imprescindible de las artes plásticas cubanas
La obra del escultor Juan José Sicre y Vélez (1898 – ?)
La obra del pintor y arquitecto Augusto García Menocal y Córdova (1899 – ?)