3.1.1 El cultivo de la poesía por Esteban Borrero (1849 – 1906)
La poesía de Esteban Borrero fue sobre todo la búsqueda de la belleza a través del dolor, más en su estilo de vida que en la hechura formal de sus versos. Sus incursiones en el orbe poético se inician con un libro de poemas que publicó en 1878, sobre el cual no se han encontrado referencias más allá de haber estado dotadas de un tono satírico, al año siguiente algunos de sus versos aparecerían en la antología “Arpas amigas”.
Julián del Casal expresaría: “Si el prosista es admirable, el poeta también lo es. El sentimiento predomina en todas sus composiciones. (…) Todas las heridas que su alma recibiera en el mundo sangran en sus rimas. (…). Bajo el peplo de su musa, semejando a una Cleopatra moderna, está el áspid de la duda destilando su veneno que se filtra interiormente como un ácido disuelto en el seno de un mármol. De todas las cualidades que embellecen a esa musa, la más sobresaliente, mejor dicho, la que me agrada más, es la de que para ella sólo existe el mundo interior. Vive concentrada en sí misma, como la perla en su concha, sin preocuparse nunca de lo que preocupa a los demás. Y, sin embargo, es muy moderna. Lleva siempre la nostalgia de algo grande, de algo que no sabe lo que es, pero que de seguro no está dentro de la creación.”
Esteban Borrero se adscribió sobre todo al modernismo y recibió con beneplácito la influencia casaliana, a pesar de que este era más joven, compartieron obsesiones vitales y líricas y constituyó en cierto sentido un refugio espiritual para Casal.
Las muertes de varios miembros de su familia, sobre todo la de su hija Juana, ensombrecieron su expresión poética, patente en su composición “De lo más íntimo”, pletórica de una desolada melancolía, de la cual se refugia en las gestiones independentistas desde la emigración, movido por un ideal más alto que su propia vida.
De impronta más bien modernista es su poema “Primavera” en el cual establece una contraposición entre el ámbito material de la primavera –y espiritual por extensión, dada la connotación emotiva que le otorga al paisaje en un tratamiento todavía romántico de la naturaleza- y su estado físico y anímico, incapaz ya de sentir los embates de la alegría sino como un gran dolor por contraste:
“Aromas voluptuosas
A mis sentidos llegan.
El sol brilla más fúlgido,
Fuego bulle en mis venas.
Parece que palpita
El aire que me cerca,
Que se estremece al paso
Del ave que aletea. (…)
De mi deliquio súbito
Vuelvo al fin, y me cercan
Ceñudas realidades,
Abrumadoras penas.
En torno abrojos miro,
Cruel la duda me asedia…
¡Guarda para otros pechos
Tu encanto, primavera;
Otras almas te gocen:
La mía está ya muerta!”
Aunque no fue un poeta notable, sus aportes líricos revisten interés para acceder a la faceta creativa de su personalidad ejemplar, a un tiempo firme y humilde, avocado al movimiento de ideas independentistas desde un consecuente patriotismo, pero sin perder por ello su singularidad intelectual y emocional.
José Lezama Lima señalaba que la poética de Borrero no alcanzó el nivel de plenitud de su obra en prosa; aunque sí en atisbos “una expresión atormentada y potente” significativa. Refiere asimismo que fue “fundador de un hogar donde la poesía se mostraba extraña y fascinante” en alusión tanto a las tertulias literarias que organizaba en su residencia de Puentes Grandes como al abrevadero cultural en que educó a sus hijas, todo lo cual impulsó el auge del modernismo en la lírica cubana.