3.1 La evolución de la poesía cubana en la etapa de 1868 – 1898, el modernismo
Si bien en la etapa primó la manifestación lírica del empeño independentista, ya como llamado o testimonio del combate y no solo como abstracta ideología, no puede circunscribirse a ello toda nuestra poética, ni siquiera al panorama político en que el independentismo, aunque preponderante, estaba en pugna con otras expresiones ideológicas tanto integristas como anexionistas, que reclamaban asimismo espacios de expresión.
De la etapa de la Guerra de los Diez Años y del desencanto posterior y los caminos que acarrearía en la lírica, data la antología “Arpas Amigas”, de 1879, de desigual calidad en cuanto a los textos reseñados pero que expresa el espíritu de la lírica cubana en la etapa, donde se abren paso algunos cuestionamientos ontológicos, no reductibles a lo político, que quedaban a la deriva por el resquebrajamiento de la fe y la insuficiente respuesta de la cosmovisión positivista.
La decadencia del romanticismo y los primeros atisbos modernistas se entrecruzan en esta etapa; aunque el modernismo propiamente se inicia, según Pedro Henríquez Ureña, con la publicación de “Ismaelillo” en 1882; otros estudiosos consideran que si bien Martí posee rasgos precursores del modernismo, no toda su poética se inscribe en esta corriente.
Julián del Casal alcanza la expresión más afín al modernismo dentro de esta primera etapa, aun no claramente en “Hojas al viento”, de 1890, en el que trasluce una poética todavía poderosamente influida por el romanticismo; pero sí en “Nieve” de 1892, que puede considerarse un poemario central de la lírica cubana signada por esta corriente, en tanto funge como referencia creativa de un grupo de creadores de la última década decimonónica y aún después.
Entre los epígonos de Casal que alcanzaron algunas cimas poéticas se encuentran Juana Borrero y los hermanos Carlos Pío y Federico Uhrbach; aunque el perfil del modernismo no aparecía del todo trazado en la Isla, a diferencia de lo que acontecía en otros contextos hispanoamericanos. El caso de Juana Borrero resulta lamentable en tanto murió sin alcanzar la plena realización que sus potencialidades poéticas prometían.
Aunque algunos todavía consideran que el modernismo en Cuba resultó algo difuso como corriente, en ello está implícita una concepción exteriorista de este, basada en la renovación métrico – rítmica y el exotismo de sus símbolos orientalistas.
Sin embargo, ahondando un poco más puede apreciarse que en torno a Julián del Casal y José Martí –dos realizaciones distintas del movimiento, con mayor carga intelectiva en el caso de Martí, quien fue también un renovador de ideas- existieron rasgos sostenidos de esta corriente, (con los sesgos de la muerte en la última década del siglo de muchos de sus cultivadores) matizada por los acentos patrióticos que se tornaron más potentes en el último lustro.