3.8.1 La obra poética de José Martí (1853-1895)


El 28 de enero de 1853 la calle Paula, en La Habana extramuros, vio nacer a uno de los hijos más ilustres de Cuba: José Julian Martí Pérez. Fue discípulo de Rafael María de Mendive y José de la Luz y Caballero, quienes le inculcaron las ideas revolucionarias que definieron su vocación futura: luchar por la independencia de su amada patria.
Todavía era un adolescente, tenía solo dieciséis años de edad, cuando fue sentenciado a seis años de prisión por escribirle una carta a un amigo que decidió unirse al cuerpo de voluntarios de La Habana, acusándolo de apátrida. Gracias a la gestión que hiciera su madre, Doña Leonor Pérez, debido a su delicado estado de salud por los años de trabajo forzado en la cantera de San Lázaro, fue deportado a España en 1871. En 1874, se licenció en Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad de Zaragoza.
Reconocido mundialmente como el iniciador del Modernismo Latinoamericano, incursiona en varios géneros literarios como la poesía, la novela, el teatro y el periodismo. Aunque a veces su creación artística no cumple con todos los requisitos que caracterizan a este movimiento, no se pueden negar sus aportes formales al mismo.
Martí se opone al lenguaje rebuscado del parnasianismo, así como al tono luctuoso de los románticos. Su poesía es escrita con total naturalidad y sencillez, sin retórica, con palabras que brotan desde sus entrañas. Así lo manifiesta en sus Versos Sencillos, específicamente en el poema número V:
“Mi verso al valiente agrada:
Mi verso, breve y sincero,
Es del vigor del acero
Con que se funde la espada.”
Un factor importante en la obra martiana lo constituye el pueblo, ese pueblo americano, desposeído y esclavizado durante mucho tiempo: inspirador. Por él y para él, Martí escribe con palabras sencillas y hermosas, asegurándose que su mensaje prenda con fuerza en los más humildes:
“Oculto en mi pecho bravo
La pena que me lo hiere:
El hijo de un pueblo esclavo
Vive por él, calla, y muere.”
Para José Martí, el sentimiento de dolor era inseparable de la creación literaria. Este sentimiento lo acompañó durante gran parte de su vida: vivió con el dolor de no estar junto a su hijo, al que le dedicó el poemario “Ismaelillo”, y por sobre todas las cosas, sufrió el hecho de ver a su bien amada isla languideciendo como colonia de España. Esta estrofa del poema XLVI de los Versos Sencillos así lo ilustra:

“Vierte, corazón, tu pena
Donde no se llegue a ver,
Por soberbia, y por no ser
Motivo de pena ajena.
Yo te quiero, verso amigo,
Porque cuando siento el pecho
Ya muy cargado y deshecho,
Parto la carga contigo.
Tú me sufres, tú aposentas
En tu regazo amoroso,
Todo mi ardor doloroso,
Todas mis ansias y afrentas.”

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