3.8.4 El arte de la oratoria en José Martí (1853 – 1895): Sus inicios


En Cuba, la oratoria sagrada tuvo un significativo desarrollo en el siglo XVIII. En este período, al ser la Isla colonia de España, era imposible ofrecer un debate político público, por lo que el púlpito sagrado se convirtió en la única tribuna permitida para desarrollar tan loable género.
En el siglo XIX, el contexto histórico social cambió como resultado de las luchas independentistas del continente americano, por tanto, el discurso político se tornó un arma eficaz para sumar simpatizantes a la causa revolucionaria. Mientras más elocuente fuera el orador, mejor prendían las ideas en los oyentes, generalmente personas analfabetas o semianalfabetas, que sólo mediante el uso oral de la palabra podían llegar a conocer lo que acontecía.
José Martí, erudito de gran talento, amplia cultura y dominio de la lengua, entregado desde finales de la década del ochenta de la centuria decimonónica a la organización de la llamada Guerra Necesaria, hizo de este género arma poderosísima para la causa: “Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”, expresó quien fuera un orador excelso.
Manuel de la Cruz, lo caracterizó de esta manera: “Su vehemencia era el alma de su oratoria. Por esto se concibe fácilmente cómo pudo ser un orador popular, popularísimo, hasta despertar la idolatría, siendo de suyo orador de estilo elevado, esencial y profundamente literario, quintaesenciado y frecuentemente oscuro. Su vehemencia vibraba hasta en el timbre de su voz; según los que lo oían habitualmente, pocos oradores han dado a su palabra el tono, el calor y la fuerza que imprimía Martí a sus discursos. Era improvisador, y su memoria nunca le fue infiel, aun cuando escalaba la tribuna sin más preparación que la fatiga abrumadora de la cotidiana faena, toda de pura labor mental […] Así se explica y concibe que llevara a cumplido término la obra a que consagrara todos sus esfuerzos, haciendo del afiliado un sectario, un fanático político, un creyente en quien la potencia de la fe determinara la acción eficaz, que ni vacila ante el sacrificio ni se amedrenta ante el holocausto.”
Sus inicios en la oratoria fueron bien tempranos, cuando, el 4 de marzo de 1870, frente a un tribunal español que trataba de esclarecer quién había sido el redactor principal de la carta condenatoria a Carlos de Castro, si José Martí o Fermín Valdés Domínguez, Martí asumió totalmente la responsabilidad del hecho, siendo esta su primera victoria como orador.
A los 24 años de edad, siendo profesor de literatura en la Escuela Normal de Guatemala, cautivó al auditório reunido ese día para participar de los encuentros organizados por el director del colegio que permitían el intercambio de los alumnos con distintas personalidades de la vida intelectual del país, al hacer uso de la palabra para comentar sobre un libro del poeta guatemalteco Francisco Lainfiesta.
A partir de este momento, por el vigor de sus palabras, por el tono y los matices que le imprimía a su voz, por la exquisitez de su vocabulario así como la empatía que lograba establecer con el público, su palabra comenzó a ser solicitada en múltiples ocasiones, convirtiéndose en maestro de este arte.
Su verbo conquistó todo tipo de público: aristócratas, diplomáticos, cubanos de la alta burguesía, tabaqueros, campesinos. A la par que crecía su fama como escritor, poeta y periodista, lo hacía también como orador. En sus discursos nunca dejó de reflejar, ya sea mediante sutilezas o directamente, su manera de sentir y pensar con respecto a la necesidad de que Cuba se independizara de España.

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