4.1.1.15.4 El texto poético “Asonante final y otros poemas”, 1955, de Eugenio Florit (1903 – 1999)
Algunos críticos consideran que este es el poemario más importante del legado lírico de Eugenio Florit y no “Doble Acento”, como antaño se había considerado. En este texto Florit abandona un tanto el intimismo a través de un tono más coloquial en el que plasma desde el comienzo una religiosidad patente en sus interlocuciones con la divinidad, desde “lo bajo” a “lo alto”, o también a partir de una supuesta comunión con dios, donde surge la inclinación por la tierra y su gente: “Perdóname, Señor, este deseo de bajar desde la altura”
Desde el propio tiempo escritural del poemario, Roberto Fernández Retamar expresaría: “La poesía de Florit se ha apartado completamente de aquel inicial anhelo de pureza. Lo narrativo ha vuelto a aparecer, mientras el aliño formal ha sido dejado de lado, en busca de un verso de gran sencillez, cercano, más que a la prosa, a la conversación”
Lo conversacional lo acerca a los tonos y temas de la lírica cubana, un afán comunicativo que no se había manifestado cabalmente en poemarios anteriores; sin embargo aquí la comunicación no se establece a priori sino que se basa en un lirismo descarnado que prescinde del culteranismo e incluso de las pretensiones de aséptica belleza propias del purismo.
Uno de los poemas que de algún modo inaugura esta vertiente en la obra de Florit es “Conversación a mi padre”, donde además depone la actitud trascendentalista a través de la evocación de una cotidianeidad en parte perdida por la muerte del padre, donde el culto constituye de todos modos una forma contenida de la nostalgia. El tono de este poema lo aproxima ciertamente a la poesía de José Z. Tallet y otros del parnaso cubano, del cual se transcriben algunos versos:
“Y seguimos viviendo todos
y ya ves, recordándote todos los días.
y decimos: este postre le gustaba,
y caminaba así, porque siempre iba aprisa,
y una vez se afeitó el bigote
y se lo volvió a dejar en seguida.
(…)
Ya a mis años prefiero
llegar a casa y colgar el abrigo y el sombrero,
y beber una taza de te con limón
o el chocolate junto a la ventana.
Como gracias a Dios no tengo frío,
tranquilamente dejo
que haga el gato lo que le dé la gana.
y si eso del frío y del gato
nada tiene que ver,
la cuestión es pasar el rato
tú y yo y el que me quiera leer.)”
La muerte para Florit se asocia al trasfondo conceptual del coloquialismo, en tanto la vuelve cotidiana, “conviviente” y a la vez se inserta en sus sentido de la religiosidad por ser el camino hacia dios, es decir que en ella se unen los hilos de lo cotidiano y lo trascendente, se entretejen definitivamente en su poética para abrir un espacio creativo de óptica más ancha, donde cabe ya el mundo y de soslayo el sufrimiento humano; aunque Florit no lo haya captado desde su arista social.
Se ha afirmado que Florit fue un poeta de tres patrias; y es indudable que aún con sus vínculos temáticos y estilísticos con la lírica cubana, su vocación de universalidad iría más allá en lo cognoscitivo y en lo lírico. Quizás su patria verdadera, evocada desde sus primeros textos y cuyo oleaje palpitante o reminiscente ha bañado su poética, fue sin dudas el mar, piélago sin nombre evocado desde todas las orillas:
“Me rompieron el mar, me lo apartaron
para dejarme aquí solo y sin aire,
sin todo aquello que fué mío:
la espuma y el coral y las gaviotas.
Mar mío, ¿dónde estás? ¿dónde resuenas?,
¿qué nave sentirá tus dedos fríos,
tu palabra sin fin?
Mar eras para mí, para mis brazos
cruzados sobre un pecho de madera
que hasta se hundía en ti, te atravesaba
y te apartaba en móviles espumas.”