4.1.1.16.3 “Poemas sin nombre”,1953, de Dulce María Loynaz


Las piezas que integran este texto, relativo a la modalidad de prosa poética, muestran un lirismo acendrado y lexicalmente preciso, el cual es fruto enriquecido por las búsquedas estéticas de sus sucesivos poemarios –pudiera decirse que búsqueda de su propio yo en el fondo de la belleza lírica- y también por la magnitud de los sentimientos y de cierta agitación interior, en momentos en que no fue inmune a la pasión amorosa suscitada o suscitante.

César López, en su prólogo a una de las ediciones del poemario, refiere: “Los poemas que no tienen nombre ocupan un ámbito tocado por el impulso de la poesía. No la hipótesis, sino la encarnación. Esas criaturas vivas y vivientes, en pugna constante, son espíritus encarnados. Negación del ánima. Totalidad.”

La religiosidad está presente como una constante en la mayor parte de los textos, desde el “Poema I”, a manera de diálogo sostenido con Dios. Aquí establece un símil entre las ideas líricas que bullen en su cerebro y las criaturas de dios, pero ya en el “Poema II” se refiere solo a su palabra, expresando después: “Nada hay en ella que no sea yo misma; pero en ceñirla como cilicio y no como manto pudiera estar toda mi ciencia”.

Desde el punto de vista de su estética, continúa siendo de un enclaustrado intimismo, donde el diálogo se establece dentro del asiento de su ser y no proyectada hacia el exterior, por lo que la soledad del hablante lírico se acrecienta en la incomunicación: “Muchas cosas me dieron en el mundo: solo es mía la pura soledad” (Poema VII).

El tema amoroso a veces resulta explícito y otros latente en las páginas, en este sentido el tono lírico no distingue entre la tríada amado – naturaleza – dios, que constituyen el afuera con el cual desea fundirse y en esa renuncia está el meollo de su poesía, en la manera en que se sujeta (Perdóname por todo lo que puedo yo misma sujetarme, para no ir hacia ti, señor) en un intimismo a veces de insoportable densidad.

El siguiente fragmento, referido en un primer plano de lectura a un ratoncillo atrapado en una trampa, parece evocar otra especie de coerción ¿familiar?: “Pero hoy acabo de descubrir que sólo soy un ratoncillo aterrado en el fondo de un mecanismo artero, una miserable criatura cautiva de un poder terriblemente físico y misterioso, que no suelta ni mata, pero que se interpone entre mi cuerpo y el mundo en que este cuerpo se movía” .

La cerrada existencia de la autora desde el punto de vista espiritual, ya haya sido una actitud inmanente o provocada por la presión familiar ejercida de una manera silenciosa, se ve sin embargo amenazada por el amor, sentimiento que emerge desde las sombras nunca del todo conjuradas del pasado y se facilita por nuevas circunstancias.

El transcurso de su primer matrimonio, su disolución y el reencuentro verdadero con su antiguo amor, concurren armónicamente en esta obra –si se conoce algo de la vida de la poetisa- en la que deja numerosas claves, ciertamente no herméticas, de su concepción de este sentimiento:

“Ni con guirnaldas de rosas deseo sujetarte. No quiero nada tuyo que no brote por propio impulso, como el agua de los manantiales.

No he de poner un dedo sobre ti; me es grato recibirte como un don, no como un fruto de fatigas.

Si he de bajar hasta la entraña de tu tierra a buscar el diamante que he soñado, guarda el diamante tú, que no lo cambio por mis sueños.

De sueños resoñados pude vivir hasta ahora; de diamante ofrecido con desgano, yo no podría vivir un solo día.”

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