4.1.1.17.2 La poesía negrista de Emilio Ballagas (1908 – 1954)
En 1934 Emilio Ballagas publicó “Cuadernos de poesía negrista”, poemario que constituye uno de los más importantes de la lírica cubana que ha corrido por estos cauces, solo superada por la obra de Nicolás Guillén. A diferencia de Guillén, que escribe los poemas con el palpitar de su propia sangre negra, Ballagas lo hace desde un plano exterior, inmerso en la fruición del color, de la cultura, de la lengua negra pero con reverencia, rozando a veces el tema de la preterición social.
El negrismo y el purismo de Ballagas tienen en lo fruitivo puntos de cardinal contacto; sin embargo necesariamente dista del purismo en tanto se aproxima y se hunde en la realidad negra, más allá de las abstracciones típicas de esa corriente. Algunas notas dentro del poemario muestran que logró penetrar en la sensibilidad escondida detrás de la rumba y del ron, como es el caso de “Elegía de María Belén Chacón:
“…María Belén Chacón,
con tus nalgas en vaivén,
de Camaguey a Santiago, de Santiago a Camaguey.
En el cielo de la rumba,
ya nunca habrá de alumbrar
tu constelación de curvas.”
El tono elegíaco y lo erótico se imbrican con acierto en este poema, en cierto modo de un costumbrismo que no se propone serlo y ello lo dota de una ganancia adicional. Aunque Ballagas no llegó a la esencia de lo que significaba ser negro en la Cuba neocolonial, sí se deleitó de veras en el universo de la rumba y el ron, donde intuyó que el amor estaba hecho de carne y espíritu, ajeno a muchos de los preceptos de falsa moral de su estrato social.
En los textos “Para dormir a un negrito” y “Lavandera con negrito”, además de el regodeo verbal en cierta sabrosa pastosidad de la pronunciación popular, usual en el ámbito de los negros (con sus propios códigos dada la exclusión latente que padecían), se aprecia una honda veta de ternura, que a veces adquiere cierta ironía para develarle a los blancos su propia óptica (el uso iterativo de “negrito”, en vez de niño u otro sinónimo).
En cuanto al erotismo, alcanza una alta cima en la literatura cubana con “El baile del papalote, que tiene un ritmo de canción, además de sello de cosa íntima, muy próximo a lo conversacional”:
“Ponte frenillo en los hombros,
mulata, y en el ombligo.
Vas a volar en la rumba.
¡Te voy a empinar, te digo!
(…)
Empínate, papalote.
Empínate, empina ya.
Sube, morena, las nalgas,
¡que se ha soltado la música!
(…)
¿Estás dando culebrilla?
Te hace falta contrapeso.
Suéltate un poco la cola
para que bailes serena.
Ábrete la bata blanca,
nadando en rumba, sirena”
Este canto erótico a la sirena negra, más los diferentes pasajes de la obra en que interactúa también el tono infantil, los negritos, el color de la piel, “de ríos de pulpa y miel”, entretejen un emotivo y auténtico elogio a las ancestrales costumbres de esta raza con su carga irreductible de sensualidad, en el contexto de difíciles condiciones materiales de existencia, de las cuales también Ballagas insinúa una denuncia.