4.1.1.7.2 La obra poética de Mariano Brull (1891 – 1956), a partir de 1934


En 1934 Mariano Brull publica “Canto redondo” donde da muestras del más acendrado purismo –valga en este caso la redundancia- en su afán de acceder a un mundo ideal despejando todos los carices de la realidad. Continúa en algunos versos empleando la lengua literaria desde lo puramente fónico, lo que quizás explica que haya escrito en ocasiones directamente en francés sin pruritos chovinistas.

Con respecto a este poemario, Roberto Fernández Retamar afirmó: “Canto redondo es un título también feliz por cuanto indica una creación exaltada y perfecta: podría ser el título de toda la obra de Brull, de su geométrico cántico. La unidad de esta obra, a lo largo de más de veinte años, ofrece la sorpresa de una labor casi sin evolución, como si la objetividad que toda poesía pura comporta hubiera borrado la necesaria vida del poeta y sus necesarias alteraciones”

En “Solo de rosa”, de 1941, la actitud indagadora de Mariano Brull se acrecienta, su afán de desentrañar la esencia de las cosas implica a veces vueltas y re- vueltas creativas, en la que la rosa material debe ser metafóricamente desojada para llegar a la belleza como ideal, la rosa perfecta que constituye el molde inalcanzable del cual participan todas las rosas reales, pensamiento eminentemente platónico, ilustrado en “Epitafio a la rosa”:

“Rompo una rosa y no te encuentro.
Al viento, así, columnas deshojadas,
palacio de la rosa en ruinas.
Ahora – rosa imposible- empiezas:
por agujas de aire entretejida
donde todas las rosas
-antes que rosa-
belleza son sin cárcel de belleza.”

En 1950 publicó “Tiempo en pena”, del cual forma parte el poema citado en otro acápite “A toi – meme”. A diferencia de la fruición inicial con que incursionó en la poesía, a la que consideró irrecusablemente pura como condición sine qua non, se aprecia ya en estos versos cierta angustia ante la imposibilidad de penetrar al ámbito ideal de las esencias por su propia inexistencia, la incapacidad entonces de gozar de estos frutos poéticos deviene cierta amargura por la pérdida de sentido.

“Nada más que…”, de 1954, continúa las circunvalaciones del autor en torno a una misma poética y el propósito de llegar a su núcleo inasible, hecho solo de sonidos pues las palabras no podían reflejar las ansiadas esencias, en el reino de la anomia. Quizás ya aquí el poeta llegaría a la cúspide posible, lejos aún de su imposible ideal y debía por tanto enmudecer, convertirse en nada; silencio y nada, símbolos reiterados en las sucesivas obras de Brull.

Anteriormente, en 1947 en “Orígenes”, había publicado dos poemas bajo los títulos de “Víspera”, y “Última rosa”. La primera de estas piezas denota cierta angustia lírica derivada del caos que constituye su vislumbrado paraíso fruitivo de esencias, árbol acendrado del conocimiento al que no se puede acceder:

“Al caos me asomo…
El caos y yo
por no ser uno
no somos dos.
Vida de nadie
de nada… -No:
entre dos vidas
viviendo en dos,
víspera única
de doble hoy.
Muera en la máscara
quien la miró
yo -por dos vidas-
me muero en dos…”

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