4.1.1 La poesía cubana en la etapa de 1899 – 1923
El período que se extiende desde el inicio de la intervención norteamericana hasta 1923, aproximadamente con la Protesta de los Trece y una serie de acontecimientos asociados al despertar de la conciencia nacional, tuvo características comunes en la lírica, si bien estas están dadas por cierta indefinición política y estética.
Hasta 1912, en criterios aproximados, tuvo lugar un período que prolongaba tanto en el contenido como en la forma el romanticismo que había imperado en la etapa bélica, ya sin nuevos hallazgos formales y la repetición de una misma visión amorosa y patriótica, lo cual sin dudas estaba fuertemente influido por la frustración del anhelo libertario, lo que determinaba las mismas inquietudes de antaño.
La evolución natural del modernismo se había visto sesgada por las tempranas muertes de sus figuras más importantes, José Martí y Julián del Casal, así como las jóvenes promesas de Juana Borrero y Carlos Pío Uhrbach, en el decenio finisecular. Ello impactó sin dudas el universo poético y como quizás únicas figuras de relevancia quedaron Bonifacio Byrne y Federico Uhrbach, voces de prestigio pero sin suficiente ímpetu para imponer un canon renovador.
La necesidad de una renovación fue germinando lentamente en el parnaso de la juventud abocada al cultivo de la lírica. Pedro Henríquez Ureña refería al respecto: “Si la gran inactividad literaria de este momento no es presagio de una extinción total de las aficiones poéticas, como insinúan los escépticos, es de creerse que la poesía cubana se halla en un período de transición y que las generaciones próximas traerán un caudal de ideas y formas nuevas.”
En 1913, con la publicación de “Arabescos Mentales”, de Regino E. Boti y en 1917 “Versos Precursores”, de José Manuel Poveda –en alguna medida, también el poemario “Ala”, de Agustín Acosta, tuvo que ver con la renovación- se plasman las ideas renovadoras que ya habían sido expuestas en teoría como una necesidad que no encontraba sus caminos, la lírica cubana se abrió a una línea de nuevo modernismo o francamente posmoderna.
La renovación estuvo dada por una exaltación del yo poético, pero que se sumerge asimismo en la rica tradición nacional, sobre todo en la de impronta modernista, este renacimiento se vincula también con la poesía hispanoamericana, de la cual se había distanciado en los últimos años nuestra lírica.
En esta etapa ya más fecunda también se inmiscuyen algunos nuncios de la vanguardia, quizás su aporte decisivo es que dotó de una auténtica cubanía al modernismo y las corrientes posteriores que ya estaban irrumpiendo, lo cual había sido cuestión polémica en las etapas precedentes. La voz nacional se nutrió de todos estos aportes y poetas posteriores retomarían estos hallazgos con un mayor nivel estético.