4.1.2.11.3 La obra “Espirales del Cuje”, 1951, de Lorenzo García Vega


Lorenzo García Vega dedicó esta obra a José Lezama Lima -como testimonio de una amistad que se había fraguado al calor de Orígenes- la cual asoció a la clasificación de “relatos”, a pesar de que estos se encuentran interconectados en una única secuencia narrativa. Lo cotidiano de la cubanía irrumpe en estas páginas, en las cuales la prosa no se ha despojado del todo de su lírica condición.

Desde el prólogo se anticipa ese propósito de búsqueda en las raíces, desde la alucinada memoria, de la simiente de la identidad del autor, en “El Cuje” y otros ámbitos que se interconectan, pero cuya esencia social y natural puede extrapolarse a todo el país y establecer desde ella los rasgos de lo identitario nacional.

El texto eleva a superior cúspide estética toda la herencia literaria acumulada en el siglo XIX, en torno a la corriente del criollismo, sin embargo en esta pieza la aprehensión no es exteriorista sino participativa de la esencia de lo criollo, desde una afectividad que emerge auténtica desde el recuerdo. Ya en el prólogo el autor devela sus móviles psíquicos y estéticos:

“Sí, era saber a través de las imágenes de mi infancia la locura alegre de las palabras; y, era la misma palabra cubano la que venía a mí para llenarme de soplos las imágenes de mi recuerdo; la palabra cubano que surgía de mi recuerdo para traerme los viejos danzones que se bailaban en el Liceo. Sí, en la palabra cubano me llegaba el festival de aquellos bailes, con sus danzones, tan tiesos, como para ser bailados por lejanos criollos de leyenda. (…)

Y es así saber por mis recuerdos la nostalgia de los lugares, de la tierra y es el venir de las preguntas a arañarnos la angustia de estar en toda esa proliferación de los recuerdos; es la necesidad de sabernos a través de la nostalgia de nuestros cuentos, de nuestras anécdotas.”

La anamnesis comienza desde las pinceladas adjetivas con que Lorenzo García dibuja al pueblo de Jagüey, la insistencia en la niñez alude quizás no solo al plano de la realidad del bullicio y los juegos sino al estadío del poeta y del propio texto, de una simplicidad sin embargo que no engarza con sus búsquedas en la esfera estrictamente poética.

Además del paisaje perdido –especie de paraíso perdido- el poeta va salvando de la obliteración las casas, los nombres, la mezcla entre presencias y ausencias, la evocación desde el plano de la realidad al pueblo de su memoria también de visos puramente imaginados, todo lo cual enriquece su discurso desde el punto de vista del contenido, sin que incurra en afanes estéticos per se sino simplemente dar testimonio de su emoción.

La nostálgica indagación en el pasado del poeta, el sopor de las lúdicas enfermedades infantiles que padeció, las madres y las abuelas, perdidos fantasmas tutelares, concurren a estos versos que fungen a la vez como puentes hacia los albores de su ínsula, el entretejido indisoluble de su identidad con el ser nacional que transpira en cada uno de los paisajes y su gente.

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