4.1.2.8.2 “Del furtivo destierro”, 1947, de Octavio Smith (1921 – 1987)


“Del furtivo destierro” fue publicada por Octavio Smith bajo el sello “Orígenes” en 1947, constituye una obra de estética sobriedad, en el que confluyen formas castellanas tradicionales, como el soneto, con estrofas de un ceñido verso libre, sin que se aprecien diferencias sustanciales entre ambas pues el lirismo de Smith se atiene de modo natural a diversos moldes rítmicos.

Muchos críticos y estudiosos literarios han excogitado dentro de este volumen de poesía de Smith “Del linaje disperso” y “Casa marina”, como sus obras cumbres y piezas antológicas de nuestra tradición. El primero de estos poemas, entre varias lecturas posibles, alude a una atmósfera previa a la creación, el pulular de las criaturas en la mente divina, desde el plano del universo hecho en que se inserta Smith:

“Tiembla mi corazón, lejos devanan
esta titilación que se le enreda,
tiempo transluce o la arenilla indócil
de música a la espalda de los días.
O es el ritual dinástico del polen
para el arpa del aire revivido.
(…)
Tiembla y alude todo al presentido
céfiro que aprisiona
las rosas en coral desquiciamiento.
Acrece en progresivas
delgadas formas delirantes,
tiembla y apremia a Dios cada criatura.”

Al respecto, Fina García Marruz expresó: “Pero no podemos menos, sin embargo, que detenernos suavemente asombrados ante la belleza de esta pulsación “que redime los confines del mundo”, de este temblor del corazón y de la tierra, que es como una inmensa plegaria, como la plegaria y el cántico físico de la Creación, aludiendo sin fin al misterioso umbral de Dios, urgiéndolo como una llama que acrece “en progresivas formas delirantes”, delirio místico de la materia apremiada y apremiante”

Por su parte en “Casa marina” el autor plasma en un discurso de amplio prisma estético el sentido del mar, un oleaje que los versos parecen comunicar, como origen de la vida y reino paradisíaco del cual se ha concretado otra expulsión. En cierto modo la casa a la que alude es ajena al discurrir del tiempo, incluso atópica, abstracción que sin embargo no abandona el referente azul del mar, cuyas aguas iguales son en definitiva una misma agua en el plano ideal.

El poeta no renuncia a un ámbito de lo mítico que resulta más amplio que los referentes católicos y específicamente bíblicos; además, a pesar de la austeridad en el sentido de deleite físico que se la atribuye por lo común a su poiesis, la mujer aparece evocada en muchas de sus piezas, desde “Estrofas por la bella durmiente”, donde el mito es recreado con un tono intemporal y en “Para la niña destruida”, que parece aludir al tópico de “mujeres caídas” bajo el peso de una moralidad social que no había mutado mucho desde la etapa decimonónica.

Uno de los textos de más aliento poético del poemario y menos conocido que sus dos piezas antológicas, lo constituye “La costa visitada”. En este la mujer se yergue en su simbolismo de carne y espíritu, y arrastra a Smith hacia un lirismo delirante, sublimador de las ancestrales apetencias que eran a veces pulsadas por cuerdas de la belleza física creada:

“Una mujer como la noche:
lejana, titilante y húmeda,
diáfano laberinto de afinarse.
Una mujer, su tierra modelada
fragrante de hialinos secretos confluyendo,
anudada anudando el hilo de que todo
prosiga suave y sigiloso, el sacro,
plateado conducto vivo en lo nocturno.
Una mujer y el halo con que entrega
la fervorosa tela en que cernirse
como logrado tránsfuga indeleble.

Una mujer aliada a las estrellas
de pausado relumbre desasido
y sin embargo inmerso, absorta medianera,
tersa y oscura viña de situar
la duración, el paso caudaloso
del tejido que un árbol y otro árbol
al enunciarlo no poseen.

Extensa una mujer
siega mis gestos o recoge
mi delirio en su estable,
secreto aire frutal, corporizado,
fino estival sistema en vilo ardiendo
sin orillas.
Extensa una mujer me cede,
como la tierra zona a la tasada
raíz, un transitorio
dominio de llamear eternidad,
baño de ciego rizo en el acorde
transado e impetuoso.
La cristalina incandescencia
del ser y entrando a lo vedado
deshecho se han mi nombre y mi contorno.

Una mujer siempre devuelve,
por grados de pleamar retrocediendo
sin fin desde mi carne, paso a paso
restándome sustancia milagrosa,
a la costa letal con la nocturna
muchedumbre de ausencias, la embestida
del eco sideral que se traslada.”

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