4.1.3.5.1 La obra literaria y audiovisual de Tomás Gutiérrez Alea (1928 – 1996) después de 1959
El quehacer como guionista y director de cine de Tomás Gutiérrez Alea se volcó hacia la crítica de la realidad cubana en sus flagelos, como la burocracia y otros también de implicaciones éticas; inmerso y auspiciador del espíritu del nuevo cine latinoamericano, configuró una estética audiovisual de apariencia caótica, contrapuesta a la perfección formal y vacío de valores del cine de impronta holywoodense y la tradición fílmica europea, aunque con la influencia latente del neorrealismo italiano.
Su producción cinematográfica incluye los siguientes largometrajes: “Historias de la Revolución”, 1960, “Doce sillas”, 1962; “Muerte de un burócrata”, 1966; “Memorias del subdesarrollo”, 1968; “Una pelea cubana contra los demonios”, 1972 (basada en la obra histórica de Fernando Ortiz); “La última cena”, 1976; “Hasta cierto punto”, 1984; “Fresa y chocolate”, 1993 y “Guantanamera”, además de un sinnúmero de cortos y documentales.
Sin embargo también concibió algunas piezas poéticas que si bien no fueron recogidas en libro, tienen su valor como arista del quehacer cultural de Gutierrez Alea y expresan también la estética de reflejo del acontecer y los caracteres reales por sobre una depurada hechura formal. En la revista cubana “La jiribilla”, se recogen algunas de estas piezas de Titón, como también se conocía al destacado guionista y director de cine, entre estas “10 abril 69”:
“La onda es esta:
me aburren los poetas que
se van quedando sin brazos
sin dientes
sin piel
sin sexo
que pierden una pierna en cada combate de amor
y que al final solo queda de
ellos su llanto
inconsolable.
Me repugnan los egoístas que
sufren eso que se llama
la pasión del amor
El amor no se padece,
se vive.
La pasión “no es triste porque es verdad”
es una enfermedad del cuerpo
que algún día será curada
con pildoritas.
Y el amor, en cambio, es la vida
misma – eso que nos permite
estar solos – ser solos- ser
nosotros mismos – porque lo
tendremos todo.”
De esta selección también forman parte “Tiempo de pasar”, “Significado de la distancia” y “11 de mayo 1972”, quizás por la costumbre de titular algunos poemas a partir de su fecha de concepción, en estos se aprecia la inmersión del poeta en la realidad, cierto miedo a que el sacrificio borre el disfrute del presente (“Nosotros seguimos empinándonos / y poco a poco / pasamos a mejor vida” ), también lo erótico tiene un peso en esta breve selección, que constituye una de las pocas muestras del ocasional quehacer lírico de Gutiérrez Alea tras 1959.
Tomás extendió su condición de cinéfilo, empleando el término en el sentido de un amor profesional hacia este arte, también al terreno del ensayo, con la obra “Dialéctica del espectador”, de 1982, en la que se aprecia una mirada estructurada sobre arte e industria del cine, desde la recepción del público, no por populista sino en tanto el anclaje de su cine en las realidades del pueblo cubano.
Ya en el siglo XIX, tras más de una década de la muerte del cineasta, su viuda, Mirtha Ibarra, actriz y personaje femenino más importante de “Fresa y chocolate”, compiló una serie de epístolas que testimonian su vida como creador, con el título de “Volver sobre mis pasos”, homenaje además al significado de la trayectoria de esta figura para el cine cubano y latinoamericano y en sentido general una cultura que se plasma en una poética audiovisual de hondo contenido social y alto fin estético.