4.2.9.1 “Tristeza de Cuba”, de Miguel de Marcos (1894 – 1954)


“Tristeza de Cuba”, fue publicado por Miguel de Marcos en el diario “Avance”, en noviembre de 1938, valiéndole en ese mismo año el prestigioso premio “Justo de Lara”. Esta pieza sigue la óptica de desenmascaramiento del choteo como modo de encubrir la inmensa frustración republicana, aunque las causas políticas no aparecen expresadas claramente, son intuibles a un nivel más profundo de lectura, desde la pasividad y rémora condenada del cubano.

El texto ofrece una serie de argumentos en torno a la falsedad de la sonrisa en el cubano, como modo de escapar de una conciencia de inferioridad que tiene hondas raíces históricas y políticas explicativas, más allá de una mera actitud vital compartida, cuyas causas no se lanza a desentrañar el autor, sino a proponer el desenmascaramiento, la actitud activa ante sus circunstancias, para poder alcanzar un lugar como pueblo.

Su capacidad de observación social se pierde un tanto en divagaciones en torno al objeto, en las que sin embargo muestra una erudición poco común y el dominio de un léxico atinado, asociado con cierto efectismo propio del propósito de inocular su tesis, sin dudas bastante congruente con la realidad social aunque adolece quizás de cierta incomprensión de la magnitud de las fuerzas que mantenían el solapado sojuzgamiento; aunque por supuesto no irreductibles como el propio transcurso histórico lo demostraría.

Interesante resulta por su connotación política, a pesar de que no se perfile claramente lo que se opone a la necesidad también social de autorrealización, el siguiente planteamiento: “Un pueblo que no puede crear su destino con sus propias manos, no es alegre, a pesar del cielo azul, de la benignidad de las cosas y de la gracia del paisaje.”

Aquí está presente un sentido de cubanía que rebasa el ámbito del entorno natural en su connotación emocional, cuyo simbolismo imbrica pero no constituye toda la cubanía, se refiere al cielo azul, aun no usurpado pero ya lo había sido la tierra en latifundios y el plácido paisaje expropiado.

Asimismo, va más allá del costumbrismo, que se encontraba detenido estéticamente en los modos de vida del cubano, en lo pintoresco de la cotidianeidad, para mostrar otra dimensión de la vida pública y privada, lo que se escondía detrás de una jovialidad como desasimiento, enajenación, ante unas circunstancias que se ciernen sobre el individuo como inapelables y ya el autor trae los primeros nuncios de que no tiene por qué ser así, oponiéndole otra determinación.

El texto culmina con este párrafo: “El cubano es triste y hay, por eso mismo, una tristeza de Cuba. (…) Tristeza de Cuba que precisa romper, que es necesario exorcizar, para instalar en el lugar de ese fantasma abolido, la alegría veraz, la que ríe y la que razona, la que hace de su carcajada una fuerza, una firmeza y una sensatez, una creación inapelable y una serenidad, la alegría robusta –la de hoy, sin palabras de ayer-, la que infunde un coraje a las horas, la que no inserta en lo actual, en lo presente, pretéritas declamaciones de doliente caducidad.”

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