7.4.1 Antonio Raffelin Estrada


Nicolás Ruiz Espadero nació en 1832 y murió en La Habana en el año 1890; músico dotado de una técnica excepcional, a pesar de haber recibido apenas una formación doméstica con su madre, una pianista española de relieve local, quiso emular a los grandes virtuosos que dominaban los salones de Europa.

Su encuentro en 1854 con el novelesco compositor de Luisiana, Luis Moreau Gottchalk, fortaleció sus ansias de apertura al mundo, siempre frenadas por una invencible timidez. Su “Canto del guajiro” fue editado en París en 1874 por León Escudier, dejó también un “Canto del esclavo”, un “Canto tropical” y diversas contradanzas.

Fue además pedagogo, en su hogar asumió varios discípulos notables, entre ellos Angelina Sicouret, Carlos Alfredo Peyrellade y el excepcional Ignacio Cervantes quienes continuarían su labor en la enseñanza.

Su labor musical no solo se resumió puramente a la música de salón, su Segunda Balada, opus 57, compuesta en 1874 bajo la influencia de Chopin, es muestra de ello. En esta obra utiliza muchos de sus recursos expresivos, nunca se pierden una sonoridad, un aliento cubano, que sobresale de los elementos europeos. Algo semejante ocurre en el Scherzo, opus 58, que data de 1875. Es que en el artista se dio una evidente maduración: el compositor fácil de contradanzas y fantasías hacia 1858, dos décadas después es un artista más sólido, más profundo y elocuente. Lamentablemente, su aislamiento, su dependencia de los limitados gustos musicales de la sociedad habanera y el defasaje respecto al avance de las vanguardias musicales en Europa, limitaron la obra de Espadero e impidieron que tuviera la visión y el alcance que lograría más tarde su discípulo Ignacio Cervantes.

Son conocidos su Canto del esclavo, Canto del guajiro, El lamento del poeta, Canto del alma, La caída de las hojas y muchas otras. Se destaca especialmente el Canto del guajiro y Canto del esclavo, donde incluye elementos sonoros de clara identidad cubana. Escribió más de 50 piezas para piano, así como obras para violín y piano, y de cámara.

José Martí, que supo valorar su talento dijo de él: “era arpa magnífica, que en la fiereza del silencio, entona un himno fúnebre a todo lo que muere: ¡saluda con alborozo de aurora a lo que nace: recoge en acordes estridentes los gritos de la tierra, cuando triunfa la tempestad y viene la luz del rayo!”.

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