4.1.1.16.5 “Jardín”, novela lírica de Dulce María Loynaz, 1951
Aunque la novela “Jardín” –calificada como lírica por su propia autora, en tanto lo puramente narrativo ocupa un plano prácticamente secundario- fue concluida en 1935, no fue publicada hasta 1951, en Madrid. En ella la autora despliega un exquisito gusto literario y depurado dominio de la lengua, a la cual le exprime todo su zumo de lirismo.
En el preludio de la obra, la autora refiere: “Esta es la historia incoherente y monótona de una mujer y un jardín. No hay tiempo ni espacio, como en las teorías de Einsten. El jardín y la mujer están en cualquier meridiano de mundo –el más curvo o el más tenso- y, en cualquier grado – el más alto o el más bajo- de la circunferencia del tiempo. (…) Nada lo libra, sin embargo, de ser un libro extemporáneo, aunque una mujer y un jardín sean dos motivos eternos; como que de una mujer en un jardín le viene la raíz al mundo.”
Bárbara, como llamó la Loynaz a su personaje, sintetiza algunas actitudes vitales de la poetisa en ese transcurrir encastillado; pero se identifica asimismo con rasgos de la psicología femenina, cuyo mundo interior ha sido recreado en sucesiones de imágenes de alto calado estético.
El texto constituye, más que una narración en estricto sentido, la ilación de reflexiones líricas que subvierte la linealidad del tiempo, tal como ocurre a veces en la propia obra poética de Dulce María Loynaz, para plasmar la vida de Bárbara como totalidad indiscernible en sucesivos aconteceres.
Desde el punto de vista epistolar, las cartas que concibe Dulce María tienen un valor per se en tanto logran transmitir el contenido de una pasión tenaz, llevada a su paroxismo sentimental y ponen al desnudo ciertos resortes de la manipulación, de signo masculino, sobre el alma incauta de una mujer, la protagonista o su homónima, en un desdoblamiento que rompe el propio jardín.
En la obra están presentes a un tiempo la exaltación de la naturaleza, en un sentido más que hilozoísta; y también de la vida humana que debe imponerse sobre lo vegetal, lo que se transmite a través de la relación dual de Bárbara con el jardín, la evasión y el retorno. El mar desempeña un rol tan real como el propio jardín, símbolo de la vida que espera y en la cual el personaje se sumergirá para volver sobre su antigua posesión, más bien como poseída por el crecimiento vegetal.
Alberto Garrandés, en su libro “Silencio y Destino”, Anatomía de una novela lírica, recrea nuevamente el texto, con algunos hallazgos importantes. Esta pieza constituye una de las más trascendentes de la Isla, presa en su propia singularidad, en lo cual a la interacción de lo humano con lo vegetal se suma un concepto ciertamente mágico de la existencia, un determinismo irrecusable que provoca el retorno de la mujer al jardín, desde donde pueden nacer nuevos mundos.