4.1.2.5.2 El poemario “La belleza que el cielo no amortaja”, de Justo Rodríguez Santos
“La belleza que el cielo no amortaja”, de Justo Rodríguez Santos, fue publicada en Ediciones Orígenes en 1950. El poemario está conformado exclusivamente por sonetos, distribuidos en las secciones de Pórtico, La belleza que el cielo no amortaja, Noche y acechanza, Heredad del recuerdo, Túmulo en el sueño, Turbia deidad, País de la ausencia, El Rio, Costa de amor, Pálido interludio y Voz en las tinieblas.
El poemario se inicia con el siguiente soneto, que muestra ya la excelente factura que en general caracterizó sus piezas poéticas de esta índole. Además del perfecto acabado estético se aprecia una intención comunicativa, la necesidad de establecer una comunión poética con los lectores, más allá de las humanas contingencias:
“Remonta tu alegría, cruza el sueño,
pregunta al escorpión, no a la alborada;
interroga a la estrella asesinada,
recorre ese jardín sin flor ni dueño;
sigue el rescoldo del nocturno empeño
y encontrarás, en grave encrucijada,
mi palabra de espinas coronada,
mi voz en cruz de crepitante leño.
Acerca el corazón con firme mano,
para que abreve en el oscuro río
de este morir convulso y cotidiano;
y escucharás, en tu rincón vacío,
la música de un canto sobrehumano
aventando la luz del nombre mío!”
Por su parte, la sección homónima al título de “La belleza que el cielo no amortaja”, está integrada por ocho sonetos cuyo significado último no se ha desentrañado, más allá de la lírica resonancia de algunos versos y de las iteraciones de la muerte y la belleza. El texto está rodeado de un velado misterio que evoca una multiplicidad de lecturas pero también de cierto vacío conceptual.
El soneto número cuatro, cuyo verso final da título a la sección y también al poemario –procedimiento que emplea en otras ocasiones Justo Rodríguez, como parte de una escritura circular que se cierra sobre sí misma- expresa la batalla entre la muerte y la belleza, donde el carácter devorador de la primera, la inexorabilidad de Cronos, constituye a la postre lo único que perdura. Se transcriben sus estrofas finales:
“En vano su vigilia moviliza;
la muerte, inexorable, le aventaja
y el tiempo a sus rigores le esclaviza.
Y hacia la neutra paz ve como baja
el perfil que devora la ceniza,
la belleza que el cielo no amortaja.”
Muchos de los textos del poemario expresan una sorda interrogación a la realidad, quizás a la muerte, que se repite en un amplio espectro de sentimientos. Aunque no aparece ninguna explícita referencia a dios, lo divino se intuye como respuesta última, explicación teleológica de los aconteceres y manifestaciones psíquicas a través de los cuales viaja el poeta.
No del todo afín al resto del poemario, el segundo soneto de Pálido interludio, titulado “Defiende tu esperanza” constituye el texto más explícito en cuanto a mensaje, en el que beatitud, belleza, esperanza, se ofrecen como sendero necesario para abolir las sombras que acarrea la vida, en cierto modo contrapuesto a la preeminencia de la muerte en otros poemas:
“Defiende tu esperanza, tu mensaje,
que es voz de amor que hacia lo eterno fluye.
Su claridad acopia y sustituye
la sorda oscuridad de tu lenguaje.
Que la esperanza alumbre tu paisaje,
la tierra que el olvido te destruye;
detén el alma que entre cardos huye;
que sea la esperanza su hospedaje.
Anticipa al temor tu fortaleza.
Edifica en ti mismo tu bonanza.
La beatitud opón a tu tristeza.
Recuperen tus ojos la confianza
para mirar la sin igual Belleza.
Defiende tu mensaje, tu Esperanza!”