La obra pictórica de Juana Borrero y Pierra (1877 – 1896)
Juana Borrero, quien solo vivió hasta los 18 años de edad, fue una joven de extraordinario talento que no tuvo tiempo de desarrollar todo su potencial creativo, no solo en las artes plásticas sino también en la poesía, donde alcanzó altas cimas. Hija de Consuelo Pierra Agüero y de Esteban Borrero Echeverría, destacado médico, escritor y hombre de cultura, vivió buena parte de su infancia en una emblemática mansión de Puentes Grandes, que fue sede de famosas tertulias habaneras, en las cuales participaba la propia Juana.
El interés de la niña por la pintura y sus inquietudes existenciales surgen precisamente en esta mansión, bajo el positivo influjo del padre y el contacto que propiciaba con la naturaleza y el ámbito cultural de la época. El dibujo fue una de las manifestaciones esenciales que cultivó, en un afán por reflejar todo aquello que la circundaba, con la vehemencia propia de la juventud pero ya con una calidad que reconocieron muchos de sus contemporáneos, entre ellos Julián del Casal, con quien mantuvo una estrecha relación. El poeta llegó a afirmar:
“Para comprender el valor de sus cuadros, es preciso contemplar algunos de ellos. Corta serie de lecciones recibidas de distintos maestros han bastado para que iluminada por su genio se lanzase a la conquista de todos los secretos del arte pictórico. Puede decirse sin hipérbole alguna que está en posesión de todos ellos”.
Su primera profesora de pintura fue Dolores Desvernine, quien la introdujo en los rudimentos de la técnica y despertó en ella la pasión de pintar. Ya a los nueve años comienza a estudiar en la Academia de San Alejandro, donde, a pesar de ser mujer, descolló por sus excepcionales dotes artísticas. Allí tuvo como profesores a Luis Mendoza y Antonio Herrera, y aprendió un poco más sobre la perspectiva y el uso del color, convirtiéndose en una joven exponente de la plástica cubana de entonces, lamentablemente una promesa trunca por su temprana muerte.
Más adelante también recibió varias clases de Armando García Menocal, quien se dice que quedó sorprendido ante la destreza de la joven para el dibujo de un boceto y consideró que no tenía verdaderamente nada nuevo que enseñarle, pues ella ya poseía un dominio perfecto de las técnicas pictóricas de su época, aunado a la imaginación y a la sensibilidad de un alma como la suya, acompasada a los latidos de su tiempo y de su mundo, que era Cuba por sobre todas las cosas.
En la década de 1890 viajó dos veces a Washington con su padre, en la primera estancia recibió, durante seis meses, lecciones de pintura del profesor Mc Donald, con lo cual completaría su formación académica. Después del estallido de la guerra de 1895, su familia se sumó a la emigración, primero en Centroamérica y posteriormente en Cayo Hueso, donde Juana enfermó gravemente y falleció, antes de cumplir 19 años. La mayoría de los cuadros pertenecen a familiares de la joven, una de las más talentosas promesas de las bellas artes y las bellas letras que tuvo la Isla en la etapa finisecular.