2.4.2 El costumbrismo en los artículos de José Victoriano Betancourt (1813 – 1875) y su incursión en la poesía
José Victoriano Betancourt se graduó de bachiller en el Seminario de San Carlos, visitó las tertulias de Domingo del Monte y colaboró con José Antonio Saco en la fundación de “La Siempreviva” alcanzó mayor fama con los artículos de costumbres que redactó para publicaciones como “El Almendares”, “Diario de la Habana” y “Cuba Literaria” entre otras; que con sus piezas poéticas.
Su estilo a veces se ha calificado de desaliñado; pero en realidad se trata de una adopción voluntaria del autor para que el lenguaje fuera mero espejo y no brillara más que las realidades de las que pretendía dar cuenta, ello le otorga frescura a las descripciones, sobre todo por el empleo de vocablos del habla popular y en sentido general el coloquialismo que recorre sus textos. Los sectores marginados y hasta marginales de la sociedad son abordados con bastante desenfado aunque su mirada crítica se dirigió también hacia lo más encumbrado del orden social.
Sus críticas se enmarcan en una concepción ideológica de impronta reformista, que no logra vislumbrar el modo de cortar la raíz de los males que apunta. Sus pinturas verbales de costumbres captan en gran medida tipos humanos generales junto con caracteres propiamente insulares, vivificados en sus textos de un modo que anticipa el realismo.
Sus trabajos no fueron recogidos en ninguna colección hasta 1941, con preámbulo de Mario Sánchez Roig y Mario Cabrera Saqui. Sus textos más atendibles fueron “El usurero”, de 1848, en el que arriesga ideas que pueden influir en la identificación de este personaje con el típico burgués, que se configuraría a medida que el capitalismo se entronizaba en la Isla. En 1850 publica “El ciego vendedor de billetes” en donde tipifica el carácter de un minusválido, a la vez expresión de las capas sociales más pobres y por ello de la desigualdad existente.
Además de este y otros textos de impronta costumbrista, el autor escribió algunos versos en los que no fue del todo afortunado para anclar en el gusto popular, pues no alcanzó a singularizar su pensamiento ni a encontrar un cauce expresivo propio dentro de la corriente romántica, aún así algunos de sus versos destacan por su musicalidad, y las estrofas que se citan a continuación, pertenecientes a su poema “Las ninfas y genios del Almendares” poseen un tono de “elegía festiva” curioso desde el punto de vista estético, aunque carezcan de hondura sentimental:
“¡Adiós, hermosas y vates
Que bebéis las ondas limpias
Del ensalzado Almendares,
Que tanto cantó mi lira!
¡Adiós, que la dura mano
De la suerte enfurecida
A mis lares me arrebata,
Do vi la lumbre del día,
Do palpitando mi pecho
De sublime simpatía
Del amor ebrio apurara
Cáliz de inmensas delicias!
(…)
¡Hijos del canto!, que suenen
Del río paterno en la orilla
Al poder del sentimiento
Vuestras armónicas liras.
¡Vosotros, que coronados
Con las guirnaldas floridas
Con que orlaron vuestras sienes
Del Almendares las ninfas!
Acompañadme en mi llanto,
Y vuestra canción sentida
Endulce la amarga pena
Que destroza el alma mía.
¡Adiós, y el cielo me vuelva
A esta ribera querida,
Que saludaré gozoso
Pulsando mi dulce lira!”