2.5.1.1 Principales críticos literarios en el período de 1844 – 1868
Se pueden citar varios nombres de quienes emitieron más o menos sistemáticamente opiniones críticas en materia de literatura, como Joaquín Lorenzo Luaces (1826 – 1867) Y José Fornaris (1827 – 1890), este último fue el autor de un ensayo titulado “¿Será preciso ser poeta para ser crítico?”, en la que apuntaba la necesidad de un bagaje gnoseológico y cultural amplio para asumir este rol, su tesis es que no es necesario ser poeta para ejercer la crítica, la cual, aunque válida, no aparece argumentada cabalmente. Sostiene sin embargo la preeminencia de una sensibilidad artística especial para cumplir tal función.
Nicolás Azcárate (1828 – 1894), anfitrión de numerosas tertulias en las que casi siempre emergían temas literarios, fue además presidente de la sección de discusiones literarias del Liceo de Guanabacoa, desde donde contribuyó a dar motilidad a los ejercicios críticos, más bien a través de la difusión y no de la “supresión” de determinadas obras. Sus textos son más bien crónicas del ámbito teatral, aunque también contribuyó a pulir el gusto por la poesía, a través de la difusión de las voces más relevantes del momento, las cuales supo calar con bastante acierto.
Por su parte, la labor crítica de Rafael María de Mendive (1821 – 1886) –que no fue nada extensa- se caracteriza por ahondar en los detalles de textos particulares, sin buscar correlaciones ni arriesgar una mirada panorámica, ya sea en el tiempo o en el espacio, de determinadas zonas.
Juan Clemente Zenea (1832 – 1871) también se ocupó de la crítica, su visión apunta al análisis tanto formal como con respecto al contenido, de las obras, a la vez que propone la necesidad de conocer toda la producción literaria posible, ya sea nacional o internacional, para ubicar el objeto de análisis en determinado contexto, solo así emergerían sus auténticos valores en los planos señalados. Como poeta, destacó la necesidad de conocer a fondo los elementos de rima y ritmo, así como las estructuras estróficas, todo ello desde el punto de vista de la plasmación del contenido a través de la forma, como una dualidad indivisible.
Ramón Zambrana (1817 – 1866) se aferró a la escolástica, incapaz de asimilar las nuevas teorías literarias, consideraba el arte solo como cuestión de placer estético, dejando fuera el fértil terreno de los contenidos y las ideologías, en toda su producción, la mayor parte textos incluidos en ardientes polémicas, trasluce un ánimo impositivo que dañó la recepción de sus criterios por parte de autores y lectores.
Ramón de Palma (1812 – 1860) continuó ejerciendo su influjo en esta etapa, no solo en el ámbito de la narrativa, de lo que constituye testimonio su texto “Cantares de Cuba”, donde llega a considerar al poeta una clase social, y se adentra en el estudio de la poesía campesina y su manifestación a través de la décima. Se refiere ya a la función social de la literatura; aunque obvia el papel de la vivencia personal del poeta, su propia subjetividad, más allá de cualquier marca de identidad colectiva.
Estos primeros críticos, en torno a la figura de Enrique Piñeyro, contribuyeron a la gestación de una óptica propia de la producción literaria nacional, así como de esta como espacio teórico separado, aunque íntimamente vinculado, con la creación literaria.