El pintor Guillermo Collazo Tejeda (1850 – 1896), su obra
Guillermo Collazo Tejeda nació en La Habana, el 7 de junio de 1850, y falleció en París siendo todavía joven, el 26 de septiembre de 1896. Pertenecía a una familia de patriotas, muchos de cuyos miembros participaron activamente en la Guerra de los Diez Años y en otros movimientos insurreccionales, entre ellos su hermano Enrique Collazo, quien alcanzó el grado de General del Ejército Libertador. Cuando contaba 17 años de edad, en 1868, se hallaba en Santiago de Cuba, y, tras el fusilamiento de uno de sus primos, sus padres lograron que se embarcara en una goleta hacia los Estados Unidos.
No existen muchos datos del periodo de su vida en que permaneció en el país del Norte, aunque sí se conoce que recibió clases en Nueva York, en el taller del pintor Sarony. Tuvo un apartamento en la calle Víctor Hugo, donde tenía expuestas obras de arte de inmejorable factura; el cual constituía además un centro conspirativo al que acudían las principales figuras que desde la emigración apoyaban el movimiento independentista y la coordinación de expediciones cargadas con armas, municiones y otros útiles de guerra.
Al regresar a Cuba ya había alcanzado notoriedad entre las capas más altas de la sociedad y su obra contaba con bastante demanda. Tenía vínculos con otros artistas, como Cabanel, Durand, Calorús y Bonnat, así como escritores, entre los cuales se contaba el insigne poeta Julián del Casal, quien escribió algunos textos que nos permiten adentrarnos en el universo pictórico de Guillermo Collazo y en la exquisitez de su obra plástica.
Su obra se desenvolvía fundamentalmente en el ámbito del retrato y la descripción a pincel de emotivos paisajes. Muchas damas habaneras posaron para el artista, quien plasmaba actitudes contemplativas, jóvenes reclinadas en divanes, señoras pensativas al puro estilo decimonónico, patios ornamentados con vistosas plantas y, en general, obras de un preciosismo que a veces llegaba a ser excesivo, pero que no desdecía de su impronta romántica y de acendrada cubanía.
Entre sus retratos emblemáticos pueden citarse el de la señora Malpica y el de la señora Emelina Collazo de Ferrán, ambos realizados antes de su partida hacia Francia. Por otra parte, la pintura francesa tuvo una influencia poderosa en su obra, pero en ella primó un modo de hacer propiamente criollo, auténtico en sus expresiones. Al decir de Casal, “Todo lo que brota de su pincel es refinado, exquisito, primoroso”.