José Nicolás de la Escalera y Domínguez (1734 – 1804), sus obras pictóricas
Este precursor, mulato, conocido sencillamente cono Nicolás de la Escalera, nació el 8 de septiembre de 1734, en La Habana; y murió el 3 de julio de 1804. Tenía sangre andaluza por parte de padre pero su madre era criolla. En la historia de la pintura cubana, es el primero en legar una obra que se ha conservado en buena medida hasta nuestros días, susceptible de estudio y valoración. De formación autodidacta, es posible sin embargo que recibiera los rudimentos del arte en algún convento de la ciudad, en su estilo se aprecia la influencia del artista español Esteban Murillo, algunas de cuyas obras llegaron a Cuba, y en sentido general de la escuela española del siglo XVII, a la que tenía mayor acceso por razones lógicas, dado el vínculo cultural prevalente entre colonia y metrópolis.
La primera pieza que salió de sus manos la constituye un retrato de Luis Vicente Velazco, capitán de navío que había caído valientemente en la defensa de la Fortaleza del Morro durante la Toma de la Habana por los Ingleses, esta le fue enviada como regalo al Rey Carlos III por el propio pintor. Desde este momento, una de las facetas principales de la obra de Escalera y Domínguez sería la de retratista, así como la vertiente religiosa. Sus obras más significativas tienen este carácter, en particular las cuatro pechinas de la Catedral de los Campos de Cuba, en Santa María del Rosario, La Habana, según nos comenta la investigadora Ursulina Cruz Díaz.[ Cruz Díaz, Ursulina. Diccionario biográfico de las Artes Plásticas. La Habana: Editorial Pueblo y Educación, 1996, p.129.
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En este templo eclesiástico, que fue erigido por las gestiones y el financiamiento de los Condes de la Casa Bayona, se hallan también las siguientes obras del pintor: Glorificación de Santo Domingo, Santo Domingo de Guzmán, San Francisco de Asís, la Virgen del Rosario y Santa Teresa. Su sentido de la religiosidad resultaba auténtico, sobre todo la devoción que le profesaba a Santo Domingo de Guzmán, aspecto este que se trasluce en la expresividad de sus imágenes. Sin embargo, no hay que olvidar que en muchos casos sus piezas eran copias de las de otros pintores foráneos, realizadas a partir de encargos de congregaciones y órdenes religiosas que querían aumentar el esplendor de sus iglesias, en una época en que todavía la pintura, en la consideración de algunos, no pasaba de mero oficio.
Su retrato de la familia del conde de la Casa Bayona, Don José Bayona y Chacón, ha pasado a la historia de la representación plástica de la sociedad cubana, por ser la primera en que se muestra la imagen del negro. Se trataba de un esclavo que poseía la familia, quien al parecer había contribuido a curar una dolencia de su amo, a partir de las propiedades terapéuticas que le atribuía a los manantiales que corrían en territorio de la hacienda. Ello puede citarse entre los antecedentes más lejanos del costumbrismo, en cuanto al contraste de la escena a una típica de la nobleza europea, si bien la inclusión del esclavo no respondía a una motivación directa del artista sino a la solicitud del Conde.
En el conjunto de su obra existen piezas que se exhiben en museos o están en manos de coleccionistas privados, en particular los señores Mingoanse, Mendiola y Antonio García Hernández. A la colección de Mendiola pertenece La Magdalena, entre otras piezas. Por su parte, García Hernández contaba en su colección con San José y el niño, San Antonio, San Alipio y un Don Luis de las Casas. Sin embargo, su representación más conocida de Don Luis de las Casas se hallaba en la Casa de Beneficencia. En el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba están expuestas tres de sus obras. Como uno de los primeros criollos que se dedicó a las bellas artes, ya en pleno siglo XVIII, el llamado Siglo de las Luces, la obra de Nicolás de la Escalera no debería ponderarse por los valores artísticos propiamente dichos, sino por los derroteros que comienza a abrir en la pintura de la Isla.