Víctor Manuel García Valdés (1897 – 1969), la trascendencia de su obra para la pintura cubana
Víctor Manuel García Valdés, conocido sencillamente como Víctor Manuel, ha sido uno de los valores más importantes de la historia de las Artes Plásticas cubanas, aun presente como inspiración en la contemporaneidad. Logró ir más allá de la barrera del academicismo para adentrarse en las esencias de personajes, naturalezas y fenómenos que han quedado plasmados -transmutados- con singular maestría en sus obras.
Desde muy joven se interesó por la plástica y dio a conocer sus obras en prestigiosos círculos intelectuales y académicos. Fue discípulo de Romañach y estuvo vinculado a la Revista Avance, así como otros artistas que expusieron sus piezas en torno a este proyecto cultural, que rebasaba lo literario en su afán de traer a Cuba y cultivar desde Cuba lo universal en materia de creación. También presentó con frecuencia sus piezas en la Asociación de Pintores y Escultores y en la Sociedad Lyceum de La Habana.
Tuvo oportunidad de recorrer importantes centros de arte en Europa, particularmente en Francia, Bélgica y España, donde asimismo entró en contacto con artistas y corrientes que influirían notablemente en su desempeño posterior. Sería uno de los representantes más destacados de la vanguardia cubana, sobre todo porque logró vincular lo nacional y lo foráneo sin prejuicios que coartaran sus potencialidades creativas, y con altas cuotas de realización artística.
Su serie de gitanas tropicales, especialmente el cuadro llamado propiamente Gitana tropical (1916), ampliamente conocida por el público cubano, expresa perfectamente estos valores identitarios no solo cubanos, sino también de América Latina y el Caribe, al ensalzar la belleza femenina de la región, que no se correspondía exactamente con los cánones europeos. Entre sus piezas más notables también se encuentran Paisaje, Paisaje gris y Vida interior.
Como la mayoría de nuestros artistas más destacados de la centuria del XX, fue discípulo – y posteriormente profesor- de la Academia de San Alejandro, donde ha dejado una impronta indeleble con el virtuosismo de su pincel. Obtuvo premios en los Salones del Ministerio de Educación de 1935 y 1938, así como otros merecidos reconocimientos en el país y en el extranjero, donde también constituye un símbolo del universo pictórico de la Isla.