1.5 Inicio del teatro como género literario: “El príncipe jardinero y fingido Cloridano”, de Santiago Pita, publicada entre 1730 y 1733


El género del teatro al parecer se había limitado al ámbito de la representación, hasta la aparición de la obra “El príncipe jardinero y fingido Cloridano,” cuyo autor se ha demostrado que fue Santiago Pita (1693 – 1755), quien se desempeñó como capitán de milicias y llegó a ser alcalde del ayuntamiento de la Habana, donde nació. La obra fue escrita y publicada por primera vez en Sevilla, en el cuatrienio de 1730 a 1733, y se representó profusamente en esta y otras ciudades de España y también en las colonias americanas, aunque no se ha precisado la fecha exacta en que llegó a Cuba.

La pieza se inspira y reelabora el tema de Il príncipe giardinero, concebida en el siglo XVII por el italiano Giacinto Andrea Cicognini, aunque esto no mengua su originalidad. El argumento se asienta en pocos personajes, Fadrique, príncipe de Atenas y Aurora, infanta hija del rey de Francia, son los principales. El príncipe se enamora de la infanta después de haber dado muerte a su hermano, y para acercarse a ella se disfraza de jardinero y adopta el nombre de Cloridano.

Su creación se inscribe en los momentos finales del barroco y es el único ejemplo de manifestación de esta corriente en el teatro cubano. La historia propiamente transcurre de manera plácida y constituye un exponente más del galanteo amoroso y el triunfo final del amor. El personaje del príncipe es acompañado en muchas escenas por su criado Lamparón, y de ahí surge un contrapunteo lingüístico que sirve para caracterizar ambas personalidades de acuerdo a su origen social, y brindar también una dosis de humor, similar a lo que sucede con Sancho Panza y Don Quijote en la obra de Miguel de Cervantes.

El valor artístico de esta obra no reside solo en los aportes al teatro como género, pues contiene asimismo pasajes poéticos de elevada factura, émulos de los mejores versos de la lírica española del periodo:

“Si he de morir de miraros,
Y de no veros también,
Digo que elijo más bien
Morir antes que dejaros.
Imposible es olvidaros,
Y así, en tan severo mal,
De mi destino fatal
Quiero a muerte condenarme
Por no llegar a ausentarme
De vuestra luz celestial.”

Por un lapso secular la obra “El príncipe jardinero…” se ha considerado como ajena a la cubanidad, solo ligada a esta por el incidente fortuito de que su autor haya nacido en la Isla. Es cierto que el ámbito recreado no se corresponde con las locaciones tropicales ni en lo natural ni en lo social, además de que presumiblemente fue concebida para un espectador hispano; sin embargo, el empleo de americanismos y las particularidades de la rima, afín a ultramar, indican algo más que la mera procedencia de su autor, aunado a un sentido del humor que trasluce su origen criollo.

A pesar de los elementos señalados, la obra tuvo poca influencia en la creación teatral posterior, y ello se debe quizás a que su difusión fue un tanto tardía dentro de la Colonia. Su importancia para la literatura cubana no radica solo en que es el exponente más temprano de que se tiene noticias dentro del género teatral, sino que el texto posee valores encomiables desde el punto de vista del tratamiento estético del lenguaje y de trasfondo en cuanto a la concepción de los personajes, aunque no apunte hacia una renovación en el plano de las ideas.

El investigador Rini Leal llegó a afirmar: “es la obra menos española, la más burlona y corrosiva de todo el repertorio de su momento, porque precisamente es ya cubana en su choteo” y ello entronca con los propios orígenes de este “estilo” de humor, divergente en muchos aspectos de lo español, que tanto arraigaría en la literatura y en la vida cultural del país, por lo que constituye un elemento más para su inclusión dentro de la literatura cubana como una de las obras más significativas de la etapa.

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