4.1.1.22.4 El poema, “Faz”, de Samuel Feijóo


Este poema constituye otro de los aciertos poéticos notables de Samuel Feijóo, de similar hechura formal en cuanto a extenso lirismo que “Beth – El” y su “Himno a la alusión del tiempo”. El poema que nos ocupa fue publicado en 1956 y constituye un canto más apacible, fruto de la madurez de las ideas el autor en torno a la exuberancia de la naturaleza junto a su lado de oscuridad, todo ello como trasfondo de la pobreza humana.

El texto está integrado por tres secciones, desde su comienzo abundan tópicos asociados al declinar de la naturaleza, como el otoño, lo estéril y lo viejo; a la vez que lo humano, desde el punto de vista de las obras materiales que se le deben al hombre, aparece también derruido por el paso del tiempo, todo lo cual es indicio en algún sentido de estación final:

“…El rastro
de la lluvia ha agrisado los mármoles; los soles
han roído las junturas de la piedra, donde el arte
se ligara al hechizo. El tiempo
de la desolación se aposenta
sereno sobre las piedras muertas
y el viento que cruza trae
el olor de las yerbas amargas…”

La segunda sección del poema configura un paisaje en que tienen cabida lo natural y lo citadino como ámbito en el que desfilan los hombres con sus miserias a cuestas. Las mujeres de Ciego de Avila, el negrito, la prostituta, el chino limpiabotas, el negro bueyero, las niñas negras que se venden por un puñado de caramelos, constituyen pinceladas que permiten transmitir un panorama de la desolación económica de la República, sin más hondas pretensiones indagatorias pero sí para dejar constancia de una realidad lacerante:

“El cadáver de Catalino, negro bueyero,
daba su rostro sufrido en la pobre caja de pino a los campesinos
que comentaban en grupos su desfiguración;
pobre Catalino el bueyero, sin su pomo de medicina;
como sus hermanos también recogido por la tisis en un tren de
sudores.”

En esta sección impera un tono coloquial apuntalado por el empleo de frases muy criollas (tírale un jaloncito, la negra ajiguagua se botó de peligrosa, etc., que denotan la intención del autor de reproducir el lenguaje del pueblo y concretar un tanto su poesía a veces difusa en la fruición de lo paisajístico.

Los negros que no pueden entrar al baile imprimen asimismo una herida en el ser social colectivo, horadado por el segregacionismo que afecta incluso a los estratos sociales ya sumergidos en la pobreza, como el de los propios campesinos, todo lo cual permite hacerse una idea de la posición que ocupaban los negros pobres bajo el peso de tales prácticas.

En la sección final el mar inunda el transcurrir de los versos, en un sentido quizás de agua que lava las islas, conjeturando sobre su sentido final. El amor es un aliento que recorre todo el poema pero no como presencia sino como sujeto evocado. El poema constituye también un lamento por la desconexión, algo que ha dañado el meollo relacional de todo lo que hay sobre la tierra, inteligible en estos versos:

“¿Cómo podré tornar al diálogo
cortado? ¿Cómo podrá atravesar
los espacios del hielo, el desamor,
la antigua caída de la lluvia,
hasta la incomunicada visión erguida y pálida,
cuya memoria no puede ser gema?”

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