4.1.2.2.3 “Aventuras sigilosas”, 1945, de José Lezama Lima (1910 -1976)


En “Aventuras sigilosas” Lezama Lima se mantiene dentro de las coordenadas que habían motivado su esencial necesidad poética en obras anteriores, en muchos de los aspectos intensificándose esa cosmovisión que acontece ya en imágenes y se plasma a través de un léxico que sigue siendo uno de las más ricos de la lengua en su literaria plasticidad.

Este breve poemario está integrado por 10 piezas, con los títulos de “Llamado del deseoso”, “La esposa en la balanza”, “Encuentro con el falso”, “El fuego por la aldea”, “Tapiz del ciego”, “Diálogo en una giba”, “Culebrinas”, “El retrato ovalado”, “Tedio del segundo día”, “El guardián inicia el combate circular”; los cuales están escritos en verso libre y en el caso del último, en prosa poética.

En este poemario se aprecian ya los primeros signos del sistema poético lezamiano, que iría paralelamente desarrollando en las sucesivas entregas de Paradiso; dado sobre todo por un acercamiento cada vez mayor de su colimador estético a la poesía per se, pero dejando que otros tópicos confluyan asimismo en el poemario a modo de anfractuoso sendero entre una y otra imagen.

El texto está precedido por una suerte de introducción, titulada “El Puerto”, en la que se plasman los elementos centrales que después serán poetizados, pero ya ella misma tiene su raíz lírica. La madre, la esposa, el hijo, las mujeres, configuran una danza casi teatral en el que se repite el motivo del viaje, más bien de la fuga, tan afín a cierta concepción de Lezama de los caminos en la vida, también aplicada a la poesía.

En el primer poema, titulado “Llamada del deseoso”, se aprecia lo que en Lezama más que impulso sexuado es sobre todo ansia de penetrar en lo desconocido, de desentrañar las esencias de la realidad y al mismo tiempo recrearlas, lo cual encuentra posible en el universo de lo poético. El aliento inicial de este texto recorre todo el poemario, uno de los que contribuyeron a marcar derroteros, si bien nunca por imitación, en el ámbito origenista:

“Deseoso es aquel que huye de su madre.
Despedirse es cultivar un rocío para unirlo con la secularidad de la saliva.
La hondura del deseo no va por el secuestro del fruto.
Deseoso es dejar de ver a su madre.
Es la ausencia del sucedido de un día que se prolonga
y es a la noche que esa ausencia se va ahondando como un cuchillo.
En esa ausencia se abre una torre, en esa torre baila un fuego hueco.
y así se ensancha y la ausencia de la madre es un mar en calma.
Pero el huidizo no ve el cuchillo que le pregunta,
es de la madre, de los postigos asegurados, de quien se huye.
Lo descendido en vieja sangre suena vacío.
La sangre es fría cuando desciende y cuando se esparce circulizada.
La madre es fría y está cumplida.
Si es por la muerte, su peso es doble y ya no nos suelta.
No es por las puertas donde se asoma nuestro abandono.
Es por un claro donde la madre signe marchando, pero ya no nos sigue.
Es por un claro, allí se ciega y bien nos deja.
Ay del que no marcha esa marcha donde la madre ya no le sigue, ay.
No es desconocerse, el conocerse sigue furioso como en sus días,
pero el seguirlo sería quemarse dos en un árbol,
y ella apetece mirar el árbol como una piedra,
como una piedra con la inscripción de ancianos juegos.
Nuestro deseo no es alcanzar o incorporar un fruto ácido.
El deseoso es el huidizo
y de los cabezazos con nuestras madres cae el planeta centro de mesa
y ¿de dónde huimos, si no es de nuestras madres de quien huimos
que nunca quieren recomenzar el mismo naipe, la misma noche de igual ijada descomunal?”

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