Bajo el seudónimo de “El Lugareño” –también empleó otros como Homobono y Narizotas –Gaspar Betancourt Cisneros escribió algunos artículos de costumbres y crónicas narrativas, en las que se centra en el desarrollo de su terruño de Puerto Príncipe, ubicado en la parte central de la Isla. Se relaciona estrechamente con José Antonio Saco y Domingo del Monte, a través de un continuo intercambio epistolar, cuyas cartas han servido para entender más sobre la personalidad y el estilo de Betancourt Cisneros.

Desde el punto de vista ideológico inicialmente se inclinó hacia el anexionismo, quizás porque desde muy joven residió en el país norteño, regresando a Cuba ya con más de 30 años de edad. Sin embargo a la postre se identificaría con los ideales independentistas, y por su ánimo conspirativo sería conminado a abandonar nuevamente la Isla en 1846.

Asociado al género costumbrista, pero con atisbos de ensayística y aunado al afán de difundir conocimientos científicos y culturales, están las “escenas cotidianas” que publica Betancourt antes de 1840, en la Gaceta de Puerto Príncipe. En ellas aborda asuntos económicos y sociales, y fue asimismo uno de los primeros en ocuparse de la formación de la niñez.

En su prosa predomina el uso de términos propios del coloquio común, incluso muy localistas -lo que a veces entorpece un tanto la comunicación con los lectores si se tiene en cuenta que las regiones de la Isla no se hallaban del todo integradas -así como un tratamiento formal más bien exiguo, sin revelar aún preocupaciones estilísticas sino orientadas a la expresión directa de los contenidos, con un fin didáctico también implícito.

En los textos de Betancourt Cisneros se aprecian ya elementos propios de la narrativa que iría cuajando con una faz propia a partir de los aportes de sucesivos autores, participó de la esencia emocional del romanticismo pero sin adaptarse a su retoricismo exteriorista. En su obra logró plasmar con humildad el amor por su tierra natal, desde donde derivaría un nacionalismo más amplio hasta apostar decididamente por la independencia.

Este relato fue publicado en la revista habanera “El álbum”, en 1838, ya con el mismo la narrativa cubana adquiere faz propia tanto en cuanto a organicidad, a pesar de deficiencias formales -inusual extensión de los diálogos, problemas en el manejo de los planos temporales, función hipertrofiada del narrador, que denotan la inmadurez asociada el cultivo del género en la Isla- como en lo que respecta a las locaciones y personajes asociados a la historia.

El argumento se centra en el drama de la seducción y olvido posterior de una señorita de clase más bien media, Aurora, por parte de un Don Juan más tropical, Claudio, quien representa el tipo de hijo de burgueses aficionado al ocio que degenera en vicio, las mujeres y sobre todo el juego. Después de seducir a Aurora, este se prenda de Rosa Mirabel, quien está casada pero llega a los lindes de la infidelidad, detenida solo por la furia de Aurora que los sorprende en un paraje apartado de los campos de San Marcos, a punto de dar rienda suelta a sus pasiones.

En este lance, Rosa huye y Claudio contiene los gritos de Aurora, que amenazan con crearle una situación harto embarazosa, a causa de la fuerza aplicada por Claudio Aurora desfallece y el huye dándola por muerta. Ella sobrevive y se recupera después de un período de convalecencia, en el cual Claudio padece remordimientos, sumado a los temores de que se descubra su implicación en los hechos y llega a estar dispuesto a consentir en el matrimonio, lo cual efectúan finalmente pero aún así terminan separándose años después y el protagonista muere enfermo, pobre y vicioso.

El texto, con una franca intención moralizante, suscitó polémicas y recibió acerbas críticas por el retrato crudo del rufián, representante de un tipo emergido de una clase social que se defendía contra sus propias miserias, y sobre todo de los personajes femeninos, ninguno de los cuales se atenía al ideal de virtud que se pretendía inculcar a toda costa a las señoritas de entonces.

Asimismo, la crítica más contemporánea y aun en su tiempo se le señaló obviar de todo punto el tema de la esclavitud, presentando solo la cúspide de la sociedad. En la obra aparecen de soslayo, muy de fondo, dos o tres personajes negros, pero la ausencia de sus contradicciones puede hacer pensar en una falsa preponderancia blanca.

Ambrosio Fornet refiere sobre la obra: “Pese a su inexperiencia, Palma se las arregló para sazonar el fatigado esquema del Seductor y la Víctima con todos los ingredientes del género: los cínicos requiebros del libertino, la astuta ingenuidad de la alcahueta, el tormento de la doncella mancillada, el pasmo de los sucesos asombrosos, la previsible moraleja… En una secuencia como la del caballo desbocado, el ojo moderno cree percibir, inclusive, la estructura y el ritmo de las películas del oeste. Pero Palma escribía para otro público y no tuvo en cuenta sus escasos niveles de toleranciasobre todo en lo concerniente a la institución del matrimonio y la conducta de la mujer”

Cabría preguntarse si el autor tuvo o no alguna conciencia de la polémica que podría suscitar el texto y de los detractores que tendrían las pinceladas realistas con que dibujó a los personajes, aun sin profundizar en ninguno de los caracteres y dentro del auge de la narrativa romántica, a la cual hace algunas concesiones. Es innegable el valor literario intrínseco de la obra, con la cual la narrativa adquiere real calado estético y capta tópicos vernáculos.

José Agustín Caballero se educó en el Real Colegio Seminario San Carlos y San Ambrosio y en la Real y Pontificia Universidad de la Habana. Sus creaciones intelectuales no se circunscriben solo al ámbito filosófico y político, sino que también escribió algunos poemas de naturaleza elegíaca, como “Epigrama a la muerte del obispo Espada” y cultivó casi todas las facetas de la oratoria: sacra, forense y académica.

En lo que respecta a la enseñanza, impulsó reformas en las cátedras universitarias e inició la subversión de la intelección dogmática de los fenómenos de la realidad, tendencia que Félix Varela, su discípulo más audaz, llevaría a feliz término. Participó asimismo en la redacción del Papel Peródico de la Havana, desde donde difundió su ideario, atinente en su mayor parte a la ideología de la denominada “sacarocracia”.

Sin embargo, en el trasfondo de su pensamiento latía un rico contenido ético y axiológico que lo llevó a asumir posturas no tan consecuentes con sus condicionamientos clasistas, ello es más patente en su posición con respecto a la esclavitud, pues si bien no se pronuncia expresamente por la abolición, si insiste en la necesidad de mejorar las condiciones de vida de la masa esclava y llega a enunciar que esta forma de sujeción constituía “la mayor maldad civil que han cometido los hombres”

En el aspecto político, a su pluma se debe el primer proyecto de gobierno autonómico para la Isla, el cual fue presentado en las cortes de España en 1812. A diferencia de Francisco de Arango y Parreño, se opuso al absolutismo monárquico, sin por ello radicalizar su pensamiento hasta el republicanismo, adoptando más bien una posición intermedia. Su aspiración autonomista refleja adecuadamente la evolución que estaba teniendo lugar en el pensamiento colectivo y como estos afanes cuajarían después en el sustrato ideológico del independentismo.

Su prosa se define por la claridad en cuanto a la organización de los contenidos y los moldes lingüísticos que van adoptando, a tono con sus intenciones comunicativas y didácticas. Como ocurre con casi todos los pensadores de la etapa, los atisbos literarios de sus expresiones verbales aparecen subordinadas a otros fines, y no se aprecia la incursión en formas artísticas por el arte en sí, lo cual tendría que esperar aún algunos años.

Elementos que ya estaban latentes en su pensamiento en materia de filosofía y política, serían retomados por Félix Varela y otros pensadores cubanos, en la lenta ilación del sentimiento patriótico hacia la conciencia de nación, como territorio natural, social y moralmente distinto al de la metrópolis, y de allí a la necesidad de que esta distinción fuera llevada hasta sus últimas consecuencias en la independencia.

Francisco de Arango y Parreño fue el representante más significativo del reformismo político y económico, como una corriente de pensamiento que surgía en el seno de la clase de la burguesía esclavista criolla y productora de azúcar a la que pertenecía, inventor del término “sacarocracia”, su identificación con este sector social fue tal que sus apuntes históricos reflejan más bien la historia de esta clase, por sobre el universo paralelo e ignorado de las capas populares, línea que seguirían quizás de modo inconsciente otros autores en sus obras historiográficas.

Se considera el primer ensayista socio – económico, además de ser padre de una “literatura” más técnica y científica sobre la producción azucarera. Cursó estudios de leyes y jurisprudencia en la Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo de la Habana, y desde Madrid coadyuvó a la fundación de la Sociedad Económica de Amigos del País.

De concepciones integristas y absolutistas en materia política, llegó a reclamar que Cuba fuese considerada una provincia española, aunque para su tiempo este constituía un pensamiento avanzado. En este sentido, Nestor Carbonell expresa:

“No fue un apóstol de la libertad de su país; no fue siquiera un enamorado del divino ideal de independencia. Nacido en la colonia, educado en el amor a España, se sentía español. Con lealtad sirvió a la madre patria, aunque siempre en beneficio de su tierra y de sus paisanos (…) Lo que Arango y Parreño hizo por su patria, impulsándola por el sendero de la cultura y del bien, equivale, teniendo en cuenta los tiempos en que le tocó vivir, a lo que luego hicieron por ella otros en el campo de la acción. A los pueblos le van naciendo, en sus distintas épocas de vida, sus mentores y sus héroes”

Colaboró con algunos artículos en el Papel Periódico de la Habana, aunque esta faceta no ha sido explorada a profundidad. En cuanto a la vestidura lingüística y literaria de su pensamiento, abogó por la sencillez expresiva y se refirió incluso a “la escasez de figuras y agradables epigramas” de sus textos, ello está asociado al racionalismo como escuela de pensamiento científico y engarzaba perfectamente con la sobriedad de la estética neoclásica.

Aunque no participó directamente en la concepción artística de las letras de su tiempo, fue uno de los primeros criollos en ocuparse de su tierra tanto en el ámbito del desarrollo económico -con las limitantes de su origen de clase- como en los planos científico y cultural, precursor de la ensayística y del género de la historiografía, que alcanzaría mayores luces a medida que se tornaba más evidente la necesidad de la independencia.

Félix Varela desempeñó un papel de suma importancia en la formación de la conciencia de nación, y dado sus funciones de educador, ello no quedó solo como una evolución de su pensamiento personal sino que anclaría en la conciencia de sus discípulos y seguidores. Varela fue un digno antecesor de muchas ideas presentes en el corpus ideo-temático de la obra martiana y su influencia fue tal que José de la Luz y Caballero llegó a expresar: “mientras se piense en la Isla de Cuba, se pensará en quien nos enseñó primero a pensar”

Sobre todo, pensar en la Isla y su destino, aspecto crucial de sus análisis vertidos a modo de ensayo y en artículos periodísticos, como los que publicó en “el Habanero”, periódico que funda en 1924 al iniciar su exilio en Filadelfia, Estados Unidos, pues es condenado a muerte en España por sus ideas liberales. Su ideología política saltó definitivamente la brecha entre el pensamiento reformista más avanzado y el independentismo, el cual propulsó con fuerza desde sus escritos, no solo para Cuba sino desde una óptica americanista.

Asimismo, en los planos filosófico y didáctico rompió con la escolástica dominante en la enseñanza de las ciencias e introdujo la experimentación como vía hacia el conocimiento y los principios del racionalismo cartesiano, en los que el análisis resultaba primordial para entender los fenómenos, superando el dogmatismo obnubilante que imperaba en el ámbito académico de su tiempo.

Los tres hitos fundamentales de su obra están marcados por “Miscelánea filosófica”, publicado en 1819, los artículos de “El Habanero”, que tuvo una breve existencia desde 1824 a 1826 y “Cartas a Elpidio, sobre la impiedad, la superstición y el fanatismo, en sus relaciones con la sociedad” (1835 – 1838) Además de la transición de su pensamiento político que ocurre entre 1823 y 1824 aproximadamente, el estilo de su pluma se libera un tanto de los moldes neoclásico para aproximarse más al romanticismo, ello sin perder la sobriedad de fondo y forma.

Algunos críticos lo consideran nuestro primer ensayista a cabalidad, su prosa combina efectivamente una vasta cultura de la lengua hispana más pura con frases emanadas del pueblo, incluso coloquiales, pero ello logrando una expresión sin afeites e inteligible en todas sus facetas, como convenía a las intenciones didácticas que siempre abrigó.

Sus textos del exilio, en el que transcurrieron los últimos 30 años de vida, se suman al amplio imaginario de la literatura del desarraigo y la evocación nostálgica del país lejano, a pesar de que el escritor fue parco en cuanto a emotividad. Varela alcanzó desde la prosa la misma concreción de las ideas de patria e independencia –aunque intuiría que las condiciones todavía no estaban maduras para iniciar la lucha- que Heredia reflejó con singular maestría en su lírica.

José Antonio Saco se define por ser uno de los primeros intelectuales verdaderamente amantes de la polémica, a muchas de las cuales se abocó con un apasionamiento suscitado más el acto de polemizar que por el propio leitmotiv inicial de esta. En este tipo de textos ha quedado lo mejor de su prosa, tanto por la lógica de sus argumentos como por el amplio dominio del lenguaje, que adquiría en su pluma “plasticidad” para los más diversos fines.

Tanto en sus artículos de prensa como en sus textos de aire ensayístico, trasluce un fino sentido del humor que sorprende con el empleo de léxicos netamente criollos, la inclusión de frases irónicas y hasta sarcásticas entronca con lo que sería el choteo en la literatura caribeña, lo cual es aún más patente en su correspondencia privada, donde se despoja de toda la vestidura formal que implicaba el contacto con el gran público.

En el aspecto político, aunque no exhortó de manera explícita a iniciar la lucha armada, si parece haber sido un amante de la independencia; aunque desde su filosofía pragmática no asumiría coyunturas personales riesgosas. Ello es directamente inteligible en sus propias concepciones sobre la nacionalidad cubana, término que sería empleado y definido por primera vez desde su prosa enérgica, a propósito de adhesiones anexionistas que ya se estaban manifestando en el espectro político – ideológico de su tiempo.

En este sentido, expresó: “En cuanto a mí, a pesar de que conozco las inmensas ventajas que obtendría Cuba con esa incorporación pacífica a los Estados Unidos, debo confesar con todo el candor de mi alma, que me quedaría un reparo, un sentimiento secreto por la pérdida de nuestra nacionalidad cubana, (…) yo quiero que Cuba sea para los cubanos y no para una raza extranjera…” y afirmaría en otro de sus escritos: “todo pueblo que habita un mismo suelo, y tiene un mismo origen, una misma lengua, y unos mismos usos y costumbres, ese pueblo tiene una nacionalidad (…) Negar la nacionalidad cubana, es negar la luz del sol de los trópicos en punto de mediodía

Sin embargo, padeció la intolerancia racial de su tiempo y no incluyó a los negros ni la raigambre africana como factor estructurante de la nacionalidad; ello no le impidió ver la sustancial injusticia de la trata negrera y la esclavitud, los cuales fungieron como tema de varios escritos y volúmenes historiográficos, género al cual, además de la sagacidad de sus opiniones, legó importantes aportes en cuanto al manejo de un cúmulo notable de información.

Parte de su obra ensayística, aun sin proponérselo, posee un franco matiz costumbrista, como ocurre con su texto “Memoria sobre la vagancia en la Isla de Cuba”, redactado en Nueva York en 1830, en el que aborda la mayor parte de los problemas sociales que padecía la colonia: vagancia, mendicidad, vicios múltiples que corroían las entrañas de la nación, pero, más que males inherentes a la sociedad o a la propia idiosincrasia del cubano –otros trataría de deformar estas realidades y presentar al cubano como un ser inferior desde el punto de vista social- culpa oportunamente de ello a la deficiente administración que ejercían las autoridades coloniales.

La obra de José Antonio Saco descuella por su cubanía, no solo por la ardorosa defensa de la nacionalidad; sino porque ya en sus textos se perfilan los principales rasgos de personalidad y de estilo del intelectual criollo, que no medita desde un frío distanciamiento de la realidad sino que se involucra con el objeto de estudio, llega a la objetividad precisamente a través de la subjetividad que no renuncia a conferirle a sus análisis.

Luz y Caballero fue el continuador natural de las ideas de Varela en materia de filosofía y educación, sus preocupaciones básicas estaban relacionadas con el método de aprehensión de la ciencia, el cual consideraba que debía ser a un tiempo experimental y racionalista, dejando a un lado el sesgo de la escolástica.

Muy interesante resulta su concepción de unidad de todas las ciencias, en cierto modo divergente de la lógica cartesiana analítica que llevaba a la segmentación de los problemas y progresivamente de los campos del saber; este pensamiento relacional está emparentado con los principios de interdisciplinariedad, que emergerían en una etapa muy posterior del desarrollo epistemológico. Destaca en este sentido también por haber sido defensor de la polémica como estímulo al desarrollo del conocimiento, y la válida coexistencia de perspectivas distintas sobre los fenómenos.

Sobre su impronta, José Martí escribiría: “pues fue maestro y convirtió en una sola generación un pueblo educado para la esclavitud en un pueblo de héroes, trabajadores y hombres libres. Pudo ser abogado, con respetuosa y rica clientela, y su patria fue su única cliente. Pudo lucir en las academias sin esfuerzo su ciencia copiosa, y solo mostró lo que sabía de la verdad, cuando era indispensable defenderla. Pudo escribir en obras – para su patria al menos- inmortales, lo que, ayudando la soberanía de su entendimiento con la piedad de su corazón, aprendió en los libros y en la naturaleza, sobre la música de lo creado y el sentido del mundo, y no escribió en los libros, que recompensan, sino en las almas, que suelen olvidar. Supo cuanto se sabía en su época; pero nunca para enseñar que lo sabía, sino para transmitirlo. Sembró hombres”

Es cierto que José de la Luz y Caballero recibió una formación realmente enciclopédica y poseía información y hondos conocimientos sobre diversos tópicos de las ciencias y las artes; pero desde el punto de vista político no desempeñó un rol tan activo como su maestro Varela, aunque tampoco fue reaccionario ni defensor de las más arcaicas instituciones coloniales, como en ocasiones se le calificó injustamente.

Como pensador estaba condicionado por su pertenencia a la emergente clase de la burguesía criolla, aunque su identificación no fue tal que le impidiera percatarse de las contradicciones fundamentales de la sociedad de su tiempo, por una parte consideraba la esclavitud como un mal; pero temía a la abolición repentina incluso con indemnización. Asimismo, condenó la dominación colonial pero no fue abiertamente independentista –tampoco anexionista, sin embargo, corriente que a veces amenazaba dominar el panorama de las utopías y los proyectos separatistas- sino reformista, aspecto sobre el cual trasluciría ciertas vacilaciones.

Se interesó particularmente por la filosofía del arte, en este sentido creía en la existencia de un don infuso, el cual podía ser cultivado a través de la educación pero no implantado por ella, consideraba que el arte “está arraigado en el corazón del hombre y fecundado por el espectáculo del universo” Específicamente en la literatura consideró el ámbito del imaginario nacional como inserto en la literatura universal.

Gustaba de plasmar sus ideas en aforismos; aunque – consecuente con sus ideas científicas- no creyó en preceptivas literarias y le otorgó igual mérito a obras procedentes de diversas corrientes, sus textos críticos fueron escasos y sus preferencias literarias hay que rastrearlas en selecciones y traducciones de las obras de sus contemporáneos

Domingo del Monte fue una personalidad un tanto controvertida por ciertas inconsecuencias entre su pensamiento y sus actuaciones en materia de política, pues no fue del todo transparente en cuanto a convicciones. Su matrimonio con Rosa Aldama, hija de un acaudalado comerciante y propietario perteneciente a la emergente burguesía, le permitió escalar una posición social desde la cual contribuiría notablemente al desarrollo de la cultura y las letras cubanas, contando asimismo con vastos conocimientos y un marcado interés en el desarrollo del país, desde la óptica de los sectores económicos dominantes.

Sus intentos por conformar un acervo literario propio en el país, aunque fuera mimetizando lo que se consideraba lenguaje artístico en Europa y en particular en España, de cuya cultura siempre fue fiel admirador y acólito, incluirían el proyecto de creación de la Academia Cubana de Literatura, el cual fue abortado y le acarrearía incluso después el destierro; sus contribuciones críticas, costumbristas e historiográficas a distintas publicaciones periódicas, las tertulias que organizaba en su residencia y el intercambio epistolar que mantuvo con personalidades de distintos ámbitos, especialmente literario.

La pureza y la elegancia constituían sus ideales estéticos, los cuales llevó a su obra con algunos aciertos en la prosa, aunque erró al pretender aplicar a la poesía los mismos presupuestos que a la prosa, tanto en los romances que compuso como en sus ejercicios críticos. Sobre este punto, José Lezama Lima afirmaría: “al querer unir las formas más clásicas y tradicionales con un contenido netamente cubano, paisajes, hombres, costumbres, Del Monte trajo a la poesía cubana una interrogación más que una solución a la expresión de lo nuestro”

Aunque fue bastante cauteloso en cuanto a asumir y expresar un credo político determinado, si se opuso con claridad a la trata de negros y a la existencia de la esclavitud, no tanto por connotaciones éticas como porque lo consideraba un sistema extemporáneo atentatorio contra el progreso económico.

En el entramado de su obra no se puede desentrañar claramente si alguna vez llegó a ser independentista, pero es evidente que sus iniciativas culturales en el marco de la oficialidad fueron siempre cercenadas por el poder colonial español, que lo llevaría incluso al exilio, y algún resentimiento debía albergar; por ello tendría que ejercer su influencia a través de las tertulias y en la correspondencia que sostuvo con numerosos escritores.

Sobre todo, implantaría sutilmente su gusto literario personal como estética colectiva de lectores y autores, influyó como una especie de mecenas en la obra de escritores y poetas, de la talla de José María Heredia y José Jacinto Milanés y apoyó numerosas iniciativas en el ámbito creativo y cultural; aunque impuso asimismo sus propios sesgos en la percepción del arte y por ello su influencia no siempre fue absolutamente benéfica.

Su trascendencia para la literatura cubana no radica en su obra propiamente literaria, la cual de por sí es insoslayable en la historia del pensamiento y la expresión lingüística nacional; sino en el cuerpo de sus textos críticos, los cuales contienen sin dudas valoraciones muy acertadas sobre autores, obras y movimientos literarios – amén de algunos juicios un tanto erráticos en cuanto a la cotidianidad como tema del arte y algunos pespuntes coloquiales que se entreveían ya en nuestra lírica- y fundamentalmente en su papel de impulsor de la cultura y las letras de su tiempo.

Las concepciones de Antonio Bachiller y Morales son en muchos sentidos herederas de las de José Antonio Saco; portavoz de la ideología de la clase de la burguesía esclavista criolla, excluye a la negritud cubana y sus orígenes africanos del proceso de conformación de la nacionalidad, aunque igualmente se ocupa de su estudio, una de sus últimas obras fue precisamente: “Los negros”, publicada en 1887, poco después de decretada oficialmente la supresión de la esclavitud, en ella registra la historia de esta institución y rastrea asimismo el curso de las ideas abolicionistas en Cuba.

En el plano político se afilió al reformismo e incluso mantendría una prédica autonomista aun después del término de la Guerra de los Diez Años, de ello no se colige exactamente que no amara la independencia; pero por encima de ella estaba su actitud pacifista y poco revolucionaria. Creía en un evolucionismo sin altibajos y sin metamorfosis raigales, el cual llevaría per se a la independencia, sin derramamiento de sangre, veía en la ciencia el vehículo exclusivo de esta evolución.

En este sentido, incursionó en el estudio de diversas ciencias y contribuyó a los principios fundacionales de otras que emergerían más tarde, la licenciada Mariana Serra señala las siguientes: lingüística, arqueología, antropología, etnografía y otras disciplinas más consolidadas, como ética, estética, derecho, economía política e historia, con resultados eruditos pero no siempre profundos y menos documentados de lo que puede parecer a primera lectura.

Una de sus obras más valiosas en el ámbito de la historiografía, de acuerdo con muchos de sus exégetas, fue sin dudas “Apuntes para la historia de las letras y de la instrucción pública en la isla de Cuba” donde reedita artículos publicados en diversas revistas y periódicos e incluye nuevos datos, su visión de la historia es más bien idealista, otorgándole un papel primordial a las figuras más que a la concatenación determinista de los acontecimientos.

Bachiller y Morales es considerado asimismo el padre de la bibliografía cubana, por su catálogo de publicaciones periódicas y libros y folletos que vieron la luz entre 1781 y 1840. Como educador, logró transmitir a los alumnos parte del gran arsenal cognoscitivo que poseía, uno de sus discípulos, José Ignacio Rodríguez, expresaría al respecto: “Ninguno de nosotros supo que había un comunismo y una filosofía alemana, y escuelas racionalistas y filosofía práctica, sino cuando entramos en la clase de Bachiller, que nos puso en relación con toda la gente de los tiempos modernos”

Por su parte, José Martí no dejaría de encomiar las virtudes de Bachiller: “aquella laboriosidad pasmosa, clave y auxiliar de todas sus demás virtudes, (…) aquellos anaqueles de saber que hacían de su mente capaz, una como biblioteca alejandrina, (…) aquel candor moral que en tiempos aciagos, y con la bota del amo en la frente, le tuvo entretenido, como en quehacer doméstico, en investigar las curiosidades más recónditas de su Cuba, de su América, y los modos más varios de serles útil…”

Aun cuando su obra haya sido más erudita que renovadora, y sus ideas políticas tampoco hayan contribuido a abrir el camino intelectual hacia la independencia, lo cierto es que lo animó siempre el deseo de servir a sus conciudadanos y traer al presente, a la realidad insular, el reflejo del pretérito y el saber de su tiempo.

Aunque normalmente son las figuras más importantes las que quedan en la historia de la literatura, ello constituye solo la punta del iceberg en un proceso de cimentación literaria, debajo del cual están otros poetas quizás menores, a veces por la no tan alta calidad artística de sus trazados líricos, otras simplemente porque crearon pocas piezas o ellas se han perdido para los anales de la literatura; pero jugaron su papel en la cultura y como impulsores de la propia creación, también como agregados cuantitativos que coadyuvaron el surgimiento de una cualidad superior en otros poetas.

En este sentido, Roberto Manzano refiere: “…no se conoce bien una poesía nacional si no se ha andado morosamente entre los poetas menores, entrando con simpatía por todos los recodos y elevaciones del relieve. Ellos son la sazón derramada, el jardín secreto, la coordenada silenciosa que hay que lanzar para que nuestros círculos sean más vastos, como quien echa adelante su oikós avanzando simultáneamente en todos los puntos de la circunferencia”

En esta categoría, Manzano incluye al propio Ignacio Valdés Machuca, Felipe Poey, Federico Milanés, José Victoriano Betancourt, José Gonzalo Roldán, Tristán de Jesús Medina, Leopoldo Turla, Ramón de Palma –como poeta- Carlos Manuel de Céspedes, Miguel Teurbe Tolón, Pedro Santacilia, José Agustín Quintero, Francisco Sellén, Antonio Sellén, Catalina Rodríguez de Morales, Julia Pérez y Montes de Oca, Isaac Carrillo O’Farril, entre muchos otros

Los nombres citados, aunque la lista es más larga, pueden dar una idea de la asiduidad en el cultivo de la lírica en el país, y como la poesía no era “letra muerta”, aunque todo el universo metafórico colectivo acumulado no alcanzara todavía nivel para figurar en la literatura universal. Sirvan estos versos con el título de Preexistencia, de Francisco Sellén, prácticamente tomados al azar, para ilustrar que la elaboración de tópicos y la calidad versal no estaban ausentes en estos poetas, en este caso en torno al “deja vu”, tema de escaso tratamiento en nuestras letras:

“Yo he vivido otra vez -¿Dónde?- Lo ignoro,
¿Cómo? ¿Cuándo?- No sé, más yo he vivido.
Un misterioso acento, eco sonoro
De extinta voz, murmúralo a mi oído.

La imagen inconsciente de esa vida
Proyecta en mi una sombra en que me pierdo:
Y este pesar oculto que se anida
En el fondo del alma es su recuerdo”

Vale mencionar asimismo a Esteban Salas (1725 – 1803), más conocido por su trayectoria como compositor, alcanzó un grado de instrucción y cultura bastante alto para la época e impartió incluso disciplinas científicas en el ámbito académico. Los textos de sus autos sacramentales, aunque se conjetura que parte de ellos debieron ser redactados por Manuel María Pérez y Ramírez, tienen una orientación teológica fuerte y emplean mitos bíblicos, atendibles desde el punto de vista literario.

Personalidades de otras esferas también cultivaron la poesía, como el científico Tomás Romay (1764 – 1849), cuyos hallazgos estuvieron asociados fundamentalmente al ámbito de la medicina, participó en publicaciones periódicas y escribió algunos versos, faceta que por lo general se obvia en los estudios biográficos.

En esta etapa se desencadenó lo que la crítica ha dado en llamar “manía de versar” aludiendo a un supuesto exteriorismo en el cultivo de la poesía, sea esto cierto o no, lo que si es innegable es que todos los poetas, sea cual sea el rango estético que le haya adjudicado la posteridad, o quienes detentan el poder de colgar etiquetas en este sentido, contribuyeron en alguna medida a la configuración de una poética nacional, múltiple y a la vez surcada de vasos comunicantes que tienden a la unión.

Herramientas de google:

Título del punto: Fondos poéticos insulares, versificadores y poetas ocasionales

Descripción del punto: Los versificadores, poetas menores y ocasionales, son los que cimentan el camino de los poetas mayores que figuran en la literatura nacional, es indispensable conocerlos para tener una idea panorámica del cultivo de la poesía en Cuba en el siglo XIX.

Palabras y frases clave: Los fondos poéticos de la Isla, versificadores, poetas menores y ocasionales a partir de 1790, cimentación literaria, el cultivo de la poesía en Cuba, letras cubanas, Roberto Manzano, Ignacio Valdés Machuca, Felipe Poey, Federico Milanés, José Victoriano Betancourt, José Gonzalo Roldán, Tristán de Jesús Medina, Leopoldo Turla, Ramón de Palma, Carlos Manuel de Céspedes, Miguel Teurbe Tolón, Pedro Santacilia, José Agustín Quintero, Francisco Sellén, Antonio Sellén, Catalina Rodríguez de Morales, Julia Pérez y Montes de Oca, Isaac Carrillo O Farril, preexistencia, la imagen inconsciente de esta vida proyecta en mi una sombra en que me pierdo, y este pesar oculto que se anida en el fondo del alma es su recuerdo, Esteban Salas, Manuel María Pérez y Ramírez, mitos bíblicos en la literatura cubana, , lo cubano en la poesía, la poética neoclásica y sus cultivadores en Cuba, poesía cubana en la etapa de 1790 a 1868, configuración de la identidad nacional a través de la poesía

El exiguo desarrollo que había alcanzado la literatura cubana al comenzar este período -amén de que las periodizaciones reflejan de un modo esquemático el natural fluir y las superposiciones que tienen lugar en el campo de la evolución de las ideas y su plasmación en la literatura- le otorga una importancia capital a las manifestaciones prosísticas de los pensadores cubanos que vivieron en la etapa, pues estas se corresponden en gran medida con las corrientes literarias en boga y alcanzan matices estéticos afines al campo de lo propiamente literario, sin obviar que ellas fungieron asimismo como abrevadero de poetas y escritores en general.

Este criterio es suscrito por otros autores: “Es tradicional en las historias de la literatura cubana incluir la valoración de diferentes manifestaciones del pensamiento histórico, político, económico, filosófico y religioso como parte de la literatura cubana de la etapa. Es cierto que esta prosa llamada reflexiva –acaso precisamente por su naturaliza no literaria- tuvo una extraordinaria importancia para los inicios del proceso de formación de una conciencia nacional, porque a través de sus contenidos se muestran las problemáticas esenciales de nuestra historia. Sin embargo, la expresión de esos contenidos no está exenta de ciertos rasgos literarios significativos, toda vez que la inexistencia de la narrativa y la pobreza de nuestra literatura dramática, así como el desarrollo y el prestigio alcanzado durante el siglo XVIII por el ensayo y la oratoria, y en general por una prosa crítica, ilustrada y didascálica, debieron estimular la acentuación de la proporción expresiva de la prosa como un medio de garantizar su efectividad ideológica. Pero incluso cabe preguntarse si aquella prosa reflexiva no cumplió entonces una función literaria, aunque fuera subordinada a otras funciones, y si aquella prosa no era reconocida como literatura y no era recepcionada estéticamente.”

La ideología y la estética estuvieron significativamente vinculadas en el devenir de la nación; resultan notables los nexos entre romanticismo e independentismo, sobre todo si se tiene en cuenta que los presupuestos de mesura, equilibrio, armonía, propios de la escuela neoclásica que precedió a la corriente romántica, se avenían mal con el ímpetu reformador y libertario.

Los siglos de colonización acarrearon asimismo cierto retraso estético e ideológico con respecto al renacimiento de la cultura en Europa, lo cual se patentiza en el vacío existente en nuestras letras en la misma etapa en que se gestaron grandes obras de la literatura española, por lo que las manifestaciones y géneros de la literatura no se hallaban totalmente diferenciados en el país, al tiempo que la disyunción entre arte y ciencia no era tan precisa en materia de lenguaje, todo ello explica el valor literario de nuestras primeras piezas científicas, políticas e historiográficas.

A través de la obra de los principales pensadores actuantes en el escenario intelectual de finales del siglo XVIII y durante el siglo XIX, se puede rastrear la evolución del pensamiento de la sociedad sobre sí, desde el tímido reformismo hasta el independentismo más radical, además de los cambios de signo estético del cual la prosa a veces trataba de desligarse, pero que quedaba entre líneas, más patente ya con la relación apuntada entre romanticismo e independentismo, que aportarían un inusual lirismo a nuestras epopeyas históricas.

El teatro del Siglo XVI, en el Viejo Continente, tuvo en cada una de las naciones que lo conformaban semejanzas y diferencias, en lo que respecta a la escenografía, los actores, el vestuario, los espacios donde se realizaban las representaciones, entre otros aspectos. Las formas y reglas desarrolladas en esta época, dieron forma a gran parte del teatro europeo durante varios siglos.

Durante este siglo, se propagó por el resto de Europa el nuevo estilo surgido en el Siglo XV en Italia y conocido como el renacimiento. Asimismo, el teatro tuvo un importante desarrollo en España y en Latinoamérica; los escritores volvieron a experimentar con el teatro, hecho que dio lugar a nuevas formas teatrales. Entre ellas se encuentran las marionetas, óperas y ballets.

La arquitectura teatral surgió en el Renacimiento en Italia, por lo que a partir de principios del Siglo XVI, emprendieron a edificarse edificios teatrales fastuosos, los cuales eran reservados a brindar grandes espectáculos. El arte se hacía cada vez más propio de las altas clases sociales; debido a que no eran accesibles al pueblo la forma y lenguaje que presentaban la comedia erudita y el drama pastoral, ya que superaban el alcance del pueblo.

En Italia apareció la comedia dell`arte, una forma teatral popular. Ángelo Beolco, comenzó a representar con un grupo de amigos, piececitas breves. Eran obras escritas en dialecto paduano, mostraban la vida de los campesinos y en ellas existían tipos fijos que estaban presentes en todas. En ellas Beolco se burlaba, en cierta medida, del hombre del campo, y a su vez destacaba los valores de esa clase social. Las representaciones de este joven y sus compañeros tenían lugar durante el carnaval. Poco a poco se fueron creando compañías de actores, inspiradas en el trabajo de Beolco; en las que el importe de las entradas se repartía entre todos los integrantes y en ellas permitían la intervención de las mujeres.

Tiempo después, se estableció en Italia esta nueva forma teatral, de características populares. Entre sus rasgos distintivos se encontraba la prioridad del trabajo del actor, la utilización de máscaras y tipos fijos, el empleo de dialectos y la inserción de módulos bufonescos. La comedia dell`arte en esta época se entendía como teatro profesional, que no era más que aquel que permite a sus integrantes dedicarse a él y obtener una manutención del mismo. Sus características se consolidaron entre los años 1570 y 1580.

La comedia dell`arte no disponía de una base literaria, por ello, al principio los autores tomaban el argumento de una obra conocida, sólo la línea argumental de dicha obra, o sea, la acción, a la que añadían otras acciones y se olvidaban del texto escrito, el cual era improvisado por los actores. Luego se instauró su forma definitiva, la cual consistía en un guión que trazaba un argumento muy rico en acciones y dejaba el texto a la improvisación espontánea de los comediantes. Con el paso del tiempo, se fueron acopiando para cada personaje algunos textos fijos que el actor aprendía de memoria e intercalaba en las diferentes obras. Con la improvisación se burlaba la censura, por falta de texto de la obra, lo que hacía que cada obra pareciera única en cada función.

Un actor de la comedia dell`arte, requería tener gran imaginación y la habilidad de palabra, ya que la improvisación pura llenaba la mayor parte del espectáculo. Además debía ser capaz de hacer acrobacias, cantar, bailar y tocar instrumentos musicales. Cada actor tenía un emploi o tipo fijo, es decir, un mismo personaje que representaba durante toda su vida de actor. Cada personaje poseía un vestuario propio y una máscara, de ahí que la comedia dell`arte se conoce también como comedia de máscaras. Entre las máscaras más conocidas se encontraban los zanni, tipos de campesinos tontos, pero sanos y astutos.

El empleo del dialecto posibilitaba una mayor comunicación con el público, transmitía numerosos refranes, chistes, dichos populares y giros del lenguaje. Además permitía a los actores decir cosas que estuvieran fuera del entendimiento de los funcionarios de la censura. Las obras solía tener tres actos.

Al principio, cuando los comediantes iban de pueblo en pueblo, el escenario para la representación de estas obras era un tablado improvisado con un telón de fondo que representaba las fachadas de algunas casas, separadas por calles. Su humor era generalmente grueso y hasta grosero, sin embargo obtuvo una notable fama y pronto fueron invitados a la corte y comenzaron a viajar al extranjero; obteniendo éxitos en países tales como Austria, Polonia, España, Rusia, Inglaterra y, sobretodo, Francia.

Dicha propagación y las propias características del género lo llevaron a su descenso. A pesar de sus limitaciones, su éxito perduró por dos siglos o más. Entre los aportes de la comedia dell`arte encontramos que resaltó la importancia del actor y de la acción en la escena; sentó las bases para el sucesivo desarrollo del teatro profesional, entre otros.

Por su parte, en este período, una de las obras que alcanzó un notable éxito fue la farsa cínica titulada, La mandrágora (1524), de la autoría de Maquiavelo. Otra pieza que ha llegado y se representa en la actualidad es La Celestina, del dramaturgo español Fernando de Rojas. Esta última tenía 24 actos, algo fuera de lo común en su época, y además un cambio constante de escenarios.

En los inicios de este lustro, las moralidades fueron muy populares. Estas certificaban la intención de la Iglesia de instruir al público acerca de la actitud cristiana ante la muerte. El argumento se basaba en la comparación entre el Bien y el Mal en el alma de los hombres. La obra siempre finalizaba con la redención de sus protagonistas.

A mediados del siglo XVI, la Reforma protestante puso fin al teatro religioso; ocupando su lugar, un nuevo y dinámico teatro profano. Esta nueva forma de hacer teatro, se basó en temas sobre la lucha de la humanidad y las adversidades, el vuelco hacia temas más laicos e inquietudes más temporales y el retorno de lo cómico y lo grotesco. También comienzan a intervenir en las puestas actores profesionales.

El gran auge del cual disfrutaron los milagros, se extendió hasta este período, en el que la orientación barroca de los autos era predominante. Autores desconocidos, incorporaron a las narraciones bíblicas (en las que se basaban los milagros) diversas escenas, creadas en forma de breves comedias realistas, que aludían a investigaciones y problemas que se vivían en el momento de la representación. Una obra que adquirió una gran difusión en Inglaterra fue Second Shepherd’s Play (La segunda obra del pastor), integrada en el ciclo de Wakefield.

Los autos sacramentales, muestran una organización más compleja que los géneros dramáticos que los preceden en el tiempo y son considerados la expresión preponderante del teatro religioso barroco. Entre los escritores de autos más significativos encontramos a Lope de Rueda, Juan de Timoneda y Alonso de la Vega.

La cima más alta que alcanza el teatro religioso del siglo XVI, está evidenciada en la obra de Gil Vicente. A finales de este siglo, la Iglesia prohibió la representación de multitud de autos; lo que se registró en 1559 cuando se editó en Toledo, un documento en el que además se reclama a los autores respeto y temor hacia la doctrina religiosa.

El teatro fue el género literario, en el siglo de oro español, que más tardó en alcanzar su pleno desarrollo. Las obras líricas escritas durante las primeras décadas del siglo XVI, por el fundador del teatro clásico portugués, el poeta y dramaturgo Gil Vicente, se encuentran entre las primeras piezas teatrales.

Las llamadas Jácaras, pertenecientes también al teatro español, donde intervenían la música, el canto y la danza fueron muy populares en este período y durante el Siglo VII. Entre sus cultivadores, podemos hacer referencia a Luis Quiñones de Benavente, Jerónimo de Cáncer, Calderón de la Barca, Antonio de Solís, Francisco de Avellaneda y Juan de Matos.

A lo largo del reinado de Enrique VIII, floreció en Inglaterra la mascarada cortesana, específicamente en el año 1512. Se convirtió en la forma teatral más significativa durante el reinado de Jacobo I, perfeccionándose e incorporando una lírica brillante gracias al dramaturgo inglés y poeta Ben Jonson.

En la Inglaterra del período isabelino (1558-1603), el teatro adquirió una celebridad sin precedentes en dicha nación, ya que llenó el gran vacío cultural y las ansias de entretenimiento del público. Las formas del teatro medieval, milagros, misterios y moralidades; se representaron en demasía. En el renacimiento, la obra profana de nuevos autores ingleses, los cuales se proponían mostrar la realidad, terminaron por desalojar al teatro religioso.

Desde el principio, el teatro en Inglaterra tuvo en los puritanos a un enemigo fuerte. Estos veían al teatro como una aglomeración de desvergüenza religiosa y paganismo. Por ello el teatro quedó prohibido dentro de los límites de Londres, como resultado de la influencia de los puritanos. En 1576, fue construido el primer teatro inglés en la otra orilla del río Támesis, por el carpintero James Burbage. Luego fueron instaurándose otros como El Globo, La Fortuna, y La Rosa; hasta que en un período de tiempo, en Londres se daban funciones simultáneas en once teatros.

El período teatral isabelino fue único en su época, ya que si comparamos la actividad teatral en Inglaterra con la de otros países, podemos observar que fue superior. Por ejemplo, en Madrid funcionaban apenas dos o tres locales y en París solo uno.

Los actores ofrecían sus representaciones en las hospederías o posadas, antes de existir el primer teatro en Inglaterra, donde se improvisaba una plataforma a un extremo del patio. Después la arquitectura de los teatros siguió el mismo esquema de dichos lugares. Existían dos tipos de teatros, los públicos (con precios baratos y accesibles a todo el mundo), y los privados (caros y selectos).

Estos últimos estaban bajo techo y las funciones se ofrecían de día; se caracterizaban, al igual que los ofrecidos en la corte, por el lujo del vestuario y la escenografía. Entre ellos se encontraba el Blackfriars, el repertorio que se interpretaba en él se componía de piezas de tema mitológico o musicales, llevadas a escena por compañías de niños actores. Las obras de teatro se hicieron muy populares en Inglaterra y empezaron a construirse teatros cada vez más sofisticados.

Todos los actores ingleses eran hombres. Las obras divididas en cinco actos, podían tener entre veinte y treinta personajes, y la compañía de actores no superaba la cantidad de doce o catorce; por ello el autor tenía cuidado para no hacer coincidir en la misma escena a dos personajes que deben ser interpretados por el mismo actor. La obra completa era representada en dos horas, y cuanto más en tres. Casi todos, o al menos los autores más importantes, eran también actores.

Encontramos que varios autores colaboraran en una misma obra, hecho que era costumbre. John Lyly, George Peele, Thomas Nash, Thomas Kyd, Ben Jonson y William Shakespeare; son algunos de los autores ingleses más relevantes.

Shakespeare (1554- 1616), hoy en día uno de los escritores más leídos, traducidos y publicados en el mundo; fue el autor más importante de su época. Creó cientos de personajes y escribió treinta y siete obras, entre comedias, tragedias, dramas históricos, dramas de la antigüedad. Fue un transformador de la dramaturgia de su época, unió la belleza del lenguaje en la construcción dramática y además reflejó en sus crónicas dramáticas la historia de su país.

En España, podíamos encontrar a las compañías teatrales conformadas desde un solo actor que viajaba de pueblo en pueblo, conjuntos de dos, tres o cuatro actores. Asimismo existía la categoría mayor, integrada de hasta treinta componentes, las cuales contaban con un repertorio de cincuenta comedias. Estas compañías también las formaban mujeres actrices. Las agrupaciones de cómicos, arrendaban el espacio para ofrecer sus funciones.

Se comenzaron a construir edificios teatrales a partir de 1575. A estos se les continuó llamando corrales (patio trasero de casas de vecindad o posadas, donde se representaba). Los espectáculos se realizaban casi siempre al aire libre, no obstante a veces para dar sombra al patio se ponía una lona. El vestuario de los actores, era ropa actual, sin importar la época de la acción de la obra. Los actores teatrales españoles del Siglo XVI, eran gente pobre y relegada, debían reunir ciertas habilidades como cantar, dominar la esgrima, bailar y tener una excelente memoria.

Las obras se dividían en tres actos, entre las que se representaba un entremés (pieza breve y humorística), o una jácara (composición poética cantada). En el teatro español la música era un componente importante. Fernando de Rojas, autor de La celestina (1499), es considerado el pionero del teatro español.

Otros autores significativos españoles fueron Lope de Rueda, Miguel de Cervantes y Saavedra, Tirso de Molina y Lope de Vega. Lope de Rueda es considerado el padre de la comedia española. Fue el autor más colmado y exuberante en el teatro; escribió alrededor de 1500 obras, entre comedias de intriga, de amor, dramas históricos; más de 300 autos sacramentales y loas. Tirso de Molina creó una obra de profundo sentido moralista y cristiano, con temas profanos. Entre los aportes realizados por Lope de Vega encontramos que dio forma a una expresión teatral verdaderamente nacional, fusionó en sus obras elementos cómicos y serios, y consolidó el personaje del Gracioso o figura del donaire.

También en la España de este siglo, abundaron los títeres. A los grupos de títeres de alguna categoría, les era permitido ofrecer sus representaciones en los corrales, cuando recesaban las compañías de actores. Estos criticaban las costumbres y lo establecido de forma vulgar y a veces grosera, por lo que se puede decir que seguían la tradición de la comedia dell`arte. Por estas características, tuvieron que abandonar la vía pública, y pasaron a trabajar en las casas particulares, frente a grupos familiares. Entonces los títeres en España pasaron a ser una simple diversión casera, y con el tiempo se convirtieron en un espectáculo dirigido a los niños.

En las postrimerías del Siglo XVI, surge la ópera; cuyos antecedentes son las elaboradas exhibiciones escénicas y los intermezzi, fusionados con los continuados intentos de recrear la producción clásica. El primer teatro de corte clasicista tenía un público limitado, pese a ello la ópera se hizo muy popular.

Bibliografía: Rine Leal. Breve historial del teatro cubano.