Jorge Arche Silva nació en Santo Domingo, Villa Clara, el 6 de abril de 1905; y falleció en Cádiz, España. Desde la adolescencia comenzó a interesarse por el rico universo de las Artes Plásticas; en este sentido, sus primeros estudios los cursó en la Escuela de Artes Liberales Villate, guiado por el profesor Aurelio Melero. Más tarde matriculó en la Academia de San Alejandro, donde completó su formación académica y emprendió con éxito la carrera de pintor.

En 1935, en la Exposición Nacional de Pintura y Escultura que auspiciaba la Secretaría de Educación, presentó sus obras Marinero y La carta. Esta última fue premiada, por lo que desde ese momento se incluyó en la Exposición Permanente del Museo de dicha Secretaría. Ello contribuyó a impulsar su carrera, en medio de las dificulatades derivadas de una enfermedad que padeció en su infancia, la poliomielitis, cuyas secuelas lo obligaban a utilizar siempre muletas y limitaban un tanto sus actividades.

Posteriormente participó con éxito en la Exposición de la Universidad Nacional de Cuba, con las obras La carta, Paisaje, Mi mujer y yo, Autorretrato, Señor Navarrete, René Portocarrero y Mary, las cuales abarcaban casi dos décadas de ininterrumpida labor creativa. En 1941, también tomó parte en una muestra organizada en ocasión de la Segunda Conferencia Americana de la Corporación de intelectuales, celebrada en el Capitolio Nacional. Allí expuso las piezas René Villaverde, Dr. Emilio Correa, Dr. Fernando Ortiz, Primavera y Jugadores de dominó.

Jorge Arche fue un gran retratista, en 1944 presentó en el Lyceum de México 19 piezas de esta naturaleza, que recibieron buena acogida por parte del público y de la crítica; allí vivió y creó por varios años, por lo que también este país es heredero de su legado. Dos años después presentó nuevamente su obra en la Isla, esta vez el cuadro Paisaje del Valle, en la III Exposición Nacional, auspiciada por la Secretaría de Educación.

Su obra Apóstol José Martí ha sido reproducida en numerosas ocasiones, otras también alcanzaron el reconocimiento de la posteridad, como Mi mujer y yo, La carta y Una niña, que se conservan en el Museo Nacional de Bellas Artes. Fue un miembro destacado del Instituto Nacional de Artes Plásticas y un artista de prestigio por su oficio de dibujante y el cuidadoso trabajo con una gama de colores íntima y emotiva, diferenciable dentro del conjunto de piezas de la llamada vanguardia cubana.

Enrique Caravia y Montenegro no fue solo pintor, sino también grabador y mosaicista. Artista prolífico, viajó frecuentemente a otras latitudes y desarrolló una amplia cosmovisión estética, que asimilaba diversas corrientes e incluía variados soportes. Nació en La Habana, el 13 de marzo de 1905; y falleció en esta ciudad, el 24 de diciembre de 1992, tras una larga enfermedad.

Sus primeros estudios los realizó en la escuela Villate, de La Habana; más tarde fue incluso profesor de la escuela Félix Varela y finalmente matriculó en la insigne Academia de San Alejandro. En 1923 expone sus obras en el Lyceum de La Habana, al año siguiente viajó a los Estados Unidos y allí cursó estudios de Dibujo comercial, una disciplina que no contaba entonces con una larga tradición pero sí resultaba promisoria, por la creciente avalancha publicitaria que caracterizaría al siglo XX, sobre todo en ese país.

Poco después de su regreso a Cuba, en 1926, comenzó a desempeñarse como dibujante en el Diario de la Marina. Sin embargo, no formó parte por mucho tiempo de su equipo de trabajo, pues dos años después ganó, por oposición, una beca para estudiar cinco años en Europa. Entonces solo contaba 23 años; pero ya estaba demostrando con creces sus dotes artísticas y el sostenido esfuerzo de que era capaz para llevar adelante su obra.

Una vez en Europa, comenzó por cursar estudios de Colorido, Grabado y Calcografía en la Academia San Fernando de Madrid. Posteriormente viajó a Italia y allí matriculó en cursos de Decoración mural y Pintura al fresco, en la Escuela de Bellas Artes; así como de Grabado, en la Escuela de Estampería de Roma. Posteriormente regresó a América, pero antes de volver a Cuba continuó en México sus estudios de Grabado, en particular las técnicas de Xilografías, Aguafuertes y Litografías, en la Escuela de Artes Libres de México.

En Cuba, en 1936, ocupa el cargo de Profesor Titular de Dibujo de Estatuaria en la Escuela Elemental de Artes Plásticas anexa a San Alejandro, desde 1947 impartiría clases en la Escuela Superior. Expuso sus obras en ciudades como Madrid, Viena, Munich, Checoslovaquia, Estados Unidos y México, además de participar en varios eventos internacionales. Asimismo, obtuvo premios en concursos de Cartel de Carnaval (1937, 1938 y 1945) y el Primer Premio para decorar el Palacio Municipal, en torno al tema del Descubrimiento de América.

Entre sus obras más importantes podemos citar los murales mosaicos para el Monumento a José Martí y el de La historia de la cultura, ubicado en el vestíbulo del Museo de Bellas Artes. Entre sus obras más conocidas podemos mencionar Tránsito, Lagarterana bordando, Indio mexicano, El pintor Marín, Carnaval, La gitana, Castillo de San Angello (grabado), Mercado de Oaxaca (litografía) y Fuente Fabrecino (aguafuerte).

Wilfredo Lam, como es conocido este insigne pintor, nació en Sagua la Grande, el 8 de diciembre de 1902, y falleció en París, el 11 de septiembre de 1982. Fue un adelantado de la plástica cubana, un artista que comenzó a romper los cánones establecidos desde que cursaba estudios en la Academia de San Alejandro, a la vez que daba muestras de una creatividad efervescente que más tarde cuajaría en un estilo peculiar, fresco y transgresor.

En 1923 se trasladó a España, donde estuvo matriculado en la Academia de San Fernando de Madrid. Al desencadenarse la Guerra Civil Española, abandonó ese país y se dirigió a Francia, donde sería discípulo de Pablo Picasso y entablaría amistad con destacados intelectuales y artistas galos, entre ellos André Bretón. En este sentido, tuvo importantes vínculos con el grupo surrealista; pero también se interesó por el arte africano, particularmente de Guinea y El Congo, produciendo una particular simbiosis.

Regresó a Cuba en 1941, por los riesgos que representaba el conflicto de la Segunda Guerra Mundial, lo hizo a través de un largo viaje que incluyó Marsella, la isla de Martinica y Haití. Lo acompañaba André Bretón. Posteriormente también se radicaron en La Habana André Massón y Claude Levi-Strauss, determinando un período muy fructífero para el arte en la Isla y uno de los más prolíficos de la vida de Lam.

De 1943 data su pieza La jungla, una de las más importantes de su carrera, la que fuera exhibida por mucho tiempo en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Otras muy reconocidas son Malembo, Canto a Camosis, Presente eterno, Escalopendre, Arpas cardinales, Flor luna, Lus de arcilla, Rumor de tierra y La silla, entre otras que denotan su dominio de esencias culturales diversas, pero que apuntan de algún modo a lo cubano.

Lam regresaría nuevamente a París, pero continuó sus vínculos con Cuba después de 1959, en 1964 presentó nuevamente en La Habana un conjunto significativo de piezas. Su obra fue expuesta en el extranjero en numerosas ocasiones, en Nueva York, Chicago, París, Praga y Milán, por solo citar algunas ciudades. Aunque Lam falleció en París, sus restos fueron trasladados a la Isla. Sus obras se conservan en importantes museos del mundo y ponen en alto el nombre de Cuba en cuanto a universos pictóricos.

Gumersindo Barea y García nació en la ciudad de Cárdenas, provincia de Matanzas, el 17 de diciembre de 1901. A la edad de 17 años matriculó en la Academia de San Alejandro, donde ya mostró un interés especial por la pintura con acuarela. Posteriormente viajó a España y continuó su formación artística en la Escuela de Bellas Artes San Fernando, de Madrid, allí obtuvo una beca del gobierno español que le permitió graduarse de profesor de dibujo y pintura, en 1928.

En España tuvo la posibilidad de visitar ciudades significativas desde el punto de vista cultural, como Barcelona, Valencia, Asturias, Galicia y Andalucía; recorrió museos y demás sitios de interés artístico e histórico, lo cual tuvo un influjo muy positivo en su obra. El principal ámbito en que desplegó su arte fue el de acuarelista de marinas, sus piezas de esta naturaleza poseen un llamativo colorido y están ejecutadas impecablemente.

Es de destacar su implicación en las causas humanitarias, pues en 1926, encontrándose en España, apoyó a la Embajada de Cuba en la recaudación de fondos para auxiliar a los damnificados del devastador huracán que azotó la Isla ese año. Lo hizo a través de una exitosa exposición, organizada junto a otros artistas, que le permitió a un tiempo difundir su obra y colaborarar para solventar la crítica situación que se vivía entonces en Cuba.

En 1929 se encontraba de regreso en La Habana, donde fue designado Profesor Auxiliar Honorario de la Academia de San Alejandro, precisamente en la especialidad de acuarela. En 1936 pasó a ocupar el cargo de Secretario – Delegado en la Escuela Elemental de Artes Plásticas anexa a San Alejandro. En 1947, durante una excursión de estudiantes, tuvo la oportunidad de visitar París, complementando así sus conocimientos en materia de arte.

A lo largo de su trayectoria artística Gumersindo Barea realizó varias exposiciones personales y legó cierto número obras de valor para la historia de la plástica cubana. Entre estas se pueden citar Amanecer, Rancho de pescadores, Colando la nasa, Cielo y mar, Cayo piedra, Sinfonía azul, Los botes, El uvero (conjunto de marinas), La palmera, La vereda, Peñas Hicacos, La laguna, Rincón campesino, Los botes, Claro de luna, Platanal, La vereda, Palomera y Lejanías, entre otras. También colaboró en la restauración de cuadros de patriotas cubanos, emplazados en el Capitolio Nacional.

Teodoro Ramos Blanco nació en Puentes Grandes, La Habana, el 19 de diciembre de 1902; y falleció en esta ciudad, el 15 de octubre de 1972. Sus primeros estudios los cursó en la Escuela de Artes y Oficios de La Habana, más tarde matriculó en la Academia de San Alejandro, donde se graduó con excelentes resultados, en 1928. Por pocos años desempeñó el oficio de policía, pero primó su vocación artística, que no abandonaría jamás.

En el propio año 1928 le fue concedido el premio en el Concurso Monumento a Mariana Grajales, lo cual le propició una pequeña suma para viajar y conocer otros ámbitos artísticos. En Europa, se estableció por un tiempo en Italia, en cuya capital abrió un estudio; más tarde iría a Francia y a España, culminando así su estancia en el Viejo Mundo, muy fructífera en cuanto al establecimiento de sus propios postulados, pues tomaba la esencia de los modelos de los grandes maestros; pero intentaba trascender lo establecido con auténticas creaciones.

En 1936 regresó a La Habana y se vinculó nuevamente a la Academia de San Alejandro, al obtener allí, por oposición, una plaza de profesor (la cual, a partir de 1942, sería de titular). Durante estos años también visitó México y los Estados Unidos, donde tomó clases de escultura, propiamente en la Universidad de Columbia, de Nueva York.

Su trayectoria artística incluyó numerosas exposiciones, entre las cuales se pueden citar las siguientes: Sevilla, 1930; Nueva York, 1933; Palacio de Bellas Artes de México, 1937; Museo de la Universidad de Nueva York, 1939; Exposición de Arte Cubano Contemporáneo en el Capitolio Nacional de Cuba, 1941 y Ayuntamiento de La Habana, 1942, entre otras que contribuyeron a consolidar su prestigio como escultor y artista, más allá del oficio técnico que denotaba cada una de sus piezas.

Además, fue acreedor de importantes galardones nacionales e internacionales, entre ellos los que recibiera por las piezas: Monumento al soldado invasor, en Mantua, 1935; por una efigie de Martí en Güines y por el Mausoleo a Antonio Guiteras, en La Habana, 1936 (poco después de la muerte del patriota). La mayor parte de sus obras refleja la imagen de figuras principales de la patria. En este sentido, además de las ya citadas, esculpió otras dedicadas a Antonio Maceo, Juan Gualberto Gómez, Rafael María de Labra y la del Panteón del Cacahual, donde descansan los restos de Antonio Maceo y Panchito Gómez Toro, por solo citar algunas de las que creara este prolífico escultor cubano.

Carlos Enríquez nació en Zulueta, Las Villas, el 3 de agosto de 1900; y falleció en La Habana, el 2 de mayo de 1957. Luego de cursar el bachillerato, su familia decidió costearle estudios de ingeniera en los Estados Unidos; pero una vez allí se trasladó a Pensilvania, para matricular en la Escuela de Bellas Artes de dicha ciudad, de donde sería expulsado por desavenencias con los profesores, centradas en cuestiones estéticas.

Al regresar a Cuba, en 1925, lo hizo acompañado por la pintora norteamericana Alice Neel, con quien contrajo matrimonio poco más tarde y tuvo dos hijos, Santillana del Mar (por el nombre de una localidad española) e Isabel, la primera de ellas murió antes de cumplir el primer año de vida. Para 1930, Carlos Enríquez había abandonado a su esposa y esta, luego de encontrarse también separada de su hija, intentó suicidarse varias veces, por lo que tuvo que ser hospitalizada en más de una ocasión.

En 1927 había tomado parte en el II Salón de Bellas Artes y en la Exposición de Arte Nuevo, con buena acogida de la crítica, a pesar de que su tratamiento del desnudo resultaría controversial para la época. Viajó por segunda ocasión a los Estados Unidos, también lo hizo por primera vez a Europa, donde visitó Francia, España, Italia y Gran Bretaña, entrando así en contacto con disímiles universos pictóricos y artistas de las más variadas tendencias.

De vuelta a Cuba, en 1934, intentó exponer sus obras en la Asociación de Reporteros de La Habana, pero finalmente la directora del centro se negó, argumentando que estas resultaban inmorales, dadas las rígidas concepciones de esos años. Sin embargo, la valía de su pintura fue reconocida al año siguiente, con el premio del Salón Nacional, otorgado e la pieza El rey de los campos de Cuba (Manuel García).

En 1938, su obra El rapto de las mulatas fue premiada en la II Exposición Nacional de Pintores y Escultores. Esta sintetiza las esencias estéticas de Enríquez: las transparencias, el sentido de movimiento que comunica, la peculiar sensualidad y una raigal cubanía; si bien están presentes las reminiscencias clásicas en cuanto al mito del rapto de Las Sabinas. La pieza es una de las más importantes de nuestro patrimonio y se exhibe permanentemente en el Museo Nacional de Bellas Artes.

Otras piezas significativas de este artista son Campesinos felices, Las bañistas de la laguna, Dos Ríos y Combate. También pueden citarse La ahogada, Isabelita, Mujer de mármol, Carmen de España, Amor en Pirindingo, Laguna de Banao, Hijas de las Antillas, Atarés 1926, Nancy and Phoebe, Bourdoir y L’Ecuyere, entre otras. Carlos Enríquez ha sido uno de los principales exponentes de la vanguardia cubana y el que mayor conciencia tuvo de lo que significaba en sí mismo el acto de creación, en cuanto a originalidad e imaginación, más allá del academicismo y de las concepciones estrictamente técnicas.

Juan José Sicre y Vélez nació en Matanzas, el 19 de diciembre de 1898. Sus primeros estudios de arte los realizó en La Habana, en la escuela de Villate, que en ese entonces dirigía Aurelio Melero; y más tarde en la Academia de San Alejandro. Fue merecedor de una beca que le permitió estudiar en España, en la prestigiosa Academia de San Fernando de Madrid. Allí tuvo como profesor a Miguel Blay y estuvo en contacto con otros artistas españoles que ejercieron una influencia positiva en su obra.

De esta etapa datan algunas de sus primeras piezas mejor logradas, como el busto del escritor español José Zorrilla, así como del violinista Bonilla y otras figuras conocidas en la época: Fray Marsal y el pintor Bencomo. Estuvo algunos días en Francia y posteriormente residió en Italia, en Florencia. Allí continuó creando, bajo la inspiración renacentista que aun perduraba en esa ciudad. Del período italiano son las piezas escultóricas Estatua de mujer, Bohemio, La loca del Vaticano, Dianela, Bambina y El hombre sentado, entre otras.

Antes de abandonar la península, también concibe Cabeza de Martí, obra por la cual obtendría un alto reconocimiento dentro y fuera de Cuba. Se dirige una vez más a Francia, donde continuaría creando e interactuando con las corrientes artísticas del momento. Esculpe la pieza Descendimiento, y otras que fueron expuestas con éxito en París. Continuó creando en mármol, yeso y bronce, materiales que labraba con excelentes resultados en cuanto a la armonía de las líneas y la estética en general.

En 1927 regresó a Cuba, donde tuvo la oportunidad de exponer un conjunto importante de piezas, como Fuente y Arrodillada, así como algunas de las que ya han sido mencionadas. Desde ese año comenzó a impartir clases de modelado en la Academia de San Alejandro, función que desempeñó aproximadamente por 13 años, sin dejar a un lado su misión esencial de creador.

De hecho, de esta etapa datan las piezas Monumento al soldado invasor, enclavado en Mantua; la escultura a Víctor Hugo, en el Vedado; una efigie de Eugenio María de Hostos, en Ciudad Trujillo, República Dominicana; y la del General Narciso López, en Cárdenas. También fue creador de relieves dedicados a la muerte de Ignacio Agramonte, José Martí y Antonio Maceo, así como de otros que aun embellecen panteones significativos del Cementerio de Colón.

Por su trayectoria artística recibió numerosos galardones, sobre todo el de la posteridad, pues muchas de sus obras continúan destacándose en el ámbito de varias ciudades del país. Su Don Nicolás Estévez en la acera del Louvre, de 1937, así como otras piezas escultóricas, entre las que se encuentran bustos, tarjas y relieves, contribuyeron a darle rostro y visibilidad a importantes figuras de Cuba y del mundo.

Augusto García Menocal y Córdova nació el 13 de marzo de 1899; pero no se conoce la fecha de su fallecimiento. Provenía de una familia que había participado activamente en las luchas independentistas finiseculares, integrada por miembros ilustres como su propio primo, el pintor Armando García Menocal. Desde sus primeros pasos como pintor, logró impregnar sus obras de la atmósfera insular, cuna y sede de lo cubano en sus potencialidades para la plástica.

Siendo muy joven, en 1920, recibe ya el Primer Premio de la Academia Nacional de Artes y Letras de La Habana. A lo largo de su carrera obtuvo otros reconocimientos, como la Medalla de Plata de la Asociación del Memorial Roosvelt y la Medalla conmemorativa del centenario del General Antonio Maceo. Una de sus obras más notables la constituye un mural de grandes dimensiones, que representa al entonces coronel Fulgencio Batista, colocado donde más tarde se erigiría el Hospital Antituberculoso de Topes de Collantes.

Fue un artista muy prolífico y afortunadamente buena parte de su obra se ha conservado dentro del territorio nacional. En el palacio presidencial se exhibía la pieza El desembarco de Colón, y en la Academia de Historia estaban expuestos un total de 20 retratos de próceres cubanos, los cuales evidencian su interés por la temática histórica y los héroes que constituyen pilares de la nacionalidad cubana, interés que perduraría a lo largo de su vida.

También se exhiben piezas de este artista en la Sala de Historia del Museo Nacional -en particular El suplicio de Hatuey, que se remonta a los albores de la rebeldía americana contra la violencia de la conquista-, en el Museo Nacional de Bellas Artes y en el Museo de la Ciudad de la Habana, así como en Topes de Collantes, donde su legado perdura, como expresión de simbiosis entre naturaleza y arte, del dominio irrestricto de la belleza.

Concibió varias piezas que se citan en fuentes documentales sobre arte y cuyos títulos traslucen los temas que lo acompañaron, como La Amazona, La labor interrumpida, Las ruinas del Hospital de Paula, No quiero ir al cielo y El rescate de Sanguily por el Mayor Ignacio Agramonte, entre otras. Se destacó también como prosista, complementando así una labor artística que dejaría su simiente en el siglo XX cubano.

Víctor Manuel García Valdés, conocido sencillamente como Víctor Manuel, ha sido uno de los valores más importantes de la historia de las Artes Plásticas cubanas, aun presente como inspiración en la contemporaneidad. Logró ir más allá de la barrera del academicismo para adentrarse en las esencias de personajes, naturalezas y fenómenos que han quedado plasmados -transmutados- con singular maestría en sus obras.

Desde muy joven se interesó por la plástica y dio a conocer sus obras en prestigiosos círculos intelectuales y académicos. Fue discípulo de Romañach y estuvo vinculado a la Revista Avance, así como otros artistas que expusieron sus piezas en torno a este proyecto cultural, que rebasaba lo literario en su afán de traer a Cuba y cultivar desde Cuba lo universal en materia de creación. También presentó con frecuencia sus piezas en la Asociación de Pintores y Escultores y en la Sociedad Lyceum de La Habana.

Tuvo oportunidad de recorrer importantes centros de arte en Europa, particularmente en Francia, Bélgica y España, donde asimismo entró en contacto con artistas y corrientes que influirían notablemente en su desempeño posterior. Sería uno de los representantes más destacados de la vanguardia cubana, sobre todo porque logró vincular lo nacional y lo foráneo sin prejuicios que coartaran sus potencialidades creativas, y con altas cuotas de realización artística.

Su serie de gitanas tropicales, especialmente el cuadro llamado propiamente Gitana tropical (1916), ampliamente conocida por el público cubano, expresa perfectamente estos valores identitarios no solo cubanos, sino también de América Latina y el Caribe, al ensalzar la belleza femenina de la región, que no se correspondía exactamente con los cánones europeos. Entre sus piezas más notables también se encuentran Paisaje, Paisaje gris y Vida interior.

Como la mayoría de nuestros artistas más destacados de la centuria del XX, fue discípulo – y posteriormente profesor- de la Academia de San Alejandro, donde ha dejado una impronta indeleble con el virtuosismo de su pincel. Obtuvo premios en los Salones del Ministerio de Educación de 1935 y 1938, así como otros merecidos reconocimientos en el país y en el extranjero, donde también constituye un símbolo del universo pictórico de la Isla.

Amelia Peláez del Casal nació en Yaguajay, el 5 de enero de 1896, y falleció en 1968, a la edad de 72 años. Es una de las más destacadas exponentes de las artes plásticas en Cuba. Sus naturalezas muertas, así como sus obras de cerámica y vitrales, han quedado como un legado imperecedero de arte y maestría técnica; su trayectoria ha sido reconocida con altos galardones, tanto en Cuba como en el extranjero.

Ella, como la mayoría de las personalidades más brillantes de la pintura, la escultura y otros ámbitos de creación artística, cursó estudios en la Academia de San Alejandro. Desde temprana edad descolló por su talento y en 1920 ya había expuesto con éxito sus primeras obras. De esta etapa datan las piezas Aldeana y Estudio, donde plasma ya un modo de hacer que signaría su labor posterior.

Sus obras Parque Mendoza y El laurel de la cabaña datan de 1922, las cuales abrieron una etapa muy fecunda que continuaría con una exposición organizada en 1924, junto a la también pintora María Josefa Lamarque. De dicha muestra formaron parte piezas como Barcos de regla, Cañas bravas, Casablanca, Puentes Grandes, Fuentes y Triste camino, por solo citar algunas. Antes de 1927, había también expuesto para el público Los muelles, Bajo el puente, El cementerio, Cantera, Estanque y Árbol de invierno.

Fue una artista cosmopolita que visitó varios países de Europa, como España, Francia (donde sus obras fueron expuestas en más de una ocasión, entre 1927 y 1933), Alemania y Checoslovaquia; también se relacionó con personalidades culturales de relieve, entre ellas el propio Pablo Picasso. En 1930 recibió clases de cerámica y colorido con una profesora rusa nombrada Alexandra, lo cual influyó positivamente en su carrera.

En 1934 se encontraba de vuelta en Cuba, donde continuó creando y afianzándose en el panorama de la plástica nacional. El colorido de sus lienzos y la cuidadosa estética que caracteriza a cada una de sus obras le valieron numerosos reconocimientos, en disímiles rincones del mundo. El vínculo raigal con la identidad cubana ha propiciado que permanezca entre nosotros, no solo en la fachada de importantes edificios como la del Hotel Habana Libre, o en el Museo de Arte Cubano, sino en el centro de nuestra cultura y en la esencia de la cubanidad.

Evelia Cruz Pérez nació en Pinar del Río, en 1898, y falleció en 1975. Desde niña mostró su sensibilidad estética y su gusto por el pincel, vocación que contó con un decisivo apoyo familiar. En 1915 ingresó en la entonces conocida como Academia de Dibujo, Pintura y Modelado San Alejandro, donde mostró brillantes actitudes. Incluso, fue alumna del destacado pintor Leopoldo Romañach, quien apreció las cualidades artísticas de Evelia Cruz y le auguró una carrera exitosa.

No se limitó a la creación artística sino que se interesó por la docencia y la investigación, ámbitos en los que también obtuvo resultados alentadores. Se desempeñó por cierto tiempo como profesora de pintura de la Escuela Normal de Maestros de Pinar del Río, plaza que obtuvo por oposición, a partir de sus excelentes dotes y de la formación académica que había adquirido en la Academia de San Alejandro, en una época en que la mujer no era considerada plenamente como artista.

Sus investigaciones en el campo del arte sentaron un precedente importante para estudios posteriores y su obra trascendió sobre todo por su tratamiento preciso y elegante de la figura humana, aunque también es autora de algunos paisajes notables, inspirados fundamentalmente en las características forestales de Cuba. Aun joven, obtuvo varios premios y una beca que le permitió visitar las principales urbes europeas, continente en que residió por aproximadamente tres años.

Al regresar a Cuba continuó su labor artística y docente. En varias ocasiones participó en los salones de exposición que anualmente organizaba la Asociación de Pintores y Escultores del Círculo de Bellas Artes de La Habana; pero optó principalmente por la docencia, con lo cual quedaría en la sombra, en esta etapa, buena parte de su talento creador. Como profesora alcanzó el prestigio de ser, junto a Luisa Fernández Morrell, una precursora de la mirada femenina en torno a paisajes, figuras y acontecimientos.

Años después del triunfo de la Revolución, en 1963, decidió emigrar a Puerto Rico. Allí recuperó su vena creativa, expuso obras de valía y logró, en buena medida, el reconocimiento del público y de la crítica. Sin embargo, nunca abandonó su idiosincrasia, la tradición nacional de la cual sería continuadora y promotora en otras tierras, de innegables vínculos históricos con Cuba. En ambos países su obra sentó cátedra inspiradora para las jóvenes artistas de la plástica.

Enrique García Cabrera nació el 5 de febrero de 1893 en La Habana y falleció el 25 de septiembre de 1949 en esta ciudad. A pesar de que no fue un artista de larga vida, sí tuvo tiempo de legar una obra de consideración y sentar un estilo propio, signado por el brillante colorido y la magnificiencia que reboza cada cuadro de su inspiración.

Después de culminar sus estudios de pintura, hizo un viaje por Europa, el cual le permitió entrar en contacto con las principales corrientes entonces en boga en el viejo mundo. Para 1914, con 21 años de edad, se encontraba de vuelta en Cuba. Se caracterizó también por ser un dibujante notable, efectuó retratos y concibió varias portadas de importantes revistas, como las de Bohemia.

Fue uno de los primeros artistas cubanos que se interesó por el diseño y la pintura comercial, con alentadores resultados. Estableció un diálogo interesante con lo decorativo y su huella ha quedado plasmada en varios edificios públicos de la ciudad; como los paneles que se encontraban en las puertas de la entrada principal del Capitolio Nacional, entre otros que muestran el exquisito gusto estético de García Cabrera.

Se desempeñó también como profesor y director de la Academia de San Alejandro, este último cargo lo ejerció desde 1942 y al parecer hasta su muerte. Allí desplegó una labor docente notable y ofreció varias conferencias que permiten adentrarse en sus concepciones en materia de arte y comercialización del mismo, como la titulada “El futurismo y el mercado del arte”.

Muchas de sus obras se conservan en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba y otras pertenecen a coleccionistas particulares. Entre las más destacadas se encuentran Cecilia Valdés, Anacaona, Figuras en la noche, El señor Miguel Humara en el Country Club, Casa Arrechabala, Trapiche colonial, Maternidad campesina y Maternidad obrera. Sus postulados estéticos contribuyeron a la formación de muchos artistas que continuaron su obra tras el triunfo de la Revolución, en 1959.